28 de febrero de 2011

Saudade

Pienso en Portugal como ese gran desconocido.

En la era de los vuelos baratos, se ha creado entre los jóvenes españoles la sanísima costumbre de viajar. Y es raro el amigo que no conozca ya media Europa, incluidos los países escandinavos y hasta Rusia, hasta hace unos pocos años destinos inconcebibles para la mente peninsular. Muchos de ellos, también han cruzado ya el charco. Mis amigos y yo, que rondamos la década de nuestros veinte, somos unos privilegiados, conocedores de ciudades que a nuestros padres les costó la boda conocer o que ni siquiera han llegado a imaginar. Sin embargo, parece que hemos dado la espalda a Portugal. Españoles que han viajado a Canadá antes de darse un paseo por Lisboa. Me sorprende. Y me entristece.

Porque Portugal es luz. Para mí también fue un descubrimiento tardío y muy parcial. Sin embargo, fue el gran descubrimiento europeo. Portugal es nuestro vecino más cercano, con el que más parcelas compartimos, y tengo la sensación de que en lugar de crearnos fascinación, solo nos produce lástima o compasión ("los pobres europeos"). Una compasión tan solo comparable a la que nos produce Grecia. Pero a Grecia vamos ansiando encontrar nuestras raíces, la esencia de nuestra filosofía mediterránea, de nuestro estilo de vida, las bases de la inteligencia de nuestra civilización. A Portugal vamos -o íbamos, discúlpame el anacronismo- a comprar toallas. Las comparaciones son odiosas, pero aunque esté generalizando, creo que esa es la imagen que tenemos de Portugal. Y eso que Portugal es luz y poesía. Es música, es mar, es Pessoa, es Saramago -cultura-, es color, es calidez, es fado, es dulzura. Compartimos historia y la raíz de nuestro idioma, pero le damos la espalda. ¿Por qué?

Quiero aquí reivindicar una mayor presencia en nuestras vidas del país vecino. Portugal no es para hacer turismo y volver con la memoria de la cámara repleta de fotografías. Portugal, como cualquier destino que elijamos, por supuesto, es para pasearla, para escucharla, para sentirla y que su magia nos inunde. La fuerza de Portugal nos llena y, cuando estamos lejos de ella, hasta los que no somos portugueses sentimos saudade.

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