Hay varias cosas que me gustan mucho. Entre esas cosas que me gustan mucho están la radio y el tren. Prescindir del tren en mis desplazamientos diarios ahora que tengo vehículo propio ha sido muy duro. El tren es un modo de vida. El tren da para mucho: soñar, dormir, leer, mirar, pensar, no hacer nada, enamorarse, conocer actores y músicos ambulantes, escuchar otras músicas, oír otros idiomas, preparar clases, corregir exámenes... El tiempo del tren es tiempo que la vida te regala. Cambiar el tren por el coche es deshacerse de ese tiempo porque la mente tiene que estar concentrada en la conducción.
La llegada del automóvil precipitó mucho las cosas y me abocó a la no-lectura. Porque el tren, igual que el baño y la cama, es uno de los lugares predilectos de lectura para muchos. Abandonar el tren significó sacrificar horas a la lectura.
Sin embargo, el coche trajo otra cosa maravillosa: la radio. La radio es uno de los inventos más maravillosos que alguien pudo imaginar. Sobre todo la radio tal y como la entendemos hoy en día: esos programas de entretenimiento, esas voces míticas que nos acompañaron durante años en el desayuno y ahora nos acompañan a la salida del trabajo. Hoy he escuchado a Nancho Novo y a Aitana Sánchez-Gijón. Hablaban de teatro, otro de mis favoritos. Hablaban de la situación actual del teatro y la cultura españoles en general. La cosa está muy fea. Y yo me alegraba de ir en el coche y le encontraba una de las pocas ventajas: poder escuchar la radio sin pérdidas de conexión constantes.
El teatro, la radio y las noticias, que llegan menos distorsionadas y más rápido que a la televisión, y las voces, sobre todo las voces. De las voces que he escuchado hoy, me quedo con una, y te la regalo.
Echo de menos el tren con sus personajes, pero la radio y sus voces también ofrecen un reposo al alma cuando comienza o termina la jornada y el mundo parece o muy pequeño o muy inabarcable.
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