* Aunque los personajes presentados en esta serie son reales, he distorsionado o cambiado sus nombres para proteger su identidad.
JAMAL
Alumno de primero de la ESO. Repetidor. Calculo que tendrá quince años, aunque no estoy muy segura. El desfase edad-curso es evidente.
Jamal es educado. Escucha atentamente y toma notas. Asiente, mira de frente y a veces responde acertadamente. Eso me da esperanzas.
Es hijo de padres marroquíes, él nació en Marruecos, pero vive en España desde que es un bebé. Está completamente -también aparentemente- occidentalizado, aunque la huella del Islam o de una educación machista está convirtiéndolo en un ser odioso. Al ser yo su tutora debo escucharle, aconsejarle, ayudarle. Siempre que tiene problemas, acude a mí. Lo de la semana pasada ya colmó mi paciencia. Falsificación de documentos públicos del centro educativo y amenazas de muerte a un compañero. Hasta ahí, nada del otro mundo dentro del ámbito de la enseñanza secundaria, donde este tipo de cosas no son el pan de cada día, pero sí ocurren de vez en cuando.
Mis compañeros y yo empezamos a tirar del hilo y descubrimos que también le hace la vida imposible a otro estudiante del centro. Alumno mío, también, que finalmente me cuenta, casi con lágrimas en los ojos, que no está tranquilo saliendo a la calle los viernes por la tarde. Tiene miedo a que Jamal lo vea y que sus amigos le peguen una paliza. Esto lo confiesa un alumno que una semana atrás se ha enfrentado cara a cara conmigo y no se achanta ante nadie. Me preocupo.
Seguimos tirando del hilo. Sale a relucir una historia de amor. Al menos hay una chica por medio. Nos enteramos de que amenazaba porque la chica que le gusta estaba saliendo con el otro chico y no puede permitir que eso ocurra. La chica en cuestión deja al primer amenazado y le pide salir a Jamal, él no acepta. No quiere ahora historias de chicas, porque debe centrarse en los estudios. Nadie entiende nada. Sólo la chica. A ella le gusta sentirse el centro de esta disputa que más parece de gallos que de seres racionales. Cuando ella, Sara, se entera de que Jamal será castigado, acude preocupada a hablar conmigo. Por favor, quitadle el castigo. No. Por favor, tiene muchos problemas en casa y otro castigo más puede traer consecuencias desastrosas. Lo siento, Sara, debió pensarlo antes de hacerlo. Las amenazas a miembros de la comunidad educativa son seriamente penadas. El asunto es grave: se trata de abuso escolar. Ella implora su perdón. Sigo tirando del hilo. Me entero, de forma velada, que Jamal siempre hace eso: siempre amenaza a todos los chicos que se acercan a Sara. Les dice que no se aproximen a ella si no quieren recibir una paliza. Sara sólo vive ya para Jamal. Me confiesa que le quiere y por eso acepta el hecho de que se comporte así. Le pido, por favor, que piense en la espiral en la que está entrando. Le advierto de que el comportamiento de Jamal roza los límites del maltrato. A ella le da igual. Le quiere y no quiere perderle como amigo, no puede desengancharse. También tiene quince años.
Tengo que terminar a la fuerza la conversación. Me supera. No entiendo qué pasa. No entiendo la actitud de Jamal; pero tengo miedo por Sara. Quiere a un maltratador. Le gusta que pegue por ella, le hace sentirse bien. Y él continúa afirmando que prefiere estar solo ahora, que ya lo pasó mal cuando estuvieron saliendo juntos y que no quiere repetir la experiencia. Tengo miedo porque la rechaza pero no la deja libre. Le he hablado a Sara sobre la libertad. Le digo que ella no es libre, que no es feliz, que rompa con esa relación ya. Ella agacha la cabeza, murmura un débil "Sí, ya...". Me mira a los ojos, desafiante, y repite: "No puedo, profe, no puedo, es que yo... yo le quiero".
Fin de la conversación.
1 comentario:
Entender las cosas que cuentas, que son las cosas que pasan hoy -y no sólo entre adolescentes- es muy difícil. Demasiado difícil a veces. Es posible que sólo comprendan esto los que tratan estas cosas con estos alumnos. A veces parece que la racionalidad les ha sido encerrada en una especie de caja fuerte y han tirado la llave al mar.
No encuentro otra esperanza y otra fuerza que la de insistir y esperar que haya suerte y que algo de lo que uno ha dicho haga efecto alguna vez. Y si no, qué le vamos a hacer.
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