27 de marzo de 2012

Reinterpretar(se)

A veces, cambiar la perspectiva con que miramos y con la que nos miramos hace que reinterpretemos la realidad de otra forma.

Eso me ha pasado últimamente con muchas pequeñas realidades: desde la amistad que surge con pretensiones de múltiple, de caleidoscopio, según palabras literales de mi amiga M., hasta el propio Parla.

Hoy me he reinterpretado a mí misma paseando por las calles de Parla en donde una cabra subida en un taburete me ha recordado la cultura a la que pertenezco, este país de charanga y pandereta o de organillo y cabra, como se quiera entender. Me he reinterpretado a mí y a la que fui alguna vez tras hablar con Alberto, a quien he encontrado azarosamente en la biblioteca. Me ha dicho que la madre de uno de nuestros amigos en común no pudo sobrevivir al cáncer. Hacía años que no sabía nada de ninguno de ellos y al recibir la noticia he recibido también el peso de una culpa enorme, mayor que el elefante de Saramago que es quien me acompaña estos días. Me han temblado las piernas, ha sido un temblor inexistente, pero me ha hecho reinterpretarme. A mí misma. En Parla. Con las personas a quienes consideré durante años mis amigos y de quienes no he sabido nada en otros tantos. De hecho, Alberto, con ironía se ha despedido de mí "hasta el año que viene". Estoy segura de que volveremos a coincidir en la biblioteca. Él nutriéndose de filosofía. Yo de ficción trampera, de la que hace escapar a otros espacios para acumular más interpretaciones del mundo.

He reinterpretado mi amistad con M. y con C. también. Y he sufrido, más adelante, la tiranía de otra persona que se hace llamar mi amiga pero que entiende la amistad como una competición, un tesoro que se esconde y no se comparte. Tras las conversaciones con M. sobre la amistad caleidoscópica, que tiene múltiples caras y todas conforman un paisaje brillante y hermoso, me cuesta entender que esta otra persona no quiera que yo sea amiga de sus amigos. Así que, así estoy, en la tesitura de las amistades que evolucionan, las que se comparten y las egoístas, las que no entienden de no límites y se estancan en compartimentos sin abrirse a algo que para mí tiene la pretensión del todo.

He reinterpretado también Inglaterra en mi despedida de ella por estas semanas. La reinterpretación comenzó con la salida del sol y con la visita a Cambridge. La ciudad-universidad se me presentó a los ojos como un edificio único, me trajo recuerdos leves de Salamanca y me hizo recobrar la pasión por el agua (ese río navegado en la compañía de mis amigos y del jóven y escultural Dylan), por la piedra y por las letras. En mi visita anterior fue tan solo un pellizco fugaz y gris, algo que deja una marquita minúscula pero que se borra al día siguiente. Del segundo Cambridge guardo la alegría del sol, de C., M., F. y D. Guardo los ojos azules de Dylan intensificados al hablar de su novia alemana, por la que mudó su residencia en los meses pasados. ¡Ay, el amor!

En estos días, con C. cerca, con el viaje y la itinerancia como punto central de las conversaciones con ella y con M., he reinterpretado el concepto de viaje, que ya mi amigo E. me había presentado como metáfora de la vida,  ¿o acaso hablábamos del tren? Mi viaje a España comenzó el sábado cuando perdíamos un tren rumbo a Cambridge y finalizó ayer, cuando deshice las maletas y dormí en el colchón de mi adolescencia. Por en medio ha habido el viaje de un elefante y una visita gloriosa a la National Gallery con C., donde ella ha vuelto a emocionarse frente al matrimonio Arnolfini y yo creo que he sabido entender por qué me atrae tantísimo esta pintura de Zurbarán:


En esa reinterpretación de las relaciones, de las realidades, de nuestra idea de arte, de lo que para nosotros han significado algunos conceptos que ahora cambian, nosotros mismos nos reinterpretamos, nos entendemos de una forma diferente y entendemos el porqué de algunas actitudes que salen de nosotros o llegan hacia nosotros. Otras veces, la vida quedará anclada a la idea de misterio, lo que no sabemos ahora y quizás lleguemos a intuir en algún momento, o lo que quedará irremediablemente en la nebulosa de lo que siempre será incomprensible.

22 de marzo de 2012

Mufti day is my favourite day


Mufti day es el día en el que los uniformes se quedan guardados en los armarios y cada uno va al colegio vestido con la ropa que quiera. Tal cual. Me encanta la idea del uniforme, pero creo que disfruto aún más con el día de indumentaria "libre". Los rebeldes incluso vienen a clase con algo así parecido a un pijama. Uno de los alumnos más pequeños, incluso, ha venido disfrazado de cocodrilo. Supongo que era por una apuesta. El profesor de italiano, casi maestro yogi, ha aparecido en chándal. ¡Oh, escándalo! 

En Mufti day, quizás también porque la primavera ya está aquí y el sol ya ha empezado a asomarse con más intensidad por Londres, los alumnos y los profesores parecen más alegres. Hay más sonrisas, hay más ruido, no sabía yo que la algarabía de la primavera residía en los vaqueros y las zapatillas. Algunos despistados han venido con el traje de todos los días, eso sí, en seguida han guardado las corbatas en las mochilas, creo que es lo que más les ata.

El fenómeno del Mufti day requiere un análisis más profundo. ¿Por qué un día al trimestre se nos da la libertad de elegir nuestro vestuario? ¿Es un premio? ¿Es como un día de fiesta? ¿Qué piensa el que se planta un chándal? ¿Y el que permanece con la ropa de todos los días, tan serio, tan inglés? Un colegio inglés en Mufti day es como cualquier instituto español en el día a día. Quizás más fashion. Los chicos, adolescentes que llevan la sobrehormonación y la chulería de serie, se han pavoneado delante de ellos mismos, mostrando lo que para unos eran sus galas más cool, para otros lo más cómodo, que para un día que les dejan ir de por libres, no se van a poner exquisitos. El caso es que vestidos "de diario", con el alboroto primaveril y "muftiero" no los reconocía por los pasillos. Parecía que habían perdido un punto de su distinción de clase alta y nacionalidad inglesa. Ellos tampoco nos reconocían a nosotros, los trajes o faldas se han quedado hoy en casa, y los vaqueros y las Converse han paseado alegremente por las moquetas impecables del centro. Y me he sentido extrañada, una vez te acostumbras al hábito del uniforme, ser libre da miedo. 

Y lo que más miedo da es tener este sentimiento, pensar así. Nos acostumbramos a las ataduras y la libertad nos da vértigo. Tanto como mirar a ese estudiante de dieciocho años que hoy sí enseña los brazos y pensar en la belleza adolescente, en lo efímero que es lo bello, o en la transformación de lo bello, o en la transformación de la recepción de la belleza, o en que la vida siempre es más alegre si nos rodeamos de lo bello. Leo a Huizinga durante estos días y una de sus tesis es que siempre hay juego y que la vida no existe sin juego. Yo creo que la vida no existe sin belleza. Y que la libertad nos hace infinitamente más bellos: por dentro y por fuera.


Ideas. Libertades. valter hugo mãe

las ideas, amigo mío, son menores en nuestros días. no importan. las libertades también hacen eso, una no im­portancia de lo que se piensa, porque parece que ya ni es necesario pensar.
la máquina de hacer españoles, valter hugo mãe

19 de marzo de 2012

Serie "Amor", de Manuel Casal


Una cosa que Manuel Casal hace muy bien en su blog son las series temáticas. 

Actualmente, escribe a la vez dos: una sobre amor y otra sobre elegancia. Condensa en una sola línea el conocimiento entero y, una vez las leo, se me quedan enganchadas en el recuerdo. Recientemente ha escrito el número 23 de su serie "Amor" y yo me he tomado la libertad de hacer una captura de pantalla de su blog y pegarla aquí tal cual, para que veas cómo son esas entradas y para que veas, también, el tipo de fotos que suelen acompañar sus textos.

Feliz amor para todos. No te olvides de amar. No te olvides de amarte.

18 de marzo de 2012

La crisis de la cultura no ha llegado a Inglaterra

Ayer pude volver a comprobarlo. The Old Vic Theatre lleno a rebosar. Estreno de La duquesa de Malfi del escritor inglés John Webster, contemporáneo de Shakespeare. Lo más asombroso es que las dos primeras filas del patio de butacas estaban llenas de jóvenes, de mi edad o menores que yo. ¿Por qué? Porque aquí en Londres existe una cosa que es el amor por la cultura y el desarrollo y extensión de la misma, que hace que los jóvenes menores de 26 años recibamos una ayudita económica para no perdernos ningún acto cultural, incluido el teatro. En el Teatro Nacional, una vez hecho el carné joven (que es gratuito), puedes comprar entradas por 6 libras. Increíble.

Pero también hay cultura no gratuita o barata: los teatros se llenan todos los días para ver musicales, el espectáculo teatral y musical por excelencia en Londres. Todos los días de la semana hay colas en las puertas de los mayores centros culturales. Los museos están siempre abarrotados por personas de todas las edades, y sorprendentemente, en todos los conciertos de música clásica siempre se podrán encontrar niños de entre tres y seis años sentaditos como indios, mirando embobados la oscilación del arco de un violín o los movimientos espasmódicos del pianista que parece que se sale de sí mismo para interpretar esa sonata de Brahms.

Me atrevería a decir que uno puede respirar arte y cultura en las calles de Londres. Que Londres no solo está lleno de turistas visitadores de torres del puente, norias gigantescas o relojes empotrados a edificios dieciochescos. A Londres la gente también viene para entrar en las galerías de arte más prestigiosas, a los museos más inteligentes y a los conciertos más inesperados. 

Hay algo en lo que los ingleses no dejarán nunca de gastarse el dinero: alcohol y cultura. Porque la crisis de la cultura, afortunadamente, no ha llegado a Inglaterra. Y me atrevería a decir que nunca llegará. Tampoco llegará la ley seca, porque los ingleses se socializan con una pinta o dos de por medio.

Esta reflexión me recuerda a las siguientes palabras de Lorca, que se han extendido últimamente por las redes sociales, porque el sentimiento que tenía el poeta granadino hace más de ochenta años, es un sentimiento que no ha caducado, que sigue presente en los corazones, almas y mentes de muchos españoles de hoy en día. Reproduzco de nuevo un fragmento de ese discurso que hace muchos año dio Lorca y que hoy muchos recordamos:

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

No sé de qué hay hambre hoy en España. Dudo mucho que haya hambre de cultura, porque nunca se nos ha enseñado a echarla de menos, nunca se nos ha enseñado a ansiar la lectura de un libro o esperar con pasión la llegada de Da Vinci a nuestros museos. Y, si os digo la verdad, en tiempos de crisis, el arte, la belleza, pueden salvarnos de la desolación más absoluta. Dice Eduard Punset, y termino con él esta entrada, "La felicidad es la ausencia del miedo, de la misma manera que la belleza es la ausencia del dolor". Mi amigo Guy dice que entonces no sabría entender la Pietà, de Miguel Ángel. Lo importante es que pensemos sobre ello, que cada uno llegue a sus propias conclusiones.

17 de marzo de 2012

13 de marzo de 2012

Herbas de namorar

Este blog naceu bilingüe. Neste blog un podía ler cousas escritas tanto en castelán como en galego, pero quizáis porque deixou de ser un blog de dúas escritoras, eu torneime castelá. Sen embargo, ás veces boto de menos o compoñente galego e inspiracional co que o blog naceu. Para honralo, hoxe escribo estas breves liñas en galego. O resto é un conto doutra época, doutro lugar.


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Hace cuatro años fui a San André de Teixido, adonde van los muertos que no fueron de vivos. Recuerdo perfectamente aquel verano: Santiago de Compostela era nuestro punto base y de allí tomábamos las carreteras gallegas para intentar verlo todo. Eran tiempos muy felices. Los recuerdo con un cariño inmenso, todos juntos, en el coche, V. siempre recomendándonos sitios a los que ir, María do Carme y María Elena, dos jóvenes ancianas gallegas poderosas, contándonos anécdotas de sus nietos y sobrinos, de otros tiempos.

El día que fuimos a San André de Teixido, en Cedeira, la naturaleza me sobrecogió. El día era soleado, yo llevaba una camiseta granate (lo recuerdo por las fotos) y en todas las fotos se me ve pletórica. Todo verde, el mar inmenso y los árboles llenos de papeles blancos, alguna superstición folklórica. V. me había contado que en el pueblo vendían apósitos de cera que se compraban para los males que cada uno tuviera: había brazos, piernas, pechos, todo hecho de cera, para pedirle al santo salud. Extraña tradición, pero bonita en cierto modo.

A lo largo de uno de los caminos, una gitana morena, bellísima, ya mayor, con toda la sabiduría que dan los años y el mar, vendía herba de namorar. Podría haberla arrancado del prado, pero sabía que si ella me la daba, sería de fiar. No la compré para mí, fue mi regalo para M. Sabía que si la tenía ella, conseguiría a G. Estaba convencida. Y aunque se la regalé con una sonrisa pícara en los labios, haciendo que creyera que todo era broma, las dos nos creímos los poderes mágicos que la hierba de esa tierra le traerían. No hubo conjuros ni hechizos. O quizás sí. Nunca le pregunté a M. qué había hecho finalmente con ella. Sin embargo funcionó. 

Uno crece y poco a poco va perdiendo la ilusión y la fe en la magia, las hadas y los duendes. Pero siempre hay un pequeño hueco para ellos, siempre quedan, en el rincón de las fotos, de los recuerdos de regaliz y las visitas de los domingos a los abuelos; en el rincón de las barbies con los pies quemados y el pelo rapado (porque los Reyes nunca trajeron al deseado Ken). A veces, dicen, solo basta con desear algo con muchas fuerzas para que ocurra, sin hechizos y conjuros. Yo espero la visita de los duendes. Y mientras tanto, pienso en los acantilados y cruceiros de Cedeira, el lugar mágico donde todo parecía alcanzable, donde nada malo podría ocurrir.

12 de marzo de 2012

Feeling happy

Y la felicidad llegó. Llegó en forma de estatua, en Picadilly Circus, una estatua que sólo fui capaz de ver cuando había abierto los ojos lo suficiente como para ser consciente de lo que la vida nos regala en cada esquina de cada ciudad, por minúscula que sea.

Esto fue hace ya un mes, o más, no recuerdo. Coincidió con las vacaciones y con la soledad. Paradójicamente la felicidad, o la reflexión real de lo que es la felicidad, y por tanto, de cómo conseguirla, llegó cuando más sola me encontraba. La casa vacía, algunos museos cerrados. Pero los libros y la mente abiertos, y los amigos al otro lado del teléfono.

F., su hermano y yo decidimos pasear por Green Park la semana pasada por la tarde, con E. Ese día me habían invitado a cenar pero lo rechacé porque ya había quedado para hablar de feminismo y ver una película con B. Lo hicimos y se cumplió mi profecía de que los lunes siempre son el mejor día. Pero la semana no dejaría de regalarme momentos, como le gusta decir a M. Precisamente fue ella quien apareció el martes, y con ella llegó el espiritismo, las ganas de seguir aprendiendo poquito a poco de los demás, esa necesidad -que a veces olvido que tengo- de nutrirme con conocimiento para hacerme más persona y entender mejor a las demás personas.

El jueves, con el fin de las clases y celebrando el día de la mujer, salí con M. a pasear por Londres. Terminamos en la "Poetry Society", donde habíamos decidido llevar a cabo una misión secreta de encuentros con el pasado, todo muy espiritista, muy a su estilo. El café estaba delicioso, la música de fondo, que llegaba desde el sótano del local, nos inspiró para hablar sobre Mendelsohn. Hablamos también de Gallardón* y sus ideas peregrinas acerca de la "violencia estructural", criticamos a Aguirre y su conservadurismo. Intentamos cambiar el mundo, sabiendo que no lo lograríamos, pero convencidas de que el diálogo puede transformar algunas realidades.

El viernes, con M. apareció P en nuestras vidas. Bueno, en la mía, porque ella ya lo conocía. P me regaló cuatro correos electrónicos, su forma de entender el mundo y un día precioso en Brighton, donde los tres probamos el "delicioso fish and chips" inglés. Ese día, nuestras teorías sobre la felicidad confluyeron en una misma. Hablamos sobre la energía positiva que las personas desprendemos y P nos enseñó que esa energía positiva hay que trabajarla, hay que ser conscientes de nuestro potencial para ampliarlo. El día terminó en una estación de trenes de Londres, a las cuatro de la mañana, y pareció que había durado toda una vida. De ese día se fraguó una amistad y la certeza de un encuentro berlinés.

El sábado estudiamos y tomamos sidra inglesa. M. un gin and tonic, su favorito. Tras la revelación de que americanos, ingleses y españoles somos diametralmente opuestos, alcanzamos también el acuerdo de que la personalidad siempre está por encima de la nacionalidad porque a veces, uno tiene miedo de generalizar. El acuerdo fue que la gente vive con miedo, que el miedo los hace cobardes y que esa cobardía les impide ser felices. Triste descubrimiento. Pero día feliz.

Ayer llegó el apoteosis de la felicidad. M. se tenía que ir pronto, pero el recuerdo de su visita estuvo flotando mientras F., E. y yo paseábamos por la bellísima Londres. La Londres apasionante y diferente que E. nos regala cada domingo. Los domingos se han convertido ya en el día en que visitamos los lugares ocultos, lo más in, lo más cool. Recordé a Manuel y a Yolanda en mi visita por Marylebone porque es un barrio moderno, elegante, vibrante, lleno de vida, color y buen gusto. Acabamos almorzando en un lugar delicioso, la Natural Kitchen, y recorriendo a pie el barrio de librería en librería, terminando en la Royal Academy of Music, un edificio majestuoso del siglo XIX donde incluso huele a música. K., al que habíamos ido a ver practicar con el violín, nos llevó después a una cafetería/pub monísimo donde había libros por todas partes y el suelo del baño estaba alicatado con piezas de Scrabble, según F., el baño de mis sueños.

En un momento dado del día de ayer, pensé en esta entrada que escribo ahora. Pensé que la titularía feeling happy, porque estar happy, por estar dicho en otro idioma, suena menos intenso que estar feliz. Lo relaciono con un sentimiento de una intensidad mayor a estar contento o alegre, pero quizás sin las implicaciones de estar o ser feliz. Quizás lo traduzca a partir de ahora como dichosa. La Londres del último día trae la dicha; la dicha del sol, la dicha de la amistad que es verdadera, la dicha del darse cuenta de que siempre hay espacio para estar bien y que, en palabras de P siempre existe la certeza de que nosotros mismos tenemos el poder de hacernos sentir bien.

Y mientras dura la dicha, seguiré reclamando y criticando todas esas cosas que quieren enturbiarnos el placer de estar vivos. Y seguiré buscando a esas personas que me hacen dichosa. Porque, y lo digo una vez más, nosotros somos cómplices de nosotros mismos en esa búsqueda y saber que podemos lograrlo, nos hace invencibles.

Esta mañana se ha colado un gorrión en mi casa. 

Pero eso lo contaré en otra entrada...

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Discúlpeseme el lapsus. Atribuí a Garzón las ideas de Gallardón.

6 de marzo de 2012

Vacaciones, twitter y sexismo lingüístico

Se pasaron las vacaciones y yo me creé una cuenta en Twitter. Mi cuenta en Twitter me ha tenido completamente out del blog, pero absolutamente in de las noticias de España. La verdad es que en los meses anteriores estaba empezando a sentirme completamente alejada de lo que durante hace algo más de 24 años había sido mi vida real, la de ciudadana española.

Vuelvo a la realidad con más radicalismo que nunca. ¿Más feminista? Quizás, no lo sé. En realidad nunca, en ningún ámbito de mi vida anterior a Londres, había sentido la necesidad de defender los derechos de las personas, por el hecho de ser personas. O... no sé muy bien cómo expresarlo. Creo que nunca he "necesitado" expresar mis ideas feministas porque me he movido en ámbitos muy igualitarios. Hace poco leí en un blog feminista que una vez que se pone uno el 'chip del feminismo', encuentra machismo en todas partes. Quizás también sea eso lo que me pasa ahora, que no paro de ver actitudes sexistas en todas partes.

El caso es que aquí estoy, recién terminada mi última clase con un alumno especial al que no le enseño español propiamente dicho. Vemos vídeos del programa "Redes para la ciencia" y los comentamos. En español. Punset habla de que "la felicidad está en la antesala de la felicidad" y su interlocutor habla de un experimento con ratas a las que se les estimula el núcleo Accumbens, que controla la dopamina, una hormona que regula, entre otras cosas, las emociones, y tras el estímulo, dicha rata no tiene necesidad de conseguir el placer por otros medios (alimento, sexo, sueño). Interesantísimo. Aquí estoy, pensando en la dopamina y que la felicidad está en la antesala de la felicidad, y de repente escucho a mi colega italiana que sigue dando su clase. Capisco algo de lo que habla: el papel de la mujer en los gobiernos, la relevancia de la visibilidad de la mujer en los gobiernos y otros ámbitos públicos. Es su forma de homenajear el 8M. Y su forma de oponerse a lo que sucedió ayer en el colegio. Asamblea. 8 de la mañana. Uno de los profesores más populares del centro da una conferencia a los chavales bajo el título: "How to treat a woman". Exito rotundo generalizado. Críticas feroces desde los puestos más liberales/feministas del centro. ¿Pero qué es eso de hablar de cómo tratar a una mujer? Somos seres humanos. A mí me gustaría que me tratasen como un ser humano y rechazar lugares comunes como: respétalas y recuérdales los bonitas que están. Señores, ¿estamos locos? El respeto es universal. No quiero ser respetada por mujer, sino por persona. Y hasta que eso no nos entre en la cabeza a todos, no vamos a avanzar hacia la igualdad total entre los sexos.

Esto de la igualdad entre los sexos es algo que se logra mediante la educación. Mercedes Bengoechea afirma que esa educación debe darse, sobre todo, en las escuelas de periodismo, núcleos de formación de los profesionales que distribuirán noticias en el futuro. Las noticias, la actualidad, igual que cualquier otro ámbito verbalizado, se dan a través del lenguaje, y si no se educa en lenguaje no sexista, el cambio será lento. Por eso existen los manuales de lenguaje no sexista. Y por eso es triste ver cómo la propia Real Academia de la Lengua Española se opone a estos manuales e incluso cómo alguno de sus miembros tilda de "feminazis" a las voces críticas que se levantaron en contra del texto que la Academia publicó en respuesta a los manuales de lenguaje no sexista.

Así que aquí estoy, tras mi clase sobre dopaminas y felicidad regulada por hormonas; escuchando a F. hablar de las donas con poder, reflexionando sobre la importancia de la educación para erradicar cualquier tipo de discriminación y dominación; e indignada, sobre todo indignada porque se tache de radical al que busca la igualdad. Indignada porque parece que la búsqueda de la igualdad es una cosa de unos pocos, de unos locos idealistas. Pero feliz porque he descubierto que Twitter puede ser una herramienta increíble para extender nuestros mensajes.

Se acabaron las vacaciones, pero la vida siempre está en plena ebullición.