* Aunque los personajes presentados en esta serie son reales, he distorsionado o cambiado sus nombres para proteger su identidad.
MUSTAFA
Mustafa es joven. Mustafa es musulmán y vive en una ciudad del sur de Madrid. Acude las tardes de los martes y los jueves a clases de español. A mí me encanta Mustafa. Siempre sonríe y se sonroja cuando articula una frase perfecta en español y le felicitamos por ello. Tamborilea con los dedos sobre la mesa; anota vocabulario en los márgenes de su bloc de notas y pregunta en árabe a sus compañeros qué significa tal o cual palabra.
A Mustafa le brillan los ojos cuando habla de Marruecos y de sus tradiciones musulmanas. Lleva dos años sin probar el cuscus y se le hace la boca agua cuando nos explica las diferentes recetas de cuscus que conoce. Nos invita con los ojos a adentrarnos en su cultura y nosotras no podemos rechazarle nada.
A veces tengo la sensación de que, igual que el resto, Mustafa acude a clases para defender su cultura y despojar los prejuicios que tenemos hacia los musulmanes. Aprender español es la excusa. Creo que Mustafa, igual que el resto, viene para sentirse escuchado por españoles, para sentirse uno más entre todos, para compartir, para conocer gente, para no sentirse tan solo. Quizás yo también esté en clase para sentirme menos sola, para sentirme escuchada por gente de otras partes del mundo, para sentirme una más entre todos, para compartir, para conocer gente. Enseñar español es la excusa. Cuando pienso esto, me doy cuenta de que en el fondo nos parecemos. Aunque al final de las clases, Mustafa acuda a mí y me implore, con los ojos llenos de una súplica que no entiendo, que crea en algo, que tenga una religión, que por favor crea.
¡En el fondo somos tan diferentes! Le hablo de mi amiga Marina, de cómo nos entendemos sin entendernos. Pero no comprende. Su nivel de español no es suficiente. Y su concepción de la religión es muy diferente. Su tabla de salvación es el Islam. La mía, los martes y los jueves por la tarde, son ellos. El Bien para mí está en obrar siguiendo las normas de mi propia moral. Se lo digo y niega con la cabeza. Me tiende un folleto que se llama: "La concepción de la mujer en el Islam" y me pide que lo lea. "Está bien, lo leeré. Pero no me voy a convertir", le digo. Él me dice: "Claro, tú eres libre de ser lo que quieras ser. Pero por favor, cree en algo".
Somos diferentes. Tan diferentes como Marina y yo.
En el fondo nos parecemos.
4 comentarios:
¿Qué hay detras de "Por favor, cree en algo"? ¿Debilidad, necesidad de seguridad, necesidad de identificación, estar del lado del dios, imposibilidad de salir de la tradición, impotencia? ¿Qué?
Hermoso, muy hermoso. Porque hay más vida que literatura. Y lo literario ya era hermoso, por cierto. Y, por cierto, ¿por qué ocurre que los creyentes nos instan a creer y los no creyentes somos muy contenidos a la hora de inducirles a ellos al ateísmo? Si alguien lo sabe...
Mañana veré de nuevo a Mustafa, con el que aún tengo una conversación pendiente. Quizás de ella salga un "Personajes reales /1bis". Trataré de desentrañar un poco esa súplica. Supongo que la diferencia no está solo en la religiosidad o la irreligiosidad (¿existe esta palabra?) de los dos, sino en la cultura. Es probable que en el mundo islámico la no-religión sea el sin-rumbo de la vida.
Gracias por seguir siguiéndome.
Lo que a ti te parece probable a mí también me lo parece. Situarse al margen de la religión en un Islam cerrado es perder el sentido, por lo que yo sé.
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