Dejó de leer a los escritores españoles. Y las traducciones al español de los escritores extranjeros. Entró en la elite de lectores de literatura en versión original. Y en la de espectadores de películas sin doblaje. Comenzó a balbucir palabras en otros idiomas: eran intentos frustrados de alcanzar una especie de babel mental. Se dio cuenta de que esto último era demasiado. Así que decidió pararse un poco y reflexionar. Compró una postal de Federico García Lorca y la colgó en la pared de su despacho, al lado del calendario y del mapa de América del Sur. El brazo de Lorca rozaba levemente la costa chilena. Sonrió ante la posibilidad de un chileno lorquiano o un Lorca chileno. Luego se atrevió a tapar la silueta de Chile para hacer argentino a Lorca. Y allí estaba, en pleno centro de Argentina, que era Córdoba. Pensó: "¿qué más da la Alhambra que la Mezquita? Ahí Lorca está como en casa." Y lo imaginó diciendo "che" y "vos" y volvió a sonreír.
Dejó de pensar por un momento. Le entraron ganas de volver a leer a los escritores españoles. Pensó que empezaría con Góngora y si no se echaba atrás, ya podría con todo.
Volvió a pensar en N.
Después le vinieron a la cabeza unos versos:
"Llegó todo el lugar, y despedido,
casta Venus, que el lecho ha previenido
de las plumas que baten más süaves
en su volante carro blancas aves,
los novios entra en dura no estacada:
que, siendo Amor una deidad alada,
bien previno la hija de la espuma
a batallas de amor campo de plumas."
Paró el reproductor de música, por el que salía la ácida voz de Norah. Pensó que el silencio en enero facilita la digestión cerebral. Y ahí se quedó, contemplando con cara de despiste la silueta de América, en silencio. Esperaba que la fotografía de Lorca le hablara y le revelara el misterio de su propia vida.
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