22 de marzo de 2012

Mufti day is my favourite day


Mufti day es el día en el que los uniformes se quedan guardados en los armarios y cada uno va al colegio vestido con la ropa que quiera. Tal cual. Me encanta la idea del uniforme, pero creo que disfruto aún más con el día de indumentaria "libre". Los rebeldes incluso vienen a clase con algo así parecido a un pijama. Uno de los alumnos más pequeños, incluso, ha venido disfrazado de cocodrilo. Supongo que era por una apuesta. El profesor de italiano, casi maestro yogi, ha aparecido en chándal. ¡Oh, escándalo! 

En Mufti day, quizás también porque la primavera ya está aquí y el sol ya ha empezado a asomarse con más intensidad por Londres, los alumnos y los profesores parecen más alegres. Hay más sonrisas, hay más ruido, no sabía yo que la algarabía de la primavera residía en los vaqueros y las zapatillas. Algunos despistados han venido con el traje de todos los días, eso sí, en seguida han guardado las corbatas en las mochilas, creo que es lo que más les ata.

El fenómeno del Mufti day requiere un análisis más profundo. ¿Por qué un día al trimestre se nos da la libertad de elegir nuestro vestuario? ¿Es un premio? ¿Es como un día de fiesta? ¿Qué piensa el que se planta un chándal? ¿Y el que permanece con la ropa de todos los días, tan serio, tan inglés? Un colegio inglés en Mufti day es como cualquier instituto español en el día a día. Quizás más fashion. Los chicos, adolescentes que llevan la sobrehormonación y la chulería de serie, se han pavoneado delante de ellos mismos, mostrando lo que para unos eran sus galas más cool, para otros lo más cómodo, que para un día que les dejan ir de por libres, no se van a poner exquisitos. El caso es que vestidos "de diario", con el alboroto primaveril y "muftiero" no los reconocía por los pasillos. Parecía que habían perdido un punto de su distinción de clase alta y nacionalidad inglesa. Ellos tampoco nos reconocían a nosotros, los trajes o faldas se han quedado hoy en casa, y los vaqueros y las Converse han paseado alegremente por las moquetas impecables del centro. Y me he sentido extrañada, una vez te acostumbras al hábito del uniforme, ser libre da miedo. 

Y lo que más miedo da es tener este sentimiento, pensar así. Nos acostumbramos a las ataduras y la libertad nos da vértigo. Tanto como mirar a ese estudiante de dieciocho años que hoy sí enseña los brazos y pensar en la belleza adolescente, en lo efímero que es lo bello, o en la transformación de lo bello, o en la transformación de la recepción de la belleza, o en que la vida siempre es más alegre si nos rodeamos de lo bello. Leo a Huizinga durante estos días y una de sus tesis es que siempre hay juego y que la vida no existe sin juego. Yo creo que la vida no existe sin belleza. Y que la libertad nos hace infinitamente más bellos: por dentro y por fuera.


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