Ocurre, a veces, que las personas entramos en un sueño plácido que nos mantiene adormilados. Lo sabemos. Es imposible que no lo sepamos, porque nuestras constantes vitales cambian. La mayoría de las veces se nota porque andamos apáticos, enfadados, con sueño físico real que hace que nos durmamos por las esquinas más de lo normal. Quizá sea que nos encontramos bajos de ánimo, con la presión arterial o el azúcar por los suelos. O es posible que sea sólo psicológico: un agotamiento extraño que hace que no nos demos cuenta de las cosas. Darnos cuenta de que estamos adormilados es, al menos, un buen síntoma. Puede que eso vaya estrechamente ligado al cambio.
Cuando ayer, por fin, me serví una larga taza de café americano, fui consciente del adormilamiento veraniego en el que estaba sumida. Algo natural, común en algunas épocas del año. Cuando hoy el cuerpo me ha pedido el café de las cinco de la tarde después de meses sin café casero, me he dado cuenta de que estoy espabilándome de nuevo. Cambios importantes se vislumbran a mi alrededor. No quiero estar anestesiada cuando llegue el momento de afrontarlos.
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