31 de diciembre de 2012

Listas, deseos y un bizcocho que por fin salió rico


Quedan unas horas para que termine el día, y con él el mes y el año. Un año cargado para mí de cosas muy variopintas. Un año raro donde los haya, pero como todo lo raro, interesante.

Víctor, que me había enseñado a hacer listas, ha vuelto a enseñarme, sin darse cuenta, una cosa aún más interesante: a no hacerlas. ¿Por qué escribir la lista con los deseos para 2013? Está claro que por mucho que deseemos ciertas cosas, no las vamos a lograr, puesto que deben de darse las circunstancias para ello. Y, desafortunadamente, no siempre contamos con todos los ingredientes para lograr el éxito. ¿Qué hacer, entonces? Buscarlos. Poner empeño en lograr lo que deseamos, pero ponerlo de verdad. Si la vida está en decirnos que no, tarea nuestra es el asumirlo y a otra cosa, mariposa.

Por poner un ejemplo de la vida cotidiana, te diré que llevo meses intentando hacer de repostera exitosa. Es decir, que llevo muchos intentos de bizcochos poco cochos (participio fuerte del castellano antiguo del verbo cocer, lo que hoy en día se dice cocido), muy enharinados, demasiado dulces, poco dulces, sin espíritu, poco esponjosos... en fin, desastres varios. Hasta que por fin, y muy cerquita del final del año, lo logré, encontré el ingrediente secreto del bizcocho y tuve éxito con ello.

La vida está llena de bizcochos poco hechos o sin sabor y nuestra función no es simplemente desear que el siguiente salga bien, sino poner remedio, cambiar la receta, intentarlo de todas las formas posibles, no tirar la toalla hasta que no veamos que de verdad no hay remedio.

Por eso, me niego a escribir un año más en mi lista de propósitos de año nuevo aquello de "ir a Berlín", "conseguir un trabajo mejor" o "terminar la filología inglesa". Si yo me empeño en ello lo lograré. No hay que desear con los ojos cerrados, sino con ellos bien abiertos. Y como dice mi amigo Javi, hay que tener mucho cuidado con aquello que se desea, porque puede cumplirse.

Por eso, este final de año no habrá listas con deseos. Habrá un deseo universal que no solo pido para mí, sino también para ti, un deseo en el que se engloban todos los deseos del mundo porque en ti está el significado de esta frase: 

Que en 2013 encuentres la felicidad.

Y que podamos decir adiós al 2012 con alegría, igual que cuando le dijimos hola. Bebiendo cava con familiares y amigos, cantando, bailando, sonriendo, bañándonos de una felicidad momentánea con cuyo recuerdo deberemos seguirnos bañando cada uno de los siguientes días de este nuevo año que promete, como siempre, ser el mejor.



23 de diciembre de 2012

Feliz Navidad

POR CELEBRAR del Infante
el temporal Nacimiento,
los cuatro elementos vienen:
Agua, Tierra, y Aire y Fuego.
      Con razón, pues se compone
la humanidad de su Cuerpo
de Agua, Fuego, Tierra y Aire,
limpia, puro, frágil, fresco,
En el Infante mejoran
sus calidades y centros,
pues les dan mejor esfera
Ojos, Pecho, Carne, Aliento.
A tanto favor rendidos,
en amorosos obsequios
buscan, sirven, quieren, aman,
prestos, finos, puros, tiernos.
Estribillo
Y todos concordes
se van a mi Dueño,
que Humanado le sirven
los cuatros elementos:
el Agua a sus Ojos,
el Aire a su Aliento,
la Tierra a sus Plantas,
el Fuego a su Pecho;
que de todos, el Niño
hoy hace un compuesto.
Pues está tiritando
Amor en el hielo,
y la escarcha y la nieve
me lo tienen preso,
¿quién le acude?
¡El Agua!
¡La Tierra!
¡El Aire!
¡No, sino el Fuego!
Pues el Niño fatigan
sus penas y males,
y a sus ansias no dudo
que alientos le falten,
¿quién le acude?
¡El Fuego!
¡La Tierra!
¡El Agua!
¡No, sino el Aire!
Pues el Niño amoroso
tan tierno se abrasa
que respira en Volcanes
diluvios de llamas,
¿quién le acude?
¡El Aire!
¡El Fuego!
¡La Tierra!
¡No, sino el agua!
Si por la tierra el Niño
los Cielos hoy deja,
y no halla en qué descanse
su Cabeza en ella,
¿quién lo acude?
¡El Agua!
¡El Fuego!
¡El Aire!
¡No, mas la Tierra!

(Sor Juana Inés de la Cruz, Villancicos)

10 de diciembre de 2012

Practicar la horizontalidad


Yo lo intuía ya, pero últimamente esto de la verticalidad y la horizontalidad ha surgido en varias conversaciones con amigos con estas palabras, y me gusta poder ponerle nombre a una práctica que creo que es fundamental en el ser humano.

Entender la humanidad como una línea horizontal en la que no hay jerarquías ni superioridades y practicar la horizontalidad nos hace, creo, mejores personas ética y moralmente. Entenderla como una línea vertical, sin embargo, es sentirse en una carrera competitiva en la que uno es mejor o peor que otro según el rango de su trabajo, la edad, el nivel socio-cultural, el poder adquisitivo o incluso su estilo vistiendo. La base de la actitud humana debe ser siempre una base firme y horizontal, de cimientos duros y que se vaya alargando con el alargar de manos que nos van uniendo a unos y otros. Tenemos que respetarnos unos a otros, los pequeños a los mayores y los mayores a los pequeños, pero no por las edades sino por el simple hecho de ser personas y de la experiencia vital que pueda enseñarnos la existencia de los otros.

Practicar la horizontalidad es practicar la justicia, el respeto, la tolerancia, la solidaridad, el compañerismo, el trato cariñoso, la alegría de ser todos iguales con nuestras diferencias fundamentales que hacen el conjunto más enriquecedor. Ahora que le pongo nombre a esto puedo por fin verbalizarlo y, quizás, transmitirlo; y el día a día, sintiéndome a la misma altura que los que me rodean, es más sencillo, más agradable y me hace más feliz. Y quien quiera hacerme sentir en un nivel diferente puede hacerlo, pero yo debo saber desde este mismo instante que eso es injusto e inhumano. Es, por lo tanto, denunciable y criticable, y el diálogo debe ser nuestra mejor arma para luchar contra ello.


Fotografía de Nugraha Indra


4 de diciembre de 2012

¿Recuerdas...?


Recuerdo que durante bastante tiempo me gustaba empezar los poemas que escribía con esta palabra: recuerdo. Quizás estaba influida por la poesía maravillosa de Alberti, esa que habla de los "tres recuerdos del cielo", uno de mis poemas favoritos. Sin duda. Ese que habla de la edad de la rosa y el arcángel.

Entonces yo recuerdo que, una vez, en el cielo...

Y aparece otra vez el mundo del gallego, Galicia y los acentos del norte. Me llega con un rumor de pasado, de recuerdos, desde el oeste, esta canción estupenda. Y la rabia de haber silenciado mi voz en gallego, la voz que resuena por dentro algunas veces, así, como de pasada. Una voz que se nutre del recuerdo, de cuando, una vez, en el cielo...

2 de diciembre de 2012

Una sirena, un faro y un buen librero


El viernes se conmemoraba el día de las librerías, coincidiendo con la festividad de San Andrés. No sabía que el 30 de noviembre se homenajeara a los libreros. Creo que mi pasión por estos rincones del placer es igual de intensa todos los días del año.

Hace dos años viví un St. Andrew escocés, rodeada más que de librerías, de bibliotecas, y el año pasado, en París, recorría las calles y las librerías de viejo soñando con una bohemia de comienzos del siglo XX. Este año, el día de las librerías lo celebraba en Madrid, leyendo. Como celebro cada día del año.

Las librerías son lugares que tienen un encanto especial. Siempre lo he sabido, porque desde pequeña me crié rodeada de libros, de historias que querían ser leídas y de autores que querían sacar al papel lo que llevaban dentro y necesitaban contar al mundo. En mis viajes siempre he procurado poner un pie en una librería, porque para mí las librerías son la vida de una ciudad, al igual que sus cafeterías. Y Madrid es algo así como un pequeño paraíso para esos paseos de la imaginación.

La semana pasada, sin ir más lejos, entré en La Buena Vida, situada en la calle Vergara, un espacio pequeño pero muy acogedor por el que me gusta pasearme de vez en cuando, siempre que estoy cerca del Palacio Real. Es así como un lugar entre la realidad y la ficción. Allí estaba, buscando El arte de amar, de Fromm, y otro libro para regalar. Empecé buscando algo de Macanudo, pensé en alguna novela gráfica y luego me di cuenta de que buscaba algo alegre, una lecturita para pasar un poco los malos tragos de este otoño largo y algo desafortunado. Jesús, el librero, puso en mis manos a Fromm y comenzó conmigo la tarea de buscar algo de gráfica para regalar. Al final, simplemente me dejé llevar por él. Con una montaña de posibilidades maravillosas entre las manos, cuando le insinué que necesitaba algo para desconectar un poco de una mala racha, él lo tuvo claro: Una ola con sabor a pez. Me prometió que me gustaría y me transmitió un poquito de la curiosidad de lector que todos llevamos dentro. Así que me llevé dos, uno para mí y otro para el regalo de E. 

Empecé a leerlo justo el viernes, que se conmemoraba el día de las librerías, mi homenaje particular para Jesús y todos los buenos libreros que hacen una labor fundamental en la sociedad: la de darnos la posibilidad de soñar con los ojos abiertos y entender que, en los libros, todo es posible.

Me adentré en el mundo de Mamen, la protagonista de Una ola con sabor a pez, en la página dos, cuando todo lo increíble empezaba a ser creíble. Una sirena varada, un pulpo parlanchín, un ogro bueno y un faro se convirtieron en los ingredientes perfectos de este cuento sobre el autodescubrimiento. Recuerdo que Jesús mencionó que la novela era muy positiva, algo así como un relato casi de autoayuda pero sin serlo. Me hizo gracia y aunque soy yo poco partidaria de lecturas pedagógicas que ayudan a curar las almas, me lancé a ella con toda la inocencia del mundo. Mamen e Isla, otro de sus personajes, me atraparon enseguida con su ternura y buen humor y empecé con ellas a ver que la vida está llena de magia, que el ser humano está en continuo proceso de aprendizaje, y que aprende de todo si tiene los ojos abiertos y los sentidos receptivos al cambio. Nos transformamos, y pasamos de ser seres solitarios a ser seres amados y amantes, pasamos de ser maestros a ser aprendices, de ser criaturas marinas a ser criaturas terrestres, sin perder en la transformación alguno de los rasgos de nuestro yo anterior. Una ola con sabor a pez es una novela de transformaciones, escrita en un estilo de cuento fácil pero que da mucho pie a la reflexión. La deformación profesional hace que me chirríen algunas líneas que me suenan algo agramaticales, como si la urgencia de plasmar los contenidos hubiera empobrecido el texto. Obviando esto, la novela, de la escritora novel Núria Riera, es una delicia para los sentidos, la imaginación y la vida.

Los libros siempre regalándonos placeres prohibidos, como los del "Soliloquio del farero" que me ha traído de nuevo al recuerdo el faro de esta novela. Y los buenos libreros, facilitándonos a los lectores el disfrute de este placer tierno y goloso.

Aquí puedes encontrar una crítica y sinopsis de la novela, por si quieres saber más: Una ola con sabor a pez, crítica de Javier, del blog "La librería de Javier".

Felices lecturas.