2 de abril de 2014

Estilo indirecto

No sé si por deformación profesional, o por simple gusto, siempre me han gustado los mensajes escondidos: el tener que adivinar en el laberinto de las palabras el mensaje que quería mandar el autor.
Últimamente, aunque intuía que había algún mensaje oculto en sus miradas, los silencios raros o el mal tono, no llegaba a adivinar por dónde iban los tiros. Los comentarios eran difícilmente analizables y mi estrés de las últimas semanas tampoco favorecieron mi lucidez mental.

Mientras el lunes hacían un control sobre literaturas de principios del siglo XX, yo les miraba desde la mesa. La cumpleañera me sonreía como siempre lo hacía: sonrisa dedicada. Me fijé en que comenzó el control con la pregunta sobre la Generación del 27 y que escribió mucho y con pasión. Volví a pensar en mí misma y sonreí para mí. Odié por un instante -el instante ritual de todos los días- la obligada distancia que debemos mantener con los alumnos. Lo odié con todas mis fuerzas. Deseé poder llegar a clase con un regalo envuelto y dedicarle yo también una sonrisa y unos poemas. Pensé en varias opciones: algo de Lorca, de Miguel Hernández o de Neruda. Los dos primeros por combativos, el último, por hermoso. Lo pensé durante varios días. Lo del regalo. Pero al final lo retiré y me consolé con el abrazo y los dos besos de la mañana. La había sentido triste durante semanas y quería transmitirle, con mi propio estilo indirecto, que estaba preocupada. Podía haber mandado a la mierda convenciones: la del profesor y su obligada distancia, la de la imposibilidad de entablar una relación que pudiera acercarse a la amistad con una alumna, la de que otros compañeros, suyos o míos, hablaran de favoritismos... Yo creo que cuando nace una conexión con alguien, por extraña que sea, hay que darle prioridad a eso. Y como yo la sentía triste, me dio más pena aún la sequedad y seriedad del "feliz cumpleaños, ¡qué mayor ya!"; lo mismo que había repetido a otras tantas en los meses anteriores.

Marzo finalizaba y nacía Abril. Una metáfora preciosa. Sobre todo para mí tan fan de este mes: de su revolución, de los libros, de las canciones de Sabina, de los amores fugaces, del sol. Sin embargo, este año Abril llega triste, con lluvia, como si llorara. Y a mí, en mi empeño por creer en los mensajes encubiertos -también en los del mundo-, me parece que el mes nos acompaña en la tristeza.

Aún no he llegado a averiguar del todo qué pasa. Aún no. Pero yo me empeño en seguir la pista de los mensajes indirectos. Y también, con este estilo indirecto mío, escribo esto para que a la ya no cumpleañera le llegue el mensaje de que a pesar de estar detrás de la mesa del profesor, también estoy a su lado. Y que, a veces, aunque no se deba porque la profesionalidad es lo primero, vaya a estar siempre más al lado de unos que de otros. 

Con este mensaje críptico que solo dos personas entenderemos y que quedará para siempre entre nosotras, yo lanzo un canto de esperanza, como los de Neruda. Y podría desencajar los versos de varios poemas de Lorca o Hernández, regalárselos, para que vea que los diferentes siempre han sido los que más han sufrido. Pero que hay soledades silenciosas que al final también son compartidas. Y en este silencio indirecto, dejo escapar los versos de otro poeta libre, de los que canta a la libertad como a nosotras nos gusta escucharla. Y los mensajes indirectos.

2 de marzo de 2014

¡Ay de mí! (mitómana y apasionada)

Los que me conozcáis bien, sabréis de mi tendencia a la mitomanía. Suelo mitificar las cosas y a las personas, quizás por mi apasionada visión de la vida o qué se yo, porque soy una filántropa enamorada de todo y de todos.

Los que me conocéis bien, sabéis de mi pasión sin límites por el actor y director de teatro -en realidad esa descripción se quedaría muy corta, pero así es como se le conoce públicamente- Sergio Peris-Mencheta. El enamoramiento comenzó absurdamente, viendo algún capítulo de alguna de las series comerciales en las que aparece, pero poco a poco fui siguiendo su trayectoria profesional y asistiendo a sus producciones teatrales. Todas me han hecho pensar y reflexionar (como todo buen teatro, por otro lado). Y lo que nació siendo un puro deleite visual (para gustos los colores, pero que nadie me niegue que es todo un hombre) se acabó convirtiendo en pura admiración. Ninguna de sus intervenciones públicas debe dejar a nadie indiferente: cuando habla de cultura, de trabajo, de superación, de esfuerzo por las cosas bien hechas, de su familia, en fin, de lo que sea... es como si, sin proponérselo, estuviera dando lecciones de vida, pero no desde la prepotencia o la soberbia, no, desde la vida misma, con naturalidad.

He tenido suerte de habérmelo cruzado y haber cruzado alguna que otra palabra con él en alguna de las representaciones que ha dirigido y a las que he asistido. He tenido suerte de que asistiera. O quizás es que es de esos directores que siempre asiste a las representaciones de su equipo. Un equipo fantástico, por cierto. Porque Peris-Mencheta se codea de actores para quitarse el sombrero (Juan Diego Botto, Roberto Álamo, Marta Solaz, Mario Gas, Tristán Ulloa, Javier Tolosa y todos los demás) y él mismo es un actor que merece ovaciones (recuerdo el escozor de las manos en el aplauso tras la representación de Julio César, hace unos días en el Teatro Bellas Artes). 

Hoy, en su cuenta de Facebook nos decía:

Ay de mí 
cuando no me cuestiono, 
cuando no me re-invento, 
cuando mi deseo brilla más que mi lucha, 
cuando sólo llego y no camino, 
cuando repito lo que dijo papá, 
cuando tarareo un estribillo sin conocer la canción,
o entono el himno sin entender la letra. 
Ay de mí 
cuando leo, y sólo me leo a mí mismo,
cuando miro y sólo me veo a mí. 
Ay de mí, cuando "guerreo" por la paz,....
Y ¡ay de mí!, 
al fin,

cuando ignoro que ignoro.

Y sí señor, ¡ay de nosotros! cuando todo eso ocurre. Su alegato, el de Peris-Mencheta y el que todos deberíamos hacer nuestro es: cuestiónate, reinvéntate, lucha, haz camino, no repitas viejos esquemas, sabe bien de lo que hablas, lee y mira con ojos de universalidad, olvídate de tu ombligo, busca la paz pacificando y sé consciente de lo que ignoras, porque eso te enseñará a vivir, a posicionarte en el mundo de otra manera más sensata, más humana, más social.

Gracias por la lección que nos das, sin tú pretenderlo, Sergio. Porque como figura pública que eres, te mojas siempre: cuando te subes en un escenario o cuando te quedas detrás o cuando escribes en las redes sociales defendiendo a amigos e ideales en los que crees. Gracias por hacer una cultura más libre y más inteligente; una cultura que nos hace vibrar. Mi mitomanía es uno de mis vicios, pero ay de mí si este vicio no me acercara a gente de tanto valor.


10 de febrero de 2014

Volver

Volver.
Volver.
Volver.

Varias entradas con la palabra "volver" en el título, no es la primera. Esta vez me ha vuelto a picar el gusanillo de la escritura. Escribo porque me he visto a mí misma esta tarde, todavía en el colegio, antes de bajar a comer. Me he visto hace diez años. Quizás más alta, más delgada y con los ojos más claros, pero era un poco yo también. Hay veces que tenemos que removernos por dentro a través de los otros para reencontrar un poco de la esencia que habíamos creído perdida. ¡El blog era una parte tan mía! Igual que lo son mis ganas de decir. Es posible que creyera que se había terminado el interés en lo que tenía que decir. A lo mejor lo que se había terminado era eso del exhibicionismo de lo escrito.

Y no sé muy bien qué es lo que ha renacido de repente. No sé si ha sido esa yo mía de hace diez o doce años que me ha sonreído hoy en el colegio antes de comer. Me he reconciliado con mis ganas de escribir, con el exhibicionismo escritor, con cómo estoy haciendo las cosas. Y aún no sé si las hago bien o no. Me he reconciliado conmigo misma al ofrecerme la posibilidad de volver a leerme.

Si volviera atrás diez o doce años, creo que no vendría a verme y sonreírme un día en el colegio antes de bajar a comer. Tampoco creo que nadie hubiera venido del futuro a decirme que escribiera. Quizás lo habría necesitado. Pero es que el tiempo cambia mucho a las personas. Y para eso estamos, también para cambiar algunas cosas.