3 de septiembre de 2012

(In)Comunicados


A Marta, que se alegró
cuando se me estropeó la blackberry.


Cuando era pequeña, era habitual ver los domingos por la tarde, de paseo, a matrimonios de mediana edad o ya mayores, cuya mitad varonil llevaba pegado al oído lo que mi abuelo llamaba el transistor. A medida que fui creciendo, la radio pegada a los cartílagos auditivos cambió por unos auriculares introducidos estratégicamente en los oídos, de tal manera, que mientras la miembra femenina de la pareja señalaba a algunos escaparates o comentaba cualquier cosa a su marido, él pudiera estar al partido y a la conversación como quien no quiere la cosa.

Esta imagen anecdótica de mi infancia, me tamborilea al recuerdo últimamente. Cuando era niña creo que aquello no me parecía ni bien ni mal, simplemente extraño. Luego, conforme fui siendo educada y crecí, me di cuenta de que era una tremenda falta de educación, por mucho que algunas personas me dijeran que era una manera de no perderse el partido y de "no enfadar a la parienta". ¡¡La parienta!! ¡Pero, será posible? Machismo flagrante del que ni siquiera se quería evitar, porque antes no se prestaba atención a estos "matices del lenguaje". En fin...

Aquello por lo que muchos se llevaban las manos a la cabeza y a otros les parecía de lo más normal es lo que pasa hoy en día con el chat de la blackberry y el famoso whasapp!, la aplicación de mensajería instantánea gratuita para móviles de última generación. El acto es sencillo. Quedas para tomar algo con unos amigos a los que hace tiempo que no veías, y en medio de la conversación, sin mediar una disculpa siquiera, miras de reojo cómo se enciende el pilotito rojo del móvil. Sabes que tienes una notificación: quizás sea un "me gusta" de alguien en tu último estado de Facebook, o a lo mejor es un e-mail, quizás un mensajito de whasapp!, ¿qué más da? Lo cierto es que tu atención se va de la conversación que tienes con tus amigos de carne y hueso a la conversación virtual con alguien que, a su vez, puede estar en la misma situación, o quizás en el tren, que también es un lugar recurrente para el chateo hoy en día. Y adiós a la lectura ferroviaria, al dejarse ir de los ojos en un análisis vago o exhaustivo -depende del día- del vecino viajero, a la siesta fugaz mecida con el leve traquetear provocado por unas vías relativamente nuevas. Adiós al brillo de los ojos del amigo que te cuenta una buena noticia. También se te ha escapado un matiz en su voz. Está triste. Sin embargo, estás más pendiente de interpretar un emoticono del romance de turno, que de sentir a quien tienes al lado. No solo hablar con esa persona, sino sentirla. En la comunicación cara a cara debe haber sentimiento, entender los gestos, los suspiros, el tono de la voz, la dirección de la mirada, muchas cosas que se nos escapan cuando nos comunicamos de forma impulsiva por el chat.

No me había dado cuenta de que yo misma hacía eso a veces. Hasta que Marta, después del Camino de Santiago, cuando vino a verme a Galicia me dijo que le había alegrado mucho el que en esos días mi teléfono hubiera estado estropeado y me hubiera comunicado con ella al cien por cien. Me sonrojé, me dio vergüenza. Pero me alegré de que me lo dijera. Tuve la tentación de abandonar la blackberry para siempre, pero no deja de ser una herramienta útil en algunos casos. Así que desactivé internet. Me incomuniqué del mundo del exterior para recomunicarme con lo más básico, la ilusión de ojos cuyas miradas se cruzan. Ayer, casi le tiro el móvil por la ventana del coche a una amiga, no solo ponía en juego nuestra comunicación por eso, sino también nuestra vida a riesgo de un accidente. Pensé qué pena, a lo que estamos llegando. Me resigné un poco. Tras su disculpa, un abrazo, que supo mejor que todos los emoticonos más empalagosos juntos. Y la comunicación, que se había desencadenado, volvió a tejer un hilo fuerte.

La foto es de Betatecno. Con una reflexión parecida a la mía.

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