17 de febrero de 2010

Personajes reales* /6

* Aunque los personajes presentados en esta serie son reales, he distorsionado o cambiado sus nombres para proteger su identidad.

ALEXANDER

La bondad viene desde Bulgaria y está personificada en él.

No es ni rubio del todo ni tiene los ojos azules. Tampoco sé si todos los búlgaros responden a ese canon, pero siempre los imaginé así.

Procede de una ciudad con nombre de reina y que evoca sabiduría, la que él parece ignorar, pero que conoce bien. Porque Alexander es un sabio. A su manera. Suspende un examen tras otro (aunque parece que ahora la cosa va mejorando) porque no domina el español y según él, en España, los profesores son muy exigentes. Lo cierto es que se esfuerza y creo que su esfuerzo va a merecer mucho la pena. Sabe analizar sintácticamente a la perfección la oración: "Quiero que Alexander venga hoy a clase", y eso que es una subordinada, y ésas, profe, son más difíciles. Alexander es un sabio porque sabe de la vida. Ha vivido con muchas carencias y aprecia lo que tiene aquí. Los fines de semana va a entrenar al rugby, con su cuerpo robusto de chico del este. Siempre está con gente, aunque su mundo interior es tan grande que parece que no le hace falta nadie. Tampoco echa de menos no salir con amigos búlgaros o con españoles. No tiene tiempo. Es que entrena mucho, profe.

Juega al rugby y estudia lengua, su talón de Aquiles. Pero es que su profe es muy exigente, como todos los profes españoles. Me alegra no tener que ser yo su profe de lengua, porque no podría suspender a alguien tan trabajador y esforzado.

De Alexander me gusta su forma tierna y respetuosa de disculparse cuando sabe que ha hecho algo mal. Cabeza gacha, mirada hacia el suelo, media sonrisa y un "Lo siento, profe" con su erre de frenillo tan inconfundible y ese acento duro de la gente de su tierra.

También me conmueve. Un día, un compañero había olvidado su lápiz de dibujo en casa y gritó en medio de la clase que no lo tenía allí. Alexander levantó la cabeza, se levantó del sitio y agarró su lápiz amarillo de dibujo (el que cuidaba desde principio de curso) entre las dos manos. Lo rompió por la mitad y le dio la parte que tenía punta a su compañero. Él se quedó con la parte más pequeña del lápiz y se acercó a la papelera, para sacar punta a su mitad. Dos semanas después, Alexander dibujaba con menos de tres centímetros de lápiz, mientras que su compañero, al que le prestó el lápiz amarillo, volvía a perder u olvidar el material de clase.

Tras esta historia, solo me quedan sonrisas para Alexander. Solo me quedan palmadas en la espalda, ánimos y enhorabuenas. Porque la semana pasada, por fin, aprobó su primer examen de inglés.

3 comentarios:

Javier dijo...

Buenísimo lo del lápiz!

Vi esto y me acordé de ti

http://www.tecnoloxia.org/principal/?p=2688

Falsirego dijo...

jajaja,
moitas graciñas, Javi.

:D

Manuel Casal dijo...

¿Cuántas veces hará Alexander su generosa acción con el lápiz después de ver cómo sus insensibles receptores no valoran su donación?

¿Cómo ha podido llegar a estar el patio como está para que el generoso tenga que serlo a pesar del necesitado?

A veces la vida se pone muy difícil para el que tiene conciencia de su humanidad.