Este cuadro, pintado por Vanessa Bell, es un retrato de su hermana Virginia, al final de su vida, ya muy enferma.
Te presento hoy a estas dos mujeres, porque hoy es el día en que se celebran los derechos de la mujer. Sé que, a estas alturas de la vida, ya no piensas eso de "Tú, mujer, no necesitas formarte ni estudiar porque vas a vivir de tu marido". Pero también sé que ya no piensas eso porque mujeres como Vanessa Bell o Virginia Woolf abrieron el camino.
Woolf fue una de las primeras pensadoras feministas que escribió sobre los derechos de la mujer. En el ensayo Una habitación propia (1929), Woolf habló sobre las capacidades intelectuales de las mujeres y lo poco reconocidas que estaban; habló de la lucha de sexos y desarrolló la metáfora de la habitación propia como lugar en el que desarrollarse independientemente de los varones.
Afortunadamente, ellas estuvieron rodeadas de hombres que supieron reconocer su talento artístico y literario. Afortunadamente, nosotros ahora tenemos sus textos y podemos seguir luchando por que se reconozcan completamente nuestros derechos.
Toda esa polémica de sexo contra sexo, de cualidad contra cualidad; todo ese alarde de superioridad e imputación de inferioridad, pertenecen a esa etapa escolar de la evolución humana en que hay “lados”, y es preciso que un “lado” le gane al otro y es de suma importancia ascender a una plataforma y recibir de manos del director en persona una copa de lo más artística. Las personas, a medida que crecen, dejan de creer en “lados” o en directores o en copas de lo más artísticas.
La independencia intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres han sido siempre pobres, no sólo por doscientos años, sino desde el principio del tiempo. Las mujeres han tenido menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres, por consiguiente, no han tenido la menor oportunidad de escribir poesía. He insistido tanto por eso en la necesidad de tener dinero y una habitación propia.
Virginia Woolf, Una habitación propia.
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