Y la felicidad llegó. Llegó en forma de estatua, en Picadilly Circus, una estatua que sólo fui capaz de ver cuando había abierto los ojos lo suficiente como para ser consciente de lo que la vida nos regala en cada esquina de cada ciudad, por minúscula que sea.
Esto fue hace ya un mes, o más, no recuerdo. Coincidió con las vacaciones y con la soledad. Paradójicamente la felicidad, o la reflexión real de lo que es la felicidad, y por tanto, de cómo conseguirla, llegó cuando más sola me encontraba. La casa vacía, algunos museos cerrados. Pero los libros y la mente abiertos, y los amigos al otro lado del teléfono.
F., su hermano y yo decidimos pasear por Green Park la semana pasada por la tarde, con E. Ese día me habían invitado a cenar pero lo rechacé porque ya había quedado para hablar de feminismo y ver una película con B. Lo hicimos y se cumplió mi profecía de que los lunes siempre son el mejor día. Pero la semana no dejaría de regalarme momentos, como le gusta decir a M. Precisamente fue ella quien apareció el martes, y con ella llegó el espiritismo, las ganas de seguir aprendiendo poquito a poco de los demás, esa necesidad -que a veces olvido que tengo- de nutrirme con conocimiento para hacerme más persona y entender mejor a las demás personas.
El jueves, con el fin de las clases y celebrando el día de la mujer, salí con M. a pasear por Londres. Terminamos en la "Poetry Society", donde habíamos decidido llevar a cabo una misión secreta de encuentros con el pasado, todo muy espiritista, muy a su estilo. El café estaba delicioso, la música de fondo, que llegaba desde el sótano del local, nos inspiró para hablar sobre Mendelsohn. Hablamos también de Gallardón* y sus ideas peregrinas acerca de la "violencia estructural", criticamos a Aguirre y su conservadurismo. Intentamos cambiar el mundo, sabiendo que no lo lograríamos, pero convencidas de que el diálogo puede transformar algunas realidades.
El viernes, con M. apareció P en nuestras vidas. Bueno, en la mía, porque ella ya lo conocía. P me regaló cuatro correos electrónicos, su forma de entender el mundo y un día precioso en Brighton, donde los tres probamos el "delicioso fish and chips" inglés. Ese día, nuestras teorías sobre la felicidad confluyeron en una misma. Hablamos sobre la energía positiva que las personas desprendemos y P nos enseñó que esa energía positiva hay que trabajarla, hay que ser conscientes de nuestro potencial para ampliarlo. El día terminó en una estación de trenes de Londres, a las cuatro de la mañana, y pareció que había durado toda una vida. De ese día se fraguó una amistad y la certeza de un encuentro berlinés.
El sábado estudiamos y tomamos sidra inglesa. M. un gin and tonic, su favorito. Tras la revelación de que americanos, ingleses y españoles somos diametralmente opuestos, alcanzamos también el acuerdo de que la personalidad siempre está por encima de la nacionalidad porque a veces, uno tiene miedo de generalizar. El acuerdo fue que la gente vive con miedo, que el miedo los hace cobardes y que esa cobardía les impide ser felices. Triste descubrimiento. Pero día feliz.
Ayer llegó el apoteosis de la felicidad. M. se tenía que ir pronto, pero el recuerdo de su visita estuvo flotando mientras F., E. y yo paseábamos por la bellísima Londres. La Londres apasionante y diferente que E. nos regala cada domingo. Los domingos se han convertido ya en el día en que visitamos los lugares ocultos, lo más in, lo más cool. Recordé a Manuel y a Yolanda en mi visita por Marylebone porque es un barrio moderno, elegante, vibrante, lleno de vida, color y buen gusto. Acabamos almorzando en un lugar delicioso, la Natural Kitchen, y recorriendo a pie el barrio de librería en librería, terminando en la Royal Academy of Music, un edificio majestuoso del siglo XIX donde incluso huele a música. K., al que habíamos ido a ver practicar con el violín, nos llevó después a una cafetería/pub monísimo donde había libros por todas partes y el suelo del baño estaba alicatado con piezas de Scrabble, según F., el baño de mis sueños.
En un momento dado del día de ayer, pensé en esta entrada que escribo ahora. Pensé que la titularía feeling happy, porque estar happy, por estar dicho en otro idioma, suena menos intenso que estar feliz. Lo relaciono con un sentimiento de una intensidad mayor a estar contento o alegre, pero quizás sin las implicaciones de estar o ser feliz. Quizás lo traduzca a partir de ahora como dichosa. La Londres del último día trae la dicha; la dicha del sol, la dicha de la amistad que es verdadera, la dicha del darse cuenta de que siempre hay espacio para estar bien y que, en palabras de P siempre existe la certeza de que nosotros mismos tenemos el poder de hacernos sentir bien.
Y mientras dura la dicha, seguiré reclamando y criticando todas esas cosas que quieren enturbiarnos el placer de estar vivos. Y seguiré buscando a esas personas que me hacen dichosa. Porque, y lo digo una vez más, nosotros somos cómplices de nosotros mismos en esa búsqueda y saber que podemos lograrlo, nos hace invencibles.
Esta mañana se ha colado un gorrión en mi casa.
Pero eso lo contaré en otra entrada...
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Discúlpeseme el lapsus. Atribuí a Garzón las ideas de Gallardón.
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Discúlpeseme el lapsus. Atribuí a Garzón las ideas de Gallardón.
2 comentarios:
Me alegra mucho todo lo que cuentas. Disfruta mucho. Un beso grande.
Querida,
Me veo graciosamente en una cinta magnética a través de tus palabras, como si fuera una película atracada por los stops de cada una de las escenas. Y cada una de ellas, provista de su música especial.
Gracias por tu comentario.
Me veré, quizás, dentro de un tiempo, en imágenes mentales. Que son las que siempre, sin duda, se convservan. Imágenes-memoria que desencadenan en nosotros los torbellinos mentales, las cadenas de nos llevan de una idea, a un sentimiento, de éste a otra cosa.
Orgullosa y feliz de haber sido partícipe de tu maquinaria de la felicidad,
yours,
M.
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