Los que me conozcáis bien, sabréis de mi tendencia a la mitomanía. Suelo mitificar las cosas y a las personas, quizás por mi apasionada visión de la vida o qué se yo, porque soy una filántropa enamorada de todo y de todos.
Los que me conocéis bien, sabéis de mi pasión sin límites por el actor y director de teatro -en realidad esa descripción se quedaría muy corta, pero así es como se le conoce públicamente- Sergio Peris-Mencheta. El enamoramiento comenzó absurdamente, viendo algún capítulo de alguna de las series comerciales en las que aparece, pero poco a poco fui siguiendo su trayectoria profesional y asistiendo a sus producciones teatrales. Todas me han hecho pensar y reflexionar (como todo buen teatro, por otro lado). Y lo que nació siendo un puro deleite visual (para gustos los colores, pero que nadie me niegue que es todo un hombre) se acabó convirtiendo en pura admiración. Ninguna de sus intervenciones públicas debe dejar a nadie indiferente: cuando habla de cultura, de trabajo, de superación, de esfuerzo por las cosas bien hechas, de su familia, en fin, de lo que sea... es como si, sin proponérselo, estuviera dando lecciones de vida, pero no desde la prepotencia o la soberbia, no, desde la vida misma, con naturalidad.
He tenido suerte de habérmelo cruzado y haber cruzado alguna que otra palabra con él en alguna de las representaciones que ha dirigido y a las que he asistido. He tenido suerte de que asistiera. O quizás es que es de esos directores que siempre asiste a las representaciones de su equipo. Un equipo fantástico, por cierto. Porque Peris-Mencheta se codea de actores para quitarse el sombrero (Juan Diego Botto, Roberto Álamo, Marta Solaz, Mario Gas, Tristán Ulloa, Javier Tolosa y todos los demás) y él mismo es un actor que merece ovaciones (recuerdo el escozor de las manos en el aplauso tras la representación de Julio César, hace unos días en el Teatro Bellas Artes).
Hoy, en su cuenta de Facebook nos decía:
Ay de mí
cuando no me cuestiono,
cuando no me re-invento,
cuando mi deseo brilla más que mi lucha,
cuando sólo llego y no camino,
cuando repito lo que dijo papá,
cuando tarareo un estribillo sin conocer la canción,
o entono el himno sin entender la letra.
Ay de mí
cuando leo, y sólo me leo a mí mismo,
cuando miro y sólo me veo a mí.
Ay de mí, cuando "guerreo" por la paz,....
Y ¡ay de mí!,
al fin,
cuando ignoro que ignoro.
Y sí señor, ¡ay de nosotros! cuando todo eso ocurre. Su alegato, el de Peris-Mencheta y el que todos deberíamos hacer nuestro es: cuestiónate, reinvéntate, lucha, haz camino, no repitas viejos esquemas, sabe bien de lo que hablas, lee y mira con ojos de universalidad, olvídate de tu ombligo, busca la paz pacificando y sé consciente de lo que ignoras, porque eso te enseñará a vivir, a posicionarte en el mundo de otra manera más sensata, más humana, más social.
Gracias por la lección que nos das, sin tú pretenderlo, Sergio. Porque como figura pública que eres, te mojas siempre: cuando te subes en un escenario o cuando te quedas detrás o cuando escribes en las redes sociales defendiendo a amigos e ideales en los que crees. Gracias por hacer una cultura más libre y más inteligente; una cultura que nos hace vibrar. Mi mitomanía es uno de mis vicios, pero ay de mí si este vicio no me acercara a gente de tanto valor.
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