Es increíble lo bien que funcionan a veces nuestra memoria, nuestra mente y la red de relaciones que creamos entre ideas y recuerdos. A Rosa Parks, la señora que se negó a cederle su asiento a un blanco en un autobús en 1955, la veo cada día en el tren. El recorrido de la línea 4 del cercanías de Madrid es multirracial y cada día cientos de caras de personas de todas partes del cono Sur me miran desde el asiento que está frente al mío. Yo sonrío por dentro y me acuerdo de Rosa Parks porque fue una pionera y, en cierto modo, hizo posible hace 55 años que la normalidad llegase al transporte público. Es cierto que se han caído las barreras con respecto a la intolerancia racial, pero la mala educación mantiene de pie a embarazadas, ancianos y ancianas, niños o personas con alguna discapacidad física. Pero eso ya es otro cantar.
Aunque siento que vivo en una época en la que se respira más tolerancia que en los 50 estadounidenses, también es verdad que creo que aún hay que cambiar muchas cosas. Sigue habiendo un racismo flagrante y miremos hacia el lugar que miremos, veremos suspicacias, recelos e incluso desprecio contra nuestros conciudadanos extranjeros (y aquí hablo exclusivamente de los inmigrantes, los turistas no entrarían en ese grupo). Y eso ¡es tan despreciable!
A veces la sonrisa de la mañana se trueca en un destello de rabia e impotencia al saber que lo que a mí y a muchos otros nos parece tan natural en el tren, otros no aceptan en la clase de un colegio, en la consulta de un médico o en puestos de relativo poder. Pero ved a Obama, ahí está siguiendo la estela de Parks en un país que parece que lleva la delantera en la lucha por la igualdad racial. Sé que a nosotros aún nos queda mucho tiempo y trabajo para lograrlo, pero que podemos lograr cambios a pequeña escala. Sin ir más lejos, ayer estaba viendo un episodio de Anatomía de Grey, una serie estadounidense que suelen emitir en Cuatro con doblaje. Yo suelo adelantarme a las emisiones por internet y veo los capítulos en versión original con subtítulos en español. Mi sorpresa llegó ayer cuando observé cómo el doblaje de una de las doctoras, de origen afroamericano, transformaba el discurso en registro normal del personaje en un registro vulgar cargado de palabrotas o expresiones de la calle. Ese no era el estilo de lenguaje que la doctora empleaba. Y para alguien que no sepa algo de inglés, el traductor (esta vez sí es traidor, y con fines xenófobos) aprovechaba su condición de creador de palabras para mantener estereotipos ya pasados de moda sobre la raza. Una vergüenza. Si ese subtitulado hubiera estado bien hecho, se seguirían dando más pasos hacia la normalidad en lugar de estancarnos a mediados del siglo XX.
La lengua tiene poder. Y como llevamos viendo desde siempre, quien controla el idioma, controla el poder. Que cunda el ejemplo de Rosa Parks y se le dé a cada uno lo que le es propio e inviolable: la dignidad.
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