Vidrieras de la iglesia de San Esteban, Mainz. |
En Mainz (Maguncia en español) hay una iglesia cuyas vidrieras son obra de Marc Chagall. Las vi hace unos días y el azul intenso de los cristales nos invadió a todos como una luz pálida que se metía hasta dentro. Me había olvidado de esas vidrieras de Chagall hasta hoy, que he vuelto al museo Thyssen, en Madrid.
"El aniversario", Marc Chagall. |
He visto pocas obras originales de Chagall en mi vida, pero siempre me sobrecogen, se me clavan profundamente, como cuando Carmen me lo enseñó por primera vez, o como cuando se lo oí cantar a Silvio Rodríguez en su "Óleo de una mujer con sombrero". Sus enamorados que flotan en paisajes inverosímiles con cabras y torres Eiffel son como un sueño en donde todo es posible, con sus tonos intensos o sus pasteles maravillosos.
Hoy, me he deleitado contemplando "La virgen de la aldea", cuyos colores ocres y cálidos, al contrario de los azules de Mainz, no invadían, sino que envolvían, quedándose como rodeándonos y transmitiendo una calma como solo el arte o la música pueden hacerlo. La imagen, que de nuevo aportaba figuras flotantes y cabras violinistas, se convertía en la visión más dulce para una Semana Santa que sigue manteniendo regustos rancios de un pasado ultraconservador.
"La virgen de la aldea", Marc Chagall. |
Además de Chagall, he vuelto a ver a la portuguesa de Delaunay, una obra maestra, maravillosa, que tantas visitas al Thyssen suscita. Una mujer que podría contraponerse a la virgen de Chagall y que, en cierto modo, a mí me recuerda a ella. En mi memoria está la primera vez que tuve conocimiento de Robert Delaunay, a quien descubrí a través de la obra de su mujer, Sonia Delaunay, también pintora, y que estudié dentro de una serie de mujeres pintoras que fueron influyentes a lo largo de la Historia.
"Mujer portuguesa", Robert Delaunay. |
Entre estas dos obras existen veintidós años de diferencia. La virgen francesa de Chagall y la portuguesa orfista de Delaunay, sin embargo, se me antojan una sola mujer. En realidad, siempre me da por pensar si todas las mujeres y todos los hombres que se han representado a lo largo de la historia del arte no son en realidad el mismo. La mujer ideal, tantas veces retratada en música, poesía, pintura o escultura, es una y son todas. En la virgen y la portuguesa están también Eva, Lilit, Venus, María Magdalena, y todas las diosas de la fertilidad y la vida, estoy yo y todas las mujeres que me precedieron y me sucederán. Ahí reside la magia del arte, en representar, desde la diversidad, lo universal.
Mi deseo es que esa universalidad que soy capaz de encontrar en el arte, todos esos puntos en común, logremos encontrarlos todos en la vida diaria. Que no solo sepamos ver lo que nos separa, el abismo que se encuentra entre muchos de nosotros, sino que logremos encontrar el toque de humanidad que debe hacer claros los puntos de encuentro. Que estas mujeres, este arte, nos devuelvan la humanidad que hay dentro de todos nosotros.
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