6 de noviembre de 2011

Somos seres naturales

Cuando decidí aceptar la beca para venir a Londres, imaginé la experiencia londinense como una experiencia urbanita, porque Londres, junto con Nueva York, es la ciudad, por antonomasia. De hecho, posiblemente, en Europa, Londres sea la que más merezca el título que le acabo de otorgar.

Sin embargo, mi experiencia real de Londres es una experiencia muy natural. Natural en varios sentidos. El literal, el que salta a la vista, es ese que tiene que ver con que vivo en un lugar rodeado de naturaleza mire por donde mire. Al asomarme a la ventana de mi cuarto veo árboles y un río. Es un tramo un poco estrecho del Támesis el que me saluda cada mañana, pero es una bonita y brillante masa de agua. Está ahí siempre y me hace feliz porque, como ya escribí aquí alguna vez, yo misma soy pura agua. Así que el río y yo nos mimetizamos el uno en la otra creando una unidad líquida que equilibra la solidez de los árboles y los caminos que también forman parte de este entorno. El río, los caminos y los animales. Nunca en una ciudad me había sentido tan parte del paisaje natural. Soy un elemento más aquí. Siento que combino bien con los zorros, las ardillas, los gansos y las arañas. Y ese sentimiento, estando en Londres, me causa a la vez una mezcla de extrañeza y normalidad difícil de expresar con palabras.

Vivo entre Hammersmith y Barnes, estando el segundo caracterizado por ser una zona acomodada de Londres. Un área que tiene un parque natural y tienditas pequeñas y acogedoras donde comprar ovillos de lana o las mejores calabazas de la zona. Barnes es un barrio-pueblo donde la llegada del otoño se vio reflejada claramente en el color del cielo y de las hojas de los árboles. Y ese momento llegó de la forma más natural, porque la naturaleza y la civilización -si es que se pueden contraponer estos términos de este modo- se fundieron en uno, como el río y yo cada día.


Con respecto al sentido más metafórico de la experiencia natural que está siendo Londres, tengo que decir que las cosas suceden con sencillez y facilidad. Todo es natural. El contacto mismo con la ciudad y el paisaje, las relaciones con la gente, el modo en que me voy volviendo más fluida en inglés y la capacidad de ser equilibrada, sincera y justa con la gente. Todo ocurre como en un proceso natural lento pero afianzado. Es como la coloración -o decoloración- de las hojas y el acortamiento de los días. Todo sucede de forma paulatina pero constante y real; de forma muy natural. Y yo soy tan consciente de ello y he reflexionado tanto acerca del tema, que quería dejar constancia escrita aquí de que somos seres naturales y de que esos trozos de naturaleza real de los que estamos hechos afloran siempre y cuando estamos atentos a nuestro alrededor. Porque, eso sí, nunca podremos ser seres naturales si no abrimos bien los ojos, miramos a los demás y a lo demás con curiosidad y aprendemos que formamos parte de algo mucho más grande e importante. Algo que es visible y tangible, no una simple idea. 

Te voy a pedir un pequeño favor: sorpréndete con la naturaleza, mira con ojos bien grandes lo que está más allá del bloque de pisos donde vives, porque siempre hay algo más. Solo depende de los ojos con los que lo observes.

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