24 de noviembre de 2009
Den Lille Havfrue
(La pequeña señora del mar)
Había vivido siempre con los pies en la tierra. Ni un rastro de magia o superchería se asomaba ante sus ojos o sus cabellos rizados. Al iniciar su viaje, un viaje de idas y cuyo retorno se le antojaba lejano pero era real, comenzó a creer en hadas, leprechauns, duendes, mouros, tesoros y tierras encantadas. Comenzó a encontrar hadas convertidas en viejas a la vuelta de cada esquina. Comenzó a escuchar duendes bajo las camas de recintos que parecían castillos. Sintió cerca la presencia de Rapunzel; y en su vida de dioses desterrados, de ideologías caídas, comenzó a brotar la sombra irracional de los seres iluminados. Se sintió más feliz en el mundo de la magia donde todo era posible. Se sintió tan bien, que a veces olvidaba lo que era la vida.
En su andadura por las tierras de la literatura fantástica de ogros, animales parlantes y fantasmas habladores, llegó a creer en la existencia de sirenas. La historia de una sirena salmantina le llenó de gozo, asombro y duda. Pidió explicaciones. Y con el corazón lleno de teorías científicas que pudieran probar la existencia de alguno de todos aquellos seres míticos, comenzó de nuevo a descreer supercherías. La magia que había sido tan real en su vida, dejaba de serlo cuando lo era realmente.
Ahora, vuelve a tener los pies en la tiera. De vez en cuando lee historias de Cunqueiro sobre tesouros, meigas y mouros. También lee a Wilde, que esconde en su Retrato, la magia diabólica de los alter egos.
Para posar de nuevo su breve vida en la realidad, sólo tuvo que entrar a una clase de secundaria y esperar que le robaran, definitivamente, la inocencia. Habría deseado permanecer siempre como una pequeña señora del mar.
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