25 de noviembre de 2011

Estética

A E. M.

Ayer hablé con mi familia y me contaron que C., una amiga de toda la vida, sigue luchando contra el cáncer. La conozco desde hace años y siempre la he conocido enferma. Enferma pero alegre. Muy gallega ella, muy mujer, muy positiva. Nunca he sabido qué la mantenía a flote durante todos estos años. Ahora sé que está pasando por su peor momento y tengo miedo de volver a España y que no lo haya superado. La vida te abofetea constantemente.

Me acordé de mi amigo E. M. cuando hablamos de C. Sé que no ha pasado por buenos momentos últimamente. Por muchas razones que aquí no vienen a cuento. El otro día, sin ir más lejos, comentando de manera muy fugaz los resultados de las elecciones del domingo, le dije, de pasada, que me había ido a refugiar a los museos para olvidarme de todo. Y ahora que estoy pasando por un periodo en el que la verdad me resulta un elemento fundamental en la vida, lo veo muy claro. Si nos acercamos a la vida con una perspectiva estética, podemos sufrirla o vivirla mejor, más humanamente. Quizás la verdad resida en el arte. Quizás nuestro alivio, nuestro refugio último sea el arte. 

He amanecido triste, pensando en C. y en su fortaleza. También pensando en todas las mujeres que sufren, de forma diferente, la violencia -hoy se celebra el día de la violencia contra las mujeres-. Lo tengo claro, estoy en contra de cualquier tipo de sufrimiento, de cualquier tipo de violencia, dirigida a quien sea. Estoy a favor de mujeres y hombres fuertes como C. o E. M. Estoy a favor del arte y la estética como única medicina contra la melancolía, la nostalgia y los males de dentro. Y a favor del cariño y la compañía para los males de fuera, los físicos.

Hoy, que pensaba en C. y en E. M. y leía el Romancero Gitano, me he encontrado con unos versos que en sí mismos ya hacen que un día como hoy tenga sentido y merezca la pena, cuatro simples líneas, pequeñitas, insignificantes, pero poderosas como todo Lorca, como el arte cuando acude en nuestro rescate cuando más lo necesitamos:

A la mitad del camino
cortó limones redondos,
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro.

Hoy mis limones son estos versos y el agua es la vida. Ojalá todos encontremos la forma de ponerla de oro.

20 de noviembre de 2011

Manuel Casal y la verdad

Aunque esto suene a grandes palabras y a él mismo le sorprenda -por su humildad hacia sí-, he de decir que mi amigo Manuel Casal, cuyo blog está cargado de belleza, creatividad y muchísima humanidad, es una fuente de inspiración continua para mí.

Dice que está sobrecargado de actividad. Y se le nota en el blog y en los comentarios que hace por las redes social. Yo creo que está lleno de vida. La vida es eso también, mantenerse activo. Pero mantenerse activo con una actitud humana de búsqueda de la verdad, sobre todo. La verdad de uno mismo y de lo que hay alrededor. Aunque eso de verdad sea un concepto muy elevado, la práctica de la verdad es algo al alcance de todos.  Y Manuel vive con la verdad como punto de partida, por eso es tan inspirador.

Ayer publicó unas palabras en su blog que no deben dejar indiferente a nadie, lo más inspirador que he leído en la última semana junto con los sonetos de Shakespeare. Las releo constantemente porque son una fuente de verdad y de sentido común. Son fuente de vida. Creo que privar a la gente de su lectura es el mayor desperdicio, por eso me convierto en vocera de su palabra por un día. Te regalo sus palabras como él las regala a diario en su blog, y te invito a que leas su blog, una pequeña casita, Casa L, a la que hay que entrar con la mirada curiosa y ganas de seguir aprendiendo. Porque uno nunca sale de allí indiferente.

El arte es una puerta de otra vida

Si entras en contacto con el mundo del arte, aprovéchalo. Pocas veces en la vida estarás más cerca del placer intenso y sereno. El arte capta, entre otras cosas, la belleza que hay en las personas y en las cosas. Mira la realidad y el arte con ojos limpios, pero míralos y gózalos.

Todos tenemos algo de belleza. Estoy seguro de eso. Deja que los demás contemplemos tu belleza. Una belleza que no se comparte es como si no existiese.


Y, sobre todo, desarrolla tu creatividad. Inventa. Atrévete. Mira todas las posibilidades. No te contentes con lo que hay, que contentarse es de pobres vitales y hay que ser ricos hasta hartarse de vivir. Sé libre. Quítate de encima los prejuicios que te tienen encorsetado. Déjate llevar por tus impulsos, con cuidado de no molestar a nadie. No te calles nada. Procura soltar lo que te salga de dentro. Experimenta. Huye de lo simple. Siéntete cerca de la gente, de las cosas y de la Naturaleza. No te olvides de que a la realidad le gusta ocultar la belleza, pero que tenemos que descubrirla, vivirla y gozarla. Nunca creas que estás solo. Estás en el mundo y el mundo siempre está por descubrir. Comparte. Pregunta. Ofrécete. Saca de ti todo lo que llevas dentro. Vive intensamente. El arte es la puerta de una vida nueva.

18 de noviembre de 2011

Reflexión post-electoral

Algunos de mis amigos de Londres me lo han notado. Ayer uno de ellos me lo dijo directamente: "Se te nota preocupada, puedo notar la tensión". A F., mi compañera italiana, y a mí la prensa nos golpea cada mañana desde hace varias semanas. Pero estos últimos días a mí se me nota especialmente tensa. "Son las elecciones en España", les explico. Resumo rápidamente cómo están las cosas y cómo estarán a partir del domingo. Aunque aquí nadie es oráculo para adivinar quién ganará, las apuestas están hechas y hay un partido que tiene más papeletas para ganar que el otro, y nunca mejor utilizada la metáfora de las papeletas.

Cada mañana me levanto un poquito más angustiada y cuando hablo de la situación de desempleo, de las revueltas por los problemas en educación, de la falta de buenos políticos y de programas visibles y reales que ayuden a España a convertirse en un país de presente y de futuro; cuando hablo de estas cosas, se me llenan los ojos de lágrimas. "Se te nota preocupada". Las palabras de E. resuenan una y otra vez en mi mente. Es cierto que soy una persona sensible y que expreso abiertamente mis emociones, pero nunca habría podido llegar a imaginar que la situación de mi país me iba a tener con el alma en un puño, con el rostro preocupado y la mirada perdida. Mis amigos españoles me dicen que no vuelva, que me quede aquí. Y creo que es una buena opción, pero yo quiero a mi gente y a mi país como la que más y también quiero volver. Echo de menos muchas cosas. Pero aquí vivo sin incertidumbres. Me siento entre dos tierras, y nunca mejor dicho. Pero esta de ahora no es mi tierra, ni siquiera esto se parece a Inglaterra. Esto es una burbuja inventada por un grupo de personas interesadas en una educación de prestigio para las elites. Esto es un oasis boscoso en medio de la ciudad. Un oasis donde me enseñan a hablar inglés, donde me están dando todas las oportunidades del mundo y donde me sigo haciendo una mujer. Pero a veces sospecho que esto no es la vida tal y como yo la había conocido hasta ahora y como tendré que afrontarla cuando acabe el año.

Quedan tan solo dos días para las elecciones. Mañana no será jornada de reflexión para mí, porque mi voto voló hace ya varios días hasta la mesa electoral de mi colegio de Parla. En mi familia, que el día de elecciones siempre ha sido un motivo de regocijo, de fiesta, de democracia e ilusión, el próximo domingo puede que se plantee como un día triste. El lunes seguirá habiendo paro y puede que el banco europeo tenga que rescatar a España de su deuda. Para mí el domingo será otro día londinense más, con frío, con patos y con paseos. No habrá el vermú de los domingos de elección, no habrá regocijo, fiesta, democracia e ilusión. Estaré lejos de casa y casa estará lejos de mí. El domingo echaré de menos a mi país de charanga y pandereta. Y a las personas que me enseñaron a pensar y a creer en la democracia hablando durante las comidas de la gran diferencia entre el rojo y el azul.

12 de noviembre de 2011

Presente o lo que hace un día diferente.

Otra vez el tren. Esta vez en inglés. En realidad, otra vez el metro.

La línea es la verde, District Line. Ocupamos seis asientos. Enfrente de mí un señor lee Big Woods, de Faulkner. Está concentrado y nervioso al mismo tiempo y posiblemente a causa del barullo que armamos con nuestra conversación se cambia de asiento para seguir leyendo tranquilamente. Nunca antes había visto a alguien leer a Faulkner en el metro. Faulkner me recuerda a M., y no creo que M. lea a menudo en el metro, quizás por eso no asocio al escritor con el medio de transporte. Nosotros, mientras el señor de mirada concentrada lee a Faulkner, vamos a un mercado de alimentos en el centro de Londres. Es el lugar favorito de E. El mismo E. que me enseñó al compositor inglés Adès y con quien he compartido un verso de TS Eliot. E. es un E. diferente al de hace siete años, pero ama la música tanto como él. Ama la música y se entusiasma con Londres igual que se entusiasma con la izquierda política, la comida de Borough Market o la forma en que K. le dice que le quiere. La visita al centro es diferente a las anteriores visitas al centro. En el metro solo escucho inglés, aunque hay alemanes, una italiana y yo. Es un día diferente. Es noviembre pero no hace frío. Por la mañana el sol parecía la luna, posiblemente porque anoche hubo luna llena y al mirar al sol por primera vez una capa espesa de neblina y nubles lo ha convertido en una esfera de color blanco. El recuerdo de la luna de ayer ha pintado de blanco el sol. Es un día diferente porque he vuelto a leer a TS Eliot, porque ahora conozco a un compositor más y porque sé, con una certeza empírica, que en Londres se pueden comer el mejor paté de trufa y el mejor queso del mundo. Es un día diferente porque hemos sobrevivido al 11/11/11. Yo sobreviví a él en Hyde Park igual que Faulkner ha sobrevivido al metro. Es un día diferente porque por fin me he dado cuenta de que pasado y futuro no existen, de que solo existe el presente y hay tres formas de llamarlo según si se trata del presente de hace un segundo, el presente de ahora mismo o el de dentro de un segundo. Me lo ha dicho TS Eliot otra vez, con su poesía genial. No es que Londres, o la comida, o el metro, o E., o hablar en inglés, o el otoño hayan hecho de hoy un día diferente. Lo que hace que hoy sea un día diferente es la certeza de saber que vivimos en un constante presente. Y eso es un regalo.

9 de noviembre de 2011

Madrugar


Londres se parece a Salamanca a las ocho o a las ocho y media de la mañana. Supongo que todas las ciudades, cuando se despiertan, son la misma y van adquiriendo su carácter propio a medida que avanza el día. Creo que si me preguntaran en qué se parecen ambas ciudades sólo podría responder eso, se parecen en sus despertares.

Me he dado cuenta de que Salamanca y Londres tienen despertares similares -además muy parecidos también a los despertares de Parla, Hamburgo o Santiago de Compostela-, porque de repente he decidido madrugar. Siempre me ha gustado madrugar, supongo que esa costumbre la he aprendido en casa, donde a partir de las siete de la mañana la vida empieza a cobrar vida. El caso es que las primeras semanas en Londres no he estado madrugando tanto como a lo que estoy acostumbrada, y no me sentía yo muy yo con el nuevo hábito, aunque tampoco tenía el ánimo listo para madrugar. Hasta que he decidido hacerlo. Al igual que dormir bien, madrugar nos hace un poquito más felices, y no tengo una prueba científica de ello, simplemente experimento empíricamente con mi propio organismo.

Las siete es una buena hora para decirle "buenos días" al día. Un café, una ducha, un desayuno energético en el comedor del colegio... todo esto le da al día una perspectiva nueva. También permite hacer las cosas más relajada, porque las clases no empiezan, en el peor de los casos, hasta las nueve y media. Así que, con el cuerpo más cargado de vida desde antes, uno mira al mundo con los ojos y la mente despejados, toma decisiones menos precipitadas, disfruta de la brisa matutina que recuerda la brisa matutina de todas las ciudades del mundo a las ocho de la mañana y se prepara para agarrar con fuerza un nuevo día que, para el que madruga, tiene más horas que para el que no.

Revivir la experiencia que supone madrugar es otro de los pequeños regalos que me estoy haciendo en este otoño londinense.




Foto tomada del periódigo digital Telegraph.

8 de noviembre de 2011

Todo cambia

Todo cambia.

Creo que esto ya lo he dicho antes, además utilizando las palabras de Mercedes Sosa. Y es verdad, todo cambia. Y lo bonito es darse cuenta de ello, ser conscientes de que dejamos de ser un poco nosotros para convertirnos en unas versiones, posiblemente mejoradas, de nosotros mismos pero del futuro. Nosotros más nosotros que nunca.

Digo que todo cambia porque últimamente me he dado cuenta de que me gustan cosas que antes no me gustaban, que empiezan a dejar de gustarme otras y que las cosas malas que estaban atrás y de las que quedaban aún remanentes, comienzan a perder interés y fuerza, por lo que suelto lastre y vacío la maleta para lo nuevo que viene pegando fuerte. El cambio es siempre un alivio. Ayer me dijo una amiga que consideraba que yo era "refreshing", y posiblemente sea por esa capacidad que tengo de adaptarme al cambio o por lo cambiante que soy yo misma. No sé si ser refreshing debo tomarlo como un cumplido, pero me gustó que me definiera así, porque en cierto modo así es también como yo me siento últimamente.

Ha habido en mi vida pequeños y grandes cambios. Como anécdota diré que ahora, tras años renegando de ellos, me gustan el italiano y los musicales. Vivir para creer.

6 de noviembre de 2011

Somos seres naturales

Cuando decidí aceptar la beca para venir a Londres, imaginé la experiencia londinense como una experiencia urbanita, porque Londres, junto con Nueva York, es la ciudad, por antonomasia. De hecho, posiblemente, en Europa, Londres sea la que más merezca el título que le acabo de otorgar.

Sin embargo, mi experiencia real de Londres es una experiencia muy natural. Natural en varios sentidos. El literal, el que salta a la vista, es ese que tiene que ver con que vivo en un lugar rodeado de naturaleza mire por donde mire. Al asomarme a la ventana de mi cuarto veo árboles y un río. Es un tramo un poco estrecho del Támesis el que me saluda cada mañana, pero es una bonita y brillante masa de agua. Está ahí siempre y me hace feliz porque, como ya escribí aquí alguna vez, yo misma soy pura agua. Así que el río y yo nos mimetizamos el uno en la otra creando una unidad líquida que equilibra la solidez de los árboles y los caminos que también forman parte de este entorno. El río, los caminos y los animales. Nunca en una ciudad me había sentido tan parte del paisaje natural. Soy un elemento más aquí. Siento que combino bien con los zorros, las ardillas, los gansos y las arañas. Y ese sentimiento, estando en Londres, me causa a la vez una mezcla de extrañeza y normalidad difícil de expresar con palabras.

Vivo entre Hammersmith y Barnes, estando el segundo caracterizado por ser una zona acomodada de Londres. Un área que tiene un parque natural y tienditas pequeñas y acogedoras donde comprar ovillos de lana o las mejores calabazas de la zona. Barnes es un barrio-pueblo donde la llegada del otoño se vio reflejada claramente en el color del cielo y de las hojas de los árboles. Y ese momento llegó de la forma más natural, porque la naturaleza y la civilización -si es que se pueden contraponer estos términos de este modo- se fundieron en uno, como el río y yo cada día.


Con respecto al sentido más metafórico de la experiencia natural que está siendo Londres, tengo que decir que las cosas suceden con sencillez y facilidad. Todo es natural. El contacto mismo con la ciudad y el paisaje, las relaciones con la gente, el modo en que me voy volviendo más fluida en inglés y la capacidad de ser equilibrada, sincera y justa con la gente. Todo ocurre como en un proceso natural lento pero afianzado. Es como la coloración -o decoloración- de las hojas y el acortamiento de los días. Todo sucede de forma paulatina pero constante y real; de forma muy natural. Y yo soy tan consciente de ello y he reflexionado tanto acerca del tema, que quería dejar constancia escrita aquí de que somos seres naturales y de que esos trozos de naturaleza real de los que estamos hechos afloran siempre y cuando estamos atentos a nuestro alrededor. Porque, eso sí, nunca podremos ser seres naturales si no abrimos bien los ojos, miramos a los demás y a lo demás con curiosidad y aprendemos que formamos parte de algo mucho más grande e importante. Algo que es visible y tangible, no una simple idea. 

Te voy a pedir un pequeño favor: sorpréndete con la naturaleza, mira con ojos bien grandes lo que está más allá del bloque de pisos donde vives, porque siempre hay algo más. Solo depende de los ojos con los que lo observes.