21 de agosto de 2010

Providence, Rhode Island

Se me pasaron la infancia y la adolescencia sin Julio Verne. Ahora, echo de menos no haber hecho fantásticos viajes imaginarios alrededor del mundo y hacia las profundidades marinas. Lo añoro ahora que la no ficción intenta poner en mi imaginación una ciudad lejana, en la costa este estadounidense.

Sé, gracias a Google maps y a la televisión qué estados se sitúan en esa parte del mapa; y gracias a unas alumnas simpatiquísimas de Nueva Jersey, que la costa este es la más "guay". Allí están las colonias fundacionales; ahí están Nueva York, Nueva Jersey o Massachussets. Ahí está el progreso. En la costa este también está Diego.

Diego, compuesto a tercios: un tercio gallego, un tercio asturiano, un tercio universal. La universalidad le lleva a Providence y le impide las despedidas. ¡Tanta gente en tan pocos años! Diego se va. Se lleva su seseo, su impecable español mexicano apenas incorrupto por los años salmantinos, se lleva los lieder de Schubert, todos sus títulos académicos. Se va, pero no dice adiós. Admiro su valentía. No decir adiós es saberse universal. Habrá retornos y por eso no hay adioses, ¿para qué? El adiós suena a finales eternos, a hilos que se cortan irremediablemente. Prefiero leer las noticias que me escribe a distancias que ni siquiera puedo alcanzar a comprender. Kilómetros, diferencias horarias no son nada, porque no ha habido adiós. No le vi marcharse, así que no se ha ido. Diego sigue cerca, a unos pocos golpes de teclado. Un pestañeo y se viene hasta donde estoy, y me ofrece tortillas de maíz con queso, unos apuntes endiabladamente ilegibles y su corazón inerme que parece que sólo se hizo para amar.

En la distancia, como tantos otros años, como tantos otros amigos. A veces creo que las buenas amistades no sólo se nutren de visitas, sino también de distancias. El dolor de sentirse acompañado aun cuando las manos no acarician las manos, los hombros no están hechos para recibir las lágrimas.

Diego, me duele que estés lejos y la distancia de cuando estabas cerca. Pero los kilómetros son salvables. Hay un viento débil del camino que me recuerda que estás -donde sea-, y eso permite que esta amistad avance. A pesar de que hayas abandonado la literatura por la lengua. A pesar de las lágrimas. A pesar de todo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Liebe Frau Bejarano,

no había llorado desde hace cuatro días que llegué aquí. Hoy lloré la segunda vez que leí el blog. La primera sonreí y, mientras iba leyendo, bajaba el volumen de la música que tenía en la computadora (que no ordenador...). Así que la segunda vez leí sin música, solo con el olor de mi cuarto viejo de madera (pero que es bonito y grande) y con la sensación y el recuerdo de esos abrazos de amistad en los que recuperaba la confianza en el mundo y en mí. Gracias por las palabras tan bonitas. Como bien escribes: nunca dije ni diré adiós. Bicos, Falsireguiña.

Herr Helmut Kiel