No todos los veranos fueron igual. Hubo veranos de la infancia con las vaquillas del Gran Prix, piscinas hasta casi las 10 de la noche, cereales de chocolate, una coca-cola con tus padres en la terracita del barrio, las lluvias de estrellas del 12 de agosto en Cullera, las lluvias de estrellas del 12 de agosto en Ponte Ledesma, los campamentos en los que enamorarse y desenamorarse del mismo chico en menos de quince días, las bambas de mil colores, los veranos con cursos, los veranos con libros de lectura fresquitos, de los de Barco de Vapor; los veranos sin bicicletas, los veranos sin pueblos, los veranos con cumpleaños y sin amigos, porque todos estaban en el pueblo, aquéllos con abuelos, con novios, con amigos, enamorándome de pelirrojos, veranos salados por el agua del mar. Cuando los veranos eran verano.
Cada uno de aquellos veranos, al igual que éste y los que vendrán, tuvo una canción mítica. Cada una comparte una historia que sucedió o no. Ya no me acuerdo. Estamos en verano.
Allá por 1995...
Las zapatillas eran amarillas, a juego con la falda de flores que me regalaron para mi cumpleaños. Siempre la quería llevar, ¡era tan fresquita! Los veranos eran la mejor época del año: la piscina, la playa, mi cumpleaños, el calor... ¡y Juan Luis Guerra! Aquel verano, o alguno de los aledaños, en todas las piscinas del sur de Madrid los altavoces cantaban la bilirrubina. Recuerdo perfectamente ese verano porque alguien le grabó a mi padre una cassette con la "Bachata Rosa" de Guerra. Los viajes en coche, aunque no entendiera ninguna de sus letras, eran alegres, felices, siempre pensando en cuánto quedaría para llegar a la playa, a qué piscina nos llevarían ese domingo nuestros padres. A Antonio, un amigo de la infancia, le picó una abeja en la orilla de una piscina. Iba corriendo a tirarse en estilo bomba y... parada en seco. Gritito. Uff. Dolor procedente de la planta del pie. Enfermería. Antonio tuvo que estar una o dos horas sin bañarse (¡¡Dios mío, qué suplicio!!) y los demás nos compadecíamos de él y tratábamos de que lo pasara lo mejor posible jugando con él al "chúpate dos". Generosidad infantil.
Se acabó el verano y se acabó Juan Luis Guerra. El fin del verano siempre venía anunciado por El Corte Inglés y sus cortycoles. El fin del verano traía una especie de abulia generalizada en los chicos de mi edad. Las tardes previas a la vuelta al cole eran más largas que las anteriores, la casa olía al plástico del forro de los libros. Ya no había más Juan Luis Guerra. Y la bilirrubina quedó para las bodas, y los veranos nostálgicos.
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