No sé si por deformación profesional, o por simple gusto, siempre me han gustado los mensajes escondidos: el tener que adivinar en el laberinto de las palabras el mensaje que quería mandar el autor.
Últimamente, aunque intuía que había algún mensaje oculto en sus miradas, los silencios raros o el mal tono, no llegaba a adivinar por dónde iban los tiros. Los comentarios eran difícilmente analizables y mi estrés de las últimas semanas tampoco favorecieron mi lucidez mental.
Mientras el lunes hacían un control sobre literaturas de principios del siglo XX, yo les miraba desde la mesa. La cumpleañera me sonreía como siempre lo hacía: sonrisa dedicada. Me fijé en que comenzó el control con la pregunta sobre la Generación del 27 y que escribió mucho y con pasión. Volví a pensar en mí misma y sonreí para mí. Odié por un instante -el instante ritual de todos los días- la obligada distancia que debemos mantener con los alumnos. Lo odié con todas mis fuerzas. Deseé poder llegar a clase con un regalo envuelto y dedicarle yo también una sonrisa y unos poemas. Pensé en varias opciones: algo de Lorca, de Miguel Hernández o de Neruda. Los dos primeros por combativos, el último, por hermoso. Lo pensé durante varios días. Lo del regalo. Pero al final lo retiré y me consolé con el abrazo y los dos besos de la mañana. La había sentido triste durante semanas y quería transmitirle, con mi propio estilo indirecto, que estaba preocupada. Podía haber mandado a la mierda convenciones: la del profesor y su obligada distancia, la de la imposibilidad de entablar una relación que pudiera acercarse a la amistad con una alumna, la de que otros compañeros, suyos o míos, hablaran de favoritismos... Yo creo que cuando nace una conexión con alguien, por extraña que sea, hay que darle prioridad a eso. Y como yo la sentía triste, me dio más pena aún la sequedad y seriedad del "feliz cumpleaños, ¡qué mayor ya!"; lo mismo que había repetido a otras tantas en los meses anteriores.
Marzo finalizaba y nacía Abril. Una metáfora preciosa. Sobre todo para mí tan fan de este mes: de su revolución, de los libros, de las canciones de Sabina, de los amores fugaces, del sol. Sin embargo, este año Abril llega triste, con lluvia, como si llorara. Y a mí, en mi empeño por creer en los mensajes encubiertos -también en los del mundo-, me parece que el mes nos acompaña en la tristeza.
Aún no he llegado a averiguar del todo qué pasa. Aún no. Pero yo me empeño en seguir la pista de los mensajes indirectos. Y también, con este estilo indirecto mío, escribo esto para que a la ya no cumpleañera le llegue el mensaje de que a pesar de estar detrás de la mesa del profesor, también estoy a su lado. Y que, a veces, aunque no se deba porque la profesionalidad es lo primero, vaya a estar siempre más al lado de unos que de otros.
Con este mensaje críptico que solo dos personas entenderemos y que quedará para siempre entre nosotras, yo lanzo un canto de esperanza, como los de Neruda. Y podría desencajar los versos de varios poemas de Lorca o Hernández, regalárselos, para que vea que los diferentes siempre han sido los que más han sufrido. Pero que hay soledades silenciosas que al final también son compartidas. Y en este silencio indirecto, dejo escapar los versos de otro poeta libre, de los que canta a la libertad como a nosotras nos gusta escucharla. Y los mensajes indirectos.