18 de diciembre de 2011

Adioses

Decir adiós es irremediable. Tan irremediable como que todo tiene un final. Todo se termina. Acabo de decirle adiós a un amigo al que no he considerado amigo hasta ahora mismo, cuando hemos comido por última vez juntos y hemos escuchado trompetas y música de un compositor mitad griego mitad neozelandés.

Sé que hablo mucho de despedidas en el blog, pero es que lamentablemente estamos hechos de ellas. De despedidas y de encuentros, por supuesto. Con la vida en estado de ebullición constante que tengo, puedo decir que conozco al menos a una persona cada día, o para no exagerar diré definitivamente que conozco a una media de unas tres personas a la semana. De esas tres personas a la semana, al final del mes posiblemente solo recuerde a dos o tres si la vida no me los pone delante a diario, pero aún así, el instante del reconocimiento de una nueva persona en nuestra vida nos enseña muchas cosas. No tantas como el momento en el que decimos adiós.

Hoy le he dicho adiós a H., aunque los dos hemos fingido que volveríamos a vernos pronto. Nueva Zelanda está muy lejos para creer que esos miles de kilómetros que nos separarán en unos días podrán esquivarse fácilmente. Quizás por eso existe la memoria, para encerrar en nosotros trocitos de los demás, de esos que un día fueron una parte relativamente importante de nuestro día a día y que un día dejan de serlo. Dentro de mi memoria guardo fotos -imágenes mentales-, la música de John Psathas y el acento inglés de Nueva Zelanda de H. En eso se convertirá un ser humano con el que he convivido durante tres meses, con el que he aprendido la importancia de la danza y la música, la importancia de los lazos de amistad entre culturas diferentes. Hoy, con este adiós, meteré a H. en una nueva cajita de recuerdos e intentaré seguir engañándome a mí misma haciéndome creer que habrá una próxima vez. Si somos positivos, lograremos muchas más cosas.

1 comentario:

elenlille dijo...

Yo también, el año pasado al volver de Irlanda, me despedí de una amiga canadiense y un amigo de La Reunión pensando que no los volvería a ver y, mira, por cosas de la vida (porque ella es de allí pero él ni siquiera) me he reencontrado con ellos este verano en Montréal, tan sólo un año después. Así que desde entonces me niego a pensar que no volveré a tener la oportunidad de ver a alguien con quien me he llevado bien, por muy lejos que vivamos.