Este año, el 11 de marzo a las 8 de la mañana estaba perdiendo un tren a Bilbao. En el trayecto en cercanías desde casa hasta Chamartín, no dejé de pensar en el 11 de marzo de siete años atrás. Me habría gustado haber escrito algo aquel día, una pequeña conmemoración, un recuerdo a J.L., un homenaje, un no-sé-qué, porque, ¿también hay que celebrar las cosas tristes? Quizás debamos no olvidar, mantener abierto el recuerdo para aquellos que se fueron. En mi habitación sigue estando la piña que nos dieron en el funeral de J.L. como recuerdo. Pero no hubo entrada el 11 de marzo.
Unas horas después de las 8 de la mañana, montada en otro tren que me llevaba a Vitoria, me enteré del desastre de Japón: el terremoto de 8.9. Y la noticia quedó como un murmullo que salía de la boca de los empleados del tren. Vitoria estaba cerca y a mí me importaba llegar a mi destino, poner los pies en tierras vascas y ver a mis amigos. Aiala me esperaba en el andén. Pisé Vitoria y me olvidé de las hostilidades del tren y de Japón; me sentí en casa.
Lo que pasó después, las risas, los amigos, la alegría, el mar, las fotografías, los cielos "sargorripean", los eskerrik asko y ongi etorri, el funicular, la Arboleda, el carnaval, el poteo, las alubias,... Todo eso me colocó en un mundo paralelo hasta donde sólo llegaban ecos del desastre nuclear de Fukushima. El 11 de marzo que estaba cargado con el recuerdo de J.L. empezaba a llenarse de otros recuerdos más tremendos y algunas felicidades breves e intensas: las de quien se siente en casa estando fuera, las de la amistad.
El fin de semana pasado nos cambió un poco a todos. El mundo es distinto desde que ha ocurrido el terremoto de Japón. Toda Europa, todo el mundo está en estado de alarma. El mundo tal y como lo conocí hace siete años cambió un 11 de marzo. Mi mundo de ahora, nuestro mundo, ha vuelto a dar un giro de 180 grados también un 11 de marzo. Mientras tanto, yo también, a nivel personal, experimento cambios, porque tengo una cámara de fotos nueva que me hace ver el mundo con otros ojos, porque Nahikari y su realidad de Portu me han hecho ver la realidad desde diversas perspectivas; porque M. me ha escrito y me ha dicho que se alegró de verme aquellas dos horas; porque Manuel confía en mí y creo que sabe que puede hacerlo; porque Elvira me llamó para que comiéramos juntas; porque Carmen tiene un tarro de mermelada de mandarina para mí; porque Mario y yo estudiamos sintaxis juntos o porque mi ordenador reinstalado vuelve a funcionar tan bien como siempre. Mi mundo de ahora ha vuelto a dar un vuelco, el 11 de marzo un terremoto apenas perceptible nos cambió a todos un poco por dentro. Nuestras certezas con respecto a la sociedad a la que pertenecemos cambiaron un poco.
Pero solo los vuelcos nos hacen avanzar, aunque como en Japón ahora lo hagan encerrados en casa, con lágrimas de impotencia en los ojos.
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