Pienso en Portugal como ese gran desconocido.
En la era de los vuelos baratos, se ha creado entre los jóvenes españoles la sanísima costumbre de viajar. Y es raro el amigo que no conozca ya media Europa, incluidos los países escandinavos y hasta Rusia, hasta hace unos pocos años destinos inconcebibles para la mente peninsular. Muchos de ellos, también han cruzado ya el charco. Mis amigos y yo, que rondamos la década de nuestros veinte, somos unos privilegiados, conocedores de ciudades que a nuestros padres les costó la boda conocer o que ni siquiera han llegado a imaginar. Sin embargo, parece que hemos dado la espalda a Portugal. Españoles que han viajado a Canadá antes de darse un paseo por Lisboa. Me sorprende. Y me entristece.
Porque Portugal es luz. Para mí también fue un descubrimiento tardío y muy parcial. Sin embargo, fue el gran descubrimiento europeo. Portugal es nuestro vecino más cercano, con el que más parcelas compartimos, y tengo la sensación de que en lugar de crearnos fascinación, solo nos produce lástima o compasión ("los pobres europeos"). Una compasión tan solo comparable a la que nos produce Grecia. Pero a Grecia vamos ansiando encontrar nuestras raíces, la esencia de nuestra filosofía mediterránea, de nuestro estilo de vida, las bases de la inteligencia de nuestra civilización. A Portugal vamos -o íbamos, discúlpame el anacronismo- a comprar toallas. Las comparaciones son odiosas, pero aunque esté generalizando, creo que esa es la imagen que tenemos de Portugal. Y eso que Portugal es luz y poesía. Es música, es mar, es Pessoa, es Saramago -cultura-, es color, es calidez, es fado, es dulzura. Compartimos historia y la raíz de nuestro idioma, pero le damos la espalda. ¿Por qué?
Quiero aquí reivindicar una mayor presencia en nuestras vidas del país vecino. Portugal no es para hacer turismo y volver con la memoria de la cámara repleta de fotografías. Portugal, como cualquier destino que elijamos, por supuesto, es para pasearla, para escucharla, para sentirla y que su magia nos inunde. La fuerza de Portugal nos llena y, cuando estamos lejos de ella, hasta los que no somos portugueses sentimos saudade.
28 de febrero de 2011
Saudade
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26 de febrero de 2011
Impaciencia
"Eres muy impaciente, P., debes aprender a esperar, a tomarte tu tiempo".
Si no es esa exactamente, algo así me han dicho en los últimos días varias personas. Siempre había pensado que era una persona bastante paciente en general, al menos así me contemplaba yo a mí misma, pero parece ser que proyecto otra imagen diferente. Eso me ha hecho pensar en mi amiga C., a la que le preocupan mucho "los componentes de su ser", las perspectivas y los puntos de vista desde los que se define y desde los que la gente que la rodeamos la entendemos, la apreciamos y la queremos.
Es cierto que la propia identidad es un concepto difícil de entender, asimilar, explicar. Mientras yo nunca me habría definido como alguien impaciente, ahora me encuentro con que es la idea que tienen algunos amigos de mí. Soy impaciente. Me cuesta esperar. Formo parte inherente de la sociedad de las prisas y he entrado en la dinámica de la impaciencia. Si me paro a pensarlo más, puedo confirmar esto que dicen de mí mis amigos. Parece que hay veces que vivo más en el futuro que en el presente. Y eso es un tipo de impaciencia. Me muevo por impulsos, decisiones precipitadas, impresiones. Es posible que también eso sea una forma de impaciencia.
Si lo pienso más en profundidad, me doy cuenta de que no sé ser de otra forma. Y me pregunto si la paciencia se aprende o es algo genético. En seguida me respondo que no, que la paciencia es una virtud adquirida. Pero, ¿cómo se adquiere la paciencia? He pensado en prescindir de todos los medios tecnológicos que nos ofrecen las cosas "aquí y ahora". También se me ha ocurrido hacer un diario en el que anotar las cosas que quiero -no solo las materiales, por supuesto- e ir disfrutando día a día del proceso que me lleva a alcanzarlas. Esa es una forma de darle valor al presente sin obsesionarse con los resultados, las metas. Tengo la sensación de que la impaciencia es un vicio que nos roba muchos momentos. Es una ladrona de tiempos que solo a nosotros nos pertenecen.
También pienso que la impaciencia va un poco ligada al sistema capitalista: en un mundo en el que prácticamente todo se puede comprar, ¿por qué esperar más? En los países más empobrecidos seguro que no existe esa ansia por alcanzar las cosas, ese sentimiento de no sentirse "realizado" hasta no obtener los resultados...
Creo que mi impaciencia es una especie de impaciencia cósmica. No tiene que ver con mi capacidad de tolerancia, aguante, resistencia. Es una impaciencia fundada en la base de que la espera es agotadora. Pero, ¿no es eso el mundo, la vida, lo que conocemos en las culturas occidentales -influidas por siglos de religión-? Una gran espera -¿qué esperamos, a quién?- en la que se ponderan más los fines que los medios.
Si no es esa exactamente, algo así me han dicho en los últimos días varias personas. Siempre había pensado que era una persona bastante paciente en general, al menos así me contemplaba yo a mí misma, pero parece ser que proyecto otra imagen diferente. Eso me ha hecho pensar en mi amiga C., a la que le preocupan mucho "los componentes de su ser", las perspectivas y los puntos de vista desde los que se define y desde los que la gente que la rodeamos la entendemos, la apreciamos y la queremos.
Es cierto que la propia identidad es un concepto difícil de entender, asimilar, explicar. Mientras yo nunca me habría definido como alguien impaciente, ahora me encuentro con que es la idea que tienen algunos amigos de mí. Soy impaciente. Me cuesta esperar. Formo parte inherente de la sociedad de las prisas y he entrado en la dinámica de la impaciencia. Si me paro a pensarlo más, puedo confirmar esto que dicen de mí mis amigos. Parece que hay veces que vivo más en el futuro que en el presente. Y eso es un tipo de impaciencia. Me muevo por impulsos, decisiones precipitadas, impresiones. Es posible que también eso sea una forma de impaciencia.
Si lo pienso más en profundidad, me doy cuenta de que no sé ser de otra forma. Y me pregunto si la paciencia se aprende o es algo genético. En seguida me respondo que no, que la paciencia es una virtud adquirida. Pero, ¿cómo se adquiere la paciencia? He pensado en prescindir de todos los medios tecnológicos que nos ofrecen las cosas "aquí y ahora". También se me ha ocurrido hacer un diario en el que anotar las cosas que quiero -no solo las materiales, por supuesto- e ir disfrutando día a día del proceso que me lleva a alcanzarlas. Esa es una forma de darle valor al presente sin obsesionarse con los resultados, las metas. Tengo la sensación de que la impaciencia es un vicio que nos roba muchos momentos. Es una ladrona de tiempos que solo a nosotros nos pertenecen.
También pienso que la impaciencia va un poco ligada al sistema capitalista: en un mundo en el que prácticamente todo se puede comprar, ¿por qué esperar más? En los países más empobrecidos seguro que no existe esa ansia por alcanzar las cosas, ese sentimiento de no sentirse "realizado" hasta no obtener los resultados...
Creo que mi impaciencia es una especie de impaciencia cósmica. No tiene que ver con mi capacidad de tolerancia, aguante, resistencia. Es una impaciencia fundada en la base de que la espera es agotadora. Pero, ¿no es eso el mundo, la vida, lo que conocemos en las culturas occidentales -influidas por siglos de religión-? Una gran espera -¿qué esperamos, a quién?- en la que se ponderan más los fines que los medios.
22 de febrero de 2011
21 de febrero de 2011
Patri y El Olivo
Cuando pienso en el instituto "El Olivo", el lugar donde estudié la educación secundaria y bachillerato, se me vienen a la cabeza muchos recuerdos, imágenes y figuras. Tengo recuerdos muy gratos de aquella época y voy creando también las imágenes de "El Olivo" del presente. Hoy, cuando pienso en "El Olivo", se me viene a la cabeza Patricia, una de las profesoras de Lengua. La incombustible y alegre Patricia. Patricia es una de las pocas profesoras de secundaria que nunca se queja por las clases, los grupos duros o la tutoría. Habla de sus alumnos y sus palabras irradian amor. Habla de su trabajo, y se le iluminan los ojos. Habla de la literatura y uno se da cuenta de que realmente le apasiona lo que hace. Y tiene cuarenta y un muchachos en su grupo de bachillerato y cuando les pide que escriban algo, sabe que se sobrecargará con pilas de ejercicios que leer y corregir, pero a Patricia eso le da igual, y le pone pasión a lo que hace. Y creo que por eso lo hace tan bien.
Hablo aquí de Patricia, o Patri, o Pat, o incluso "la profe de lengua", porque nos encontramos el viernes escuchando poesía. Los brazos siempre abiertos al abrazo, y en sus palabras: sus chicos de teatro, Lola, el blog, la adaptación de Valle-Inclán, el recuerdo de los compañeros que yo también conozco: Rocío, Paco, Carmen,... y todos los profesores que este año están de prácticas en El Olivo. La incombustible Patricia levanta el ánimo hasta al más alicaído. A veces creo que mucha de la chispa que tiene El Olivo la tiene gracias a ella. Sé que si lee esto se sonrojará y comenzará a enumerar uno a uno a todos los alumnos, profesores y otros miembros del centro que le dan esa vida especial al instituto y dirá que todos hacen que sea lo que es. Porque Patricia además es muy humilde.
Me gusta pensar que hay gente en educación, y en otras facetas de la vida, que le ponen esa alegría al trabajo, que le ponen sonrisa a la vida y facilitan un poco el día a día. Me gusta pensar que en Patricia no hay solo una tocaya o una colega, sino un hombro, la sonrisa en el momento adecuado, el blog brillante de un instituto que se ha cargado de una fama que no se merecía y que está resurgiendo gracias a la labor de gente tan increíble como mi tocaya y otros tantos en los que ahora también pienso, y que tú tan bien conoces.
Te regalo un poquito del blog de El Olivo, la carta que rescataron para nosotros el día de San Valentín. Un encuentro precioso con Miguel Hernández y el amor puro. Un encuentro con el compromiso literario y cultural del instituto donde tantas cosas yo aprendí:
Hablo aquí de Patricia, o Patri, o Pat, o incluso "la profe de lengua", porque nos encontramos el viernes escuchando poesía. Los brazos siempre abiertos al abrazo, y en sus palabras: sus chicos de teatro, Lola, el blog, la adaptación de Valle-Inclán, el recuerdo de los compañeros que yo también conozco: Rocío, Paco, Carmen,... y todos los profesores que este año están de prácticas en El Olivo. La incombustible Patricia levanta el ánimo hasta al más alicaído. A veces creo que mucha de la chispa que tiene El Olivo la tiene gracias a ella. Sé que si lee esto se sonrojará y comenzará a enumerar uno a uno a todos los alumnos, profesores y otros miembros del centro que le dan esa vida especial al instituto y dirá que todos hacen que sea lo que es. Porque Patricia además es muy humilde.
Me gusta pensar que hay gente en educación, y en otras facetas de la vida, que le ponen esa alegría al trabajo, que le ponen sonrisa a la vida y facilitan un poco el día a día. Me gusta pensar que en Patricia no hay solo una tocaya o una colega, sino un hombro, la sonrisa en el momento adecuado, el blog brillante de un instituto que se ha cargado de una fama que no se merecía y que está resurgiendo gracias a la labor de gente tan increíble como mi tocaya y otros tantos en los que ahora también pienso, y que tú tan bien conoces.
Te regalo un poquito del blog de El Olivo, la carta que rescataron para nosotros el día de San Valentín. Un encuentro precioso con Miguel Hernández y el amor puro. Un encuentro con el compromiso literario y cultural del instituto donde tantas cosas yo aprendí:
Revista Cienoliletras (pincha en el enlace y déjate llevar)
20 de febrero de 2011
19 de febrero de 2011
¿Facebook o un blog?
Llevo unos días intentando convencer a un amigo para que abra un blog. Recuerdo la semana que Elvira comenzó a escribir el suyo. Solía publicar más de una entrada el mismo día, estaba pletórica, alegre, con ganas de registrarlo y contarlo todo. Yo no quería desanimarla, por supuesto, pero como "bloguera veterana" sabía que su apasionamiento y su fervor no le durarían eternamente. Porque un blog es como un trabajo autoimpuesto. Un trabajo para nosotros y con nosotros, un regalo para el resto. Y todo trabajo lleva implícitas unas vacaciones. Aún así, yo animo a todo el mundo a que escriba un blog. Es un trabajo catártico, es un trabajo de autoconocimiento y de conocimiento del mundo. Pero a mi amigo Pablo, al que estoy intentando convencer de que escriba uno, le parece un trabajo duro. Me dice Pablo que un blog lleva mucho tiempo, y que bastante tiempo le quita ya Facebook.
Dichoso Facebook.
Hace unos meses conseguí "desengancharme" del todo. Poco a poco fui dejando de entrar, dejé de decirle a la gente que podía comunicarse conmigo a través de él, dejé las fotografías, dejé de publicar en el muro. Lo dejé del todo. Lo había cerrado. Pero la vuelta a la "vida social" universitaria, me ha devuelto a las redes sociales. Y me doy cuenta de que Pablo tiene razón. El Facebook me roba mucho tiempo. Tiempo precioso que le podría dedicar a este blog, que es más personal, que es una criatura a la que he ido alimentando durante casi tres años y que me ha dado más alegrías que Facebook. Porque en Falsirego soy anónima. Porque en Falsirego me permito la biografía y la ficción, la poesía, la actualidad, el amor y el desengaño, el desahogo, la catarsis, las metáforas que solo tú y yo entendemos. Y nadie está "obligado" a leer mis pensamientos. Ahora que estoy leyendo a Herzog, de Bellow, siento que los que escribimos un blog somos en cierto modo como ese personaje beloviano. Hacemos anotaciones mentales y garabateamos papeles, pensamos escribirle al mundo. Herzog escribe cartas. Yo escribo entradas. Pero en el fondo es lo mismo. Y no todo el mundo lo lee. Parece que Facebook sí lo lee todo el mundo. Facebook nos expone y nos impone. El blog nos libera.
Quizás elimine mi cuenta de Facebook. O quizás no. Me he atado a él y no sé si podré desatarme. Aunque de cosas peores nos desenganchamos a diario.
El blog es nuestra válvula de escape. Lo decía Elvira cuando comenzó con esa cosita tan bonita que se llama "El Cascanueces". Y algo de eso también debe conocer C., que acaba de abrir hace nada otra preciosidad: Isabella y la maceta de albahaca, una referencia preciosa a un cuento medieval. El género que a mí tanto me gusta.
¿Por qué escribimos? ¿Por qué nos exhibimos? ¿Por qué Facebook? ¿Por qué un blog? A veces siento que mi propia vida me arrastra a escribir en Falsirego. Que tiene más sentido mi escritura desde aquí. Y tú me lees en silencio, y no recurres al "me gusta" facilón de Facebook. Me escribes un comentario, o no. Y puede que tu huella quede en la trastienda de mi blog. Espero que la mía también quede un poquito dentro de ti.
Si Pablo encuentra esa magia, pronto os presentaré el blog de otro amigo. O también es posible que la magia él la encuentre en los versos de un cantautor y en la luna que anoche se escondía entre las nubes.
Dichoso Facebook.
Hace unos meses conseguí "desengancharme" del todo. Poco a poco fui dejando de entrar, dejé de decirle a la gente que podía comunicarse conmigo a través de él, dejé las fotografías, dejé de publicar en el muro. Lo dejé del todo. Lo había cerrado. Pero la vuelta a la "vida social" universitaria, me ha devuelto a las redes sociales. Y me doy cuenta de que Pablo tiene razón. El Facebook me roba mucho tiempo. Tiempo precioso que le podría dedicar a este blog, que es más personal, que es una criatura a la que he ido alimentando durante casi tres años y que me ha dado más alegrías que Facebook. Porque en Falsirego soy anónima. Porque en Falsirego me permito la biografía y la ficción, la poesía, la actualidad, el amor y el desengaño, el desahogo, la catarsis, las metáforas que solo tú y yo entendemos. Y nadie está "obligado" a leer mis pensamientos. Ahora que estoy leyendo a Herzog, de Bellow, siento que los que escribimos un blog somos en cierto modo como ese personaje beloviano. Hacemos anotaciones mentales y garabateamos papeles, pensamos escribirle al mundo. Herzog escribe cartas. Yo escribo entradas. Pero en el fondo es lo mismo. Y no todo el mundo lo lee. Parece que Facebook sí lo lee todo el mundo. Facebook nos expone y nos impone. El blog nos libera.
Quizás elimine mi cuenta de Facebook. O quizás no. Me he atado a él y no sé si podré desatarme. Aunque de cosas peores nos desenganchamos a diario.
El blog es nuestra válvula de escape. Lo decía Elvira cuando comenzó con esa cosita tan bonita que se llama "El Cascanueces". Y algo de eso también debe conocer C., que acaba de abrir hace nada otra preciosidad: Isabella y la maceta de albahaca, una referencia preciosa a un cuento medieval. El género que a mí tanto me gusta.
¿Por qué escribimos? ¿Por qué nos exhibimos? ¿Por qué Facebook? ¿Por qué un blog? A veces siento que mi propia vida me arrastra a escribir en Falsirego. Que tiene más sentido mi escritura desde aquí. Y tú me lees en silencio, y no recurres al "me gusta" facilón de Facebook. Me escribes un comentario, o no. Y puede que tu huella quede en la trastienda de mi blog. Espero que la mía también quede un poquito dentro de ti.
Si Pablo encuentra esa magia, pronto os presentaré el blog de otro amigo. O también es posible que la magia él la encuentre en los versos de un cantautor y en la luna que anoche se escondía entre las nubes.
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16 de febrero de 2011
Impulsos
Es posible que los impulsos se produzcan, sobre todo, en momentos determinados de la vida de cada uno: la llamada no esperada (o desesperada), la declaración más inoportuna, la compra más arriesgada o el beso mejor robado suceden por impulsos.
Pero nunca nadie dijo que los impulsos dieran buenos resultados.
Se han terminado los exámenes y parece que el cerebro empieza a funcionar mejor, comienza a respirar, puede tomar decisiones.
Siempre he pensado que en periodos de exámenes, los trenes que llevan a la facultad van sobrecargados de inteligencia que brota a borbotones. Uno cree que su cerebro está paralizado, pero en época de exámenes es cuando se piensa con más claridad. O eso creo ahora que ya han pasado esos días. Millones de neuronas flotan entre los vagones. Miles de ojos circulan ávidos entre apuntes y las manos se apresuran a subrayar, a calcular, a teclear.
Pero terminan los exámenes y el cerebro se paraliza de golpe. Y la vida de rutina se transforma en vida impulsiva. Las decisiones se toman sin apenas uno darse cuenta. Un momento se piensa en algo, al momento siguiente se hace y dos minutos después ya hay arrepentimiento. A veces son útiles los impulsos. A veces se consigue con ellos lo que uno llevaba tiempo planteándose hacer. Pero hay impulsos que lo cambian todo. Impulsos propios causan daños ajenos. Pero posiblemente no seríamos quienes somos si no nos moviéramos por impulsos.
Esta vez el impulso fue el erróneo. El daño se hizo. Pero quedan muchos días para arreglar el entuerto. Espero que me den ese tiempo. Quizás tenga que esperar a los exámenes de junio. Es posible que para entonces un segundo impulso arregle el primero.
Pero nunca nadie dijo que los impulsos dieran buenos resultados.
Se han terminado los exámenes y parece que el cerebro empieza a funcionar mejor, comienza a respirar, puede tomar decisiones.
Siempre he pensado que en periodos de exámenes, los trenes que llevan a la facultad van sobrecargados de inteligencia que brota a borbotones. Uno cree que su cerebro está paralizado, pero en época de exámenes es cuando se piensa con más claridad. O eso creo ahora que ya han pasado esos días. Millones de neuronas flotan entre los vagones. Miles de ojos circulan ávidos entre apuntes y las manos se apresuran a subrayar, a calcular, a teclear.
Pero terminan los exámenes y el cerebro se paraliza de golpe. Y la vida de rutina se transforma en vida impulsiva. Las decisiones se toman sin apenas uno darse cuenta. Un momento se piensa en algo, al momento siguiente se hace y dos minutos después ya hay arrepentimiento. A veces son útiles los impulsos. A veces se consigue con ellos lo que uno llevaba tiempo planteándose hacer. Pero hay impulsos que lo cambian todo. Impulsos propios causan daños ajenos. Pero posiblemente no seríamos quienes somos si no nos moviéramos por impulsos.
Esta vez el impulso fue el erróneo. El daño se hizo. Pero quedan muchos días para arreglar el entuerto. Espero que me den ese tiempo. Quizás tenga que esperar a los exámenes de junio. Es posible que para entonces un segundo impulso arregle el primero.
14 de febrero de 2011
"Y yo no soy racista, pero..."
Tengo miedo a un tipo de discurso que está comenzando a ser muy común.
Es un discurso violento que ataca directamente al colectivo inmigrante -del país que sea- que vive en España y se sirve de los medios de comunicación y del populismo para fundamentarse. Toma como base las noticias y los casos de violencia o criminalidad que puedan producirse por personas de otros países y los generalizan hasta acabar por escucharse de boca de españoles 'tolerantes' frases del tipo: "Si estos vienen a España, que vengan a trabajar, no a hacer el vago. Si no, que se vayan a su (p***) país" -eso cuando directamente no se oye que vienen a quitarnos el trabajo-. Y cuando algún inmigrante causa algún suceso negativo, estas frases se oyen aún más. Y yo tengo miedo a la violencia que se genera y a los ataques que se producen hacia colectivos enteros que no tienen ninguna culpa de estos sucesos aislados. Mi punto de vista es éste: si un español comete alguno de estos actos y queremos recriminarlo, llenos de ira lo mandamos "a la mierda", porque ya está en su país. ¿Por qué entonces recurrir a las banderas, a las fronteras, a los países, para lanzar nuestro castigo a las personas que no están en su lugar de origen? Creo que porque la sociedad nos ha enseñado a ser racistas. Y lo somos incluso con nosotros mismos, porque la brasileña que no tiene otro recurso para subsistir que prostituirse es "una puta que podría quedarse en su país", pero al último futbolista brasileño que se ha puesto de moda lo tiene que contratar el mejor equipo de fútbol español "y pagarle un sueldo a su medida, que para eso mete muchos goles".
La guinda del pastel de estos ataques hacia el inmigrante pobre es tan común como el propio ataque: "Y que conste que yo no soy racista, pero gente así me hace serlo..."
Muchas veces deseo que no existan las divisiones regionales ni económicas. Que todos sintamos que formamos parte de un mismo todo en el que en el fondo no hay diferencias de ningún tipo. No me entra en la cabeza cómo los nacionalistas españoles que reniegan de la independencia de las "periferias", no pueden aceptar del mismo modo que la gente que llega de fuera, es tan parte ya de nosotros como nosotros mismos.
Es un discurso violento que ataca directamente al colectivo inmigrante -del país que sea- que vive en España y se sirve de los medios de comunicación y del populismo para fundamentarse. Toma como base las noticias y los casos de violencia o criminalidad que puedan producirse por personas de otros países y los generalizan hasta acabar por escucharse de boca de españoles 'tolerantes' frases del tipo: "Si estos vienen a España, que vengan a trabajar, no a hacer el vago. Si no, que se vayan a su (p***) país" -eso cuando directamente no se oye que vienen a quitarnos el trabajo-. Y cuando algún inmigrante causa algún suceso negativo, estas frases se oyen aún más. Y yo tengo miedo a la violencia que se genera y a los ataques que se producen hacia colectivos enteros que no tienen ninguna culpa de estos sucesos aislados. Mi punto de vista es éste: si un español comete alguno de estos actos y queremos recriminarlo, llenos de ira lo mandamos "a la mierda", porque ya está en su país. ¿Por qué entonces recurrir a las banderas, a las fronteras, a los países, para lanzar nuestro castigo a las personas que no están en su lugar de origen? Creo que porque la sociedad nos ha enseñado a ser racistas. Y lo somos incluso con nosotros mismos, porque la brasileña que no tiene otro recurso para subsistir que prostituirse es "una puta que podría quedarse en su país", pero al último futbolista brasileño que se ha puesto de moda lo tiene que contratar el mejor equipo de fútbol español "y pagarle un sueldo a su medida, que para eso mete muchos goles".
La guinda del pastel de estos ataques hacia el inmigrante pobre es tan común como el propio ataque: "Y que conste que yo no soy racista, pero gente así me hace serlo..."
Muchas veces deseo que no existan las divisiones regionales ni económicas. Que todos sintamos que formamos parte de un mismo todo en el que en el fondo no hay diferencias de ningún tipo. No me entra en la cabeza cómo los nacionalistas españoles que reniegan de la independencia de las "periferias", no pueden aceptar del mismo modo que la gente que llega de fuera, es tan parte ya de nosotros como nosotros mismos.
11 de febrero de 2011
¿Cómo estudiar la literatura?
Para responder a la pregunta del título, deberíamos hacernos antes otra pregunta fundamental: "¿Qué es literatura?". Ante esa pregunta, catedráticos, críticos y estudiosos de las letras tendrán mucho que decir. Porque en general a las personas nos gusta mucho establecer verdades absolutas y canónicas sobre lo que nosotros creemos que son las cosas. A mí antes me interesaba mucho esta discusión acerca de la literatura como arte, como estudio, su historia, las corrientes de crítica y teoría literarias y todas estas cosas que siguen hirviendo en muchos círculos de la intelectualidad de algunas ciudades y universidades españolas. Pero ahora yo todo esto "me lo paso por el forro de la chamarra", como dice Marwan, un cantante que me gusta mucho. Y es que creo que la literatura no se puede describir, no se puede estudiar, no se debería sufrir. La literatura se disfruta y te hace feliz. Y una vez que tenemos eso claro, uno empieza a entender mejor las cosas. Para mí el mejor profesor de literatura es aquel que te descubre los secretos que él mismo ha descubierto en una obra que considera maestra, genial, universal. Si no reconozco ese brillo en los ojos, si no encuentro ese punto de pasión literaria ni percibo la motivación del enseñante, entonces estoy perdida. Y ahí es donde comienza toda la retahíla de pensamientos tristes sobre por qué estudio literatura, por qué tengo que sufrir la literatura o por qué hay que soportar a profesores que autodefinen mentalmente la labor de profesor de literatura como aquella persona que pide que leamos mucho pero que no nos transmite nada. ¿Y qué es al fin y al cabo la literatura sino la comunicación de algo -lo que sea- a través de las palabras, los ritmos, los silencios...?
Tras este durísimo periodo de exámenes en el que he tenido que 'estudiar' cinco literaturas diferentes (como si la literatura pudiera fragmentarse así, tan alegremente), he sacado en claro varias cosas. Primero, que uno sólo puede acercarse de lleno a un texto que ama y que ha conseguido pasar por el filtro de su propia subjetividad, es decir, a un texto que ha hecho suyo de algún modo. Segundo, que aunque es cierto que la literatura va siempre de la mano de la historia, de la pintura, de otras artes plásticas o visuales, de la sociología o de la economía -según el periodo en el que se concibiera cada texto-, lo central es lo que el texto te cuenta de todas estas cosas, lo que te mueve por dentro. Por eso, yo prescindiría de etiquetas. Por eso disfruto tanto de la literatura medieval, porque se mete toda dentro de un saco, se olvida uno de etiquetar el estilo o la corriente a la que pertenece cada obra y uno se pierde tratando de averiguar qué quisieron transmitir los escritores de aquel momento. Con la literatura de los siglos XIX y XX, por ejemplo, uno tiene que tener muy claras todas las etiquetas y colocar cada pieza en un cajón. Y cuidado con confundir realismo con naturalismo, la técnica cubista con la del collage. Por último, la literatura no se estudia. La literatura se la lees a un amigo en voz alta, la literatura imprime en tu subconsciente impresiones que acaban conformando un poco tu forma de ser, la literatura se bebe con los ojos y con la mente... Pero la literatura no se estudia. Así que, tras el momento epifánico de este final de exámenes, estoy perdida ante el próximo junio. Si la literatura no se estudia pero me examinan de ella, ¿qué voy a hacer?
Lo único que me otorga un poco de paz es saber que con exámenes o sin ellos, con filologías o sin ellas, siempre habrá literatura, siempre habrá un poeta o un escritor creando para mí, siempre estarán los poetas o los escritores que llevan siglos creando para mí. Y, al igual que estos últimos días me he apasionado con la lectura sosegada de Kirmen Uribe por el puro placer de la lectura, espero que me sigan llegando textos tan magníficos -dentro o fuera del curriculum de Filología Inglesa de la UAM- y disfrutarlos. Y si algún día vuelvo a ser profesora, ya me buscaré el modo de transmitir literatura.
Tras este durísimo periodo de exámenes en el que he tenido que 'estudiar' cinco literaturas diferentes (como si la literatura pudiera fragmentarse así, tan alegremente), he sacado en claro varias cosas. Primero, que uno sólo puede acercarse de lleno a un texto que ama y que ha conseguido pasar por el filtro de su propia subjetividad, es decir, a un texto que ha hecho suyo de algún modo. Segundo, que aunque es cierto que la literatura va siempre de la mano de la historia, de la pintura, de otras artes plásticas o visuales, de la sociología o de la economía -según el periodo en el que se concibiera cada texto-, lo central es lo que el texto te cuenta de todas estas cosas, lo que te mueve por dentro. Por eso, yo prescindiría de etiquetas. Por eso disfruto tanto de la literatura medieval, porque se mete toda dentro de un saco, se olvida uno de etiquetar el estilo o la corriente a la que pertenece cada obra y uno se pierde tratando de averiguar qué quisieron transmitir los escritores de aquel momento. Con la literatura de los siglos XIX y XX, por ejemplo, uno tiene que tener muy claras todas las etiquetas y colocar cada pieza en un cajón. Y cuidado con confundir realismo con naturalismo, la técnica cubista con la del collage. Por último, la literatura no se estudia. La literatura se la lees a un amigo en voz alta, la literatura imprime en tu subconsciente impresiones que acaban conformando un poco tu forma de ser, la literatura se bebe con los ojos y con la mente... Pero la literatura no se estudia. Así que, tras el momento epifánico de este final de exámenes, estoy perdida ante el próximo junio. Si la literatura no se estudia pero me examinan de ella, ¿qué voy a hacer?
Lo único que me otorga un poco de paz es saber que con exámenes o sin ellos, con filologías o sin ellas, siempre habrá literatura, siempre habrá un poeta o un escritor creando para mí, siempre estarán los poetas o los escritores que llevan siglos creando para mí. Y, al igual que estos últimos días me he apasionado con la lectura sosegada de Kirmen Uribe por el puro placer de la lectura, espero que me sigan llegando textos tan magníficos -dentro o fuera del curriculum de Filología Inglesa de la UAM- y disfrutarlos. Y si algún día vuelvo a ser profesora, ya me buscaré el modo de transmitir literatura.
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