Esta mañana, andaba por los pasillos del colegio y he visto en el laboratorio de idiomas a mis chicos mayores estudiando juntos para su examen de español. Tan concentrados. Con sus pantalones chinos, zapatos de vestir y sus camisas abotonadas hasta arriba. Ya no llevan corbata porque se supone que estamos ante el uniforme de verano que les libera un poco del sofoco de la misma. La imagen era divertida. Son como los adolescentes españoles preparándose para las PAU, pero más elegantes y quizás un pelín más educados. Sus pies de la talla cuarenta y tres envueltos en cuero de calidad, no en zapatillas de deporte. Y, por supuesto, nada de chándal. Ese es el vestuario de este colegio, una de las cosas que más echaré de menos el próximo año. He entrado a saludarles, y como los adolescentes españoles a escasos minutos de hacer la selectividad, casi ni me han mirado a la cara de lo nerviosos que estaban. A veces me pregunto dónde está la politeness inglesa.
He seguido caminando y, frente a la puerta de uno de los teatros del colegio he visto a una pareja de estudiantes recitándose el uno al otro el texto del que se les examinaría unos minutos más tarde. Andaban más descamisados que mis estudiantes; al fin y al cabo, los teatreros son más caóticos que el resto. Conocían su papel al dedillo, pero seguían recitándolo una y otra vez, riéndose a carcajadas el uno del otro, atropellándose el discurso -quizás tenía que ser así-.
Después he visto la biblioteca llena de más estudiantes, todos con sus trajes o pantalones chinos y camisas elegantísimas. Se tiraban bolas de papel de mesa a mesa, se escribían o dibujaban mensajes obscenos en los cuadernos y no paraban de tocarse el pelo con desesperación, como si el masaje capilar hiciera entender mejor el teorema o aprender más rápido la lección.
La Magdalena leyendo. Van der Weyden |
Me encantan las bibliotecas y los colegios. Me encantan los centros educativos, la vida que rezuma en ellos, el sentimiento de comunidad y compañerismo. Pero especialmente me gustan en épocas de exámenes. Me encanta ese vibrar de pensamientos, la agitación de cuerpos, el nerviosismo, las carreras, las avalanchas de bolas de papel. Ellos no lo saben, pero yo también estoy pasando por mi particular periodo de exámenes. Los veo a ellos y empatizo, querría meterme en la biblioteca, sentarme en uno de los pupitres cercano al de Leo o Ed y estudiar Pragmática o Sintaxis mientras ellos hacen repaso de toda la lista de reyes ingleses o de las causas de las grandes guerras. Pero las diferencias aquí te las dejan muy claras: mayor vs. menor; profesora vs. alumno; masculino vs. femenino; clase muy alta vs. clase media-baja... Por eso me gustan los exámenes, me gusta el estudio, porque igual que en la Edad Media se creía que la muerte igualaba a todos, yo creo que es el conocimiento el que nos pone a todos en el mismo nivel, el intelectual y el moral, que es al fin y al cabo el que vale más. El estudio nos humaniza, nos hace tan iguales que esta mañana los Gucci de SPS no se diferenciaban en nada de las zapatillas del rastro de mis chicos de Villaverde.
1 comentario:
Precioso. Lo intentaré difundir.
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