Mi memoria siempre falla, a pesar de la cortedad de mi vida. Falla. Invento recuerdos y los creo vividos. Nunca recuerdo el nombre de un poeta leído en la oscuridad de una tarde de otoño. Me queda la impresión que sus versos dejaron en mí, pero tampoco recuerdo el poema. Hay uno en concreto, de María Ángeles Pérez López que recitó en alguna ocasión y me estremeció. Hablaba de un hombre y una mujer amándose a pesar de las noticias en la televisión, noticias de guerra, del desastre. Recuerdo vagamente ese poema; no sé de qué catástrofe hablaba ni si los personajes se amaban de verdad o se evadían de sus vidas con el roce de los cuerpos.
Hoy he recordado esos versos porque parece que el verano es como esos amantes que se abandonan al sexo a pesar de las catástrofes. El verano es un paréntesis, como el sexo. En verano no hay sufrimiento. Haití desolado no existe porque no nos lo enseñan en agosto. Pakistán está arrasado; las lluvias han tirado abajo un país de por sí mutilado. Dicen que lo han perdido todo, que sólo han salvado sus vidas. Y pensamos que sus vidas son como las nuestras, con nuestras catástrofes particulares. Se nos ha secado el corazón igual que lo hace la piel al sol que lo recubre. Decenas de países están en guerra y nosotros seguimos amándonos, es ley de vida, sobrevive el más fuerte. Fuerte por nacer en el norte. Es el azar. Y el azar ha querido que no haya catástrofes en nuestro verano burbuja. Tan solo el olvido.
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