Viene de aquí
N. se había ido, pero había dejado olvidado su álbum de fotos del verano anterior. En ese verano aún no se conocían, así que se tomó la libertad de curiosear en el montón de imágenes tomadas desde los lugares más dispares: un rincón irreconocible del campus, la flamante nueva estación de cercanías de Sol o un balcón repleto de geranios donde le habría gustado también aparecer, a su lado.
De repente, se dio cuenta de que no tenían fotos juntos. Fue súbito, un rayito revelador que le hizo reconocer la escasa importancia que N. le dedicaba. N. clasificaba su vida en fotos, y todas las personas que eran importantes en ella aparecían retratadas a su lado en miles de pedazos de papel o píxeles de pantalla de ordenador. Ella, sin embargo, se sentía excluida del mundo fotográfico de N. y comenzó a originar una paranoia en torno a la idea de tener fotos con N. para poder empezar a sentirse parte también de él.
Se olvidó de Norah Jones y del té. Ahora sólo le interesaba el disparo adecuado, el momento feliz en el que sus sonrisas se compaginaran para crear un cuadro impresionista perfecto. Que desde fuera todo pareciera real, un amor puro visto desde la distancia. Al acercarse, el espectador se daría cuenta de las pinceladas que creaban la falsa sensación de unión. La pintura los separaba, lo suyo era artificial.
Miró en la pared de Lorca y no reconoció nada de sí misma ni en el mapa de América del Sur ni en la mirada feliz del poeta granadino. Se miró las manos, las muñecas, los brazos y tampoco reconoció nada de sí misma en ellos. Quizás N. la estaba anulando sin él mismo saberlo, tan ajeno como siempre a su presencia. Recordó una vez más a Góngora, pero le daba pereza pensar, la ignorancia hace más felices a las personas.
Buscó el sillón adecuado y la ventana por la que entraban más rayos de sol. Cerró los ojos frente a los cristales y durmió para olvidar el trozo de vida que se le escapaba entre los tés de N.
1 comentario:
Me ha encantado aunque no sé muy bien qué significa. Te espero con ganas.
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