Leer el libro de notas o diario de un escritor incita, siempre, a la escritura. Aunque ésta sea tortuosa. Vila-Matas, del que me sorprende su humanidad –patada a los prejuicios y distancias ante el desconocimiento-, carga su dietario voluble de referencias literarias, filosóficas y culturales en general. También hay algo de música. Y la reiterada presencia de los textos de Kafka, que ha picado mi gusanillo lector y he vuelto a él como quien no lo ha leído nunca – el checo quedaba ya en el rincón casi olvidado de las lecturas de adolescencia-. Y Kafka reaparece más genial y brillante que en todas las referencias que leo de él. La ficción siempre supera a su crítica.
Kafka y Gregor Samsa, que son creador y creado, se me antojan la misma pieza en el entramado literario. Y parece que el narrador es el propio inconsciente de quien lo lee. Porque es ahí adonde van irremediablemente las palabras. Y de donde salen para cobrar vida de nuevo en el sueño.
Esperaba impaciente que mi sueño se plagara de imágenes que recrearan la historia del joven viajante y su hermana Grete, que intuyo que es más protagonista que el propio transformado. También esperaba que hubiera en mi sueño alguna alusión a los fantasmas del pasado que se han paseado por mi presente estos últimos días. Pero no. Más allá de todo lo esperado, el inconsciente me ha jugado una hermosa pasada. Enrique Vila-Matas transformado en palabras sutiles y en el juego a hacerse el encontradizo de todos los textos que uno quiere escribir, aparece en mi sueño y me contagia la inquietud del escritor que no debe dormir para no dejar escapar frases inolvidables.
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