2 de octubre de 2010

El tren me lleva a Lorca

Harold Bloom, el crítico literario, habla de esos textos que no necesitan una relectura. Son los textos grandes en sí mismos y por sus personajes. En algún punto de la obra de Bloom, El canon occidental, se nos dice que los autores canónicos crean personajes que sirven de referentes e influyen en obras posteriores -personalmente, creo que acaban influyendo no sólo a obras literarias posteriores, sino a cualquier obra humana; ¿con qué palabra, si no, definir a los donjuanes?- .

Pero no hace falta leer un tratado de crítica literaria o de teoría de la literatura para darse cuenta de cómo hay personajes recurrentes que acaban logrando ser tan importantes o más que sus creadores. Básicamente porque los sobreviven. Y no sólo eso, sino que a veces nos los encontramos en la vida diaria y los convertimos en metáforas de las personas que nos rodean.

Cuando leía a Bloom, eché de menos que mencionara a Celestina como uno de estos personajes. Sin embargo, él habla de Ulises, Otelo o Hamlet. Al hablar del canon se centra más en la literatura inglesa que en el resto de literaturas europeas y se olvida de nuestra Celestina. Pero también se olvida de las mujeres de Lorca. Y ahí era donde quería llegar yo en esta reflexión de blog.

Ayer viajaba en tren, como siempre. Y aquí no puedo más que hacer un guiño a mi amigo Manuel, que dice que me paso la vida en los trenes. En ese ir y venir de vida en trenes de cercanías; en ese leer y mirar el microcosmos de los vagones donde el azar me lleva cada día, me he topado con tres mujeres de una fuerza increíble. Parecía que se escapaban de una tragedia de Lorca y se diluían en la realidad. Mujeres de la edad de Bernarda pero con la rebeldía de Adela. Mujeres andaluzas con pelo negro recogido en moños que defienden a sus hijos como la Madre de Bodas de sangre. Entre Sol y Parla he visto todo el repertorio de mujeres de garra de Lorca sentado frente a mí. Y me ha dado por pensar en las palabras de Harold Bloom. Y he sentido orgullo de pertenecer al universo lingüístico lorquiano y pensar que también sus personajes son individuos, pero son universos. Universos de sentimientos, de llantos y de ideas.

He pensado todo esto y finalmente me ha quedado en vilo una pregunta para la que no voy a tener respuesta ahora ni nunca, ¿qué fue primero, Lorca o estas mujeres que viajaban ayer por la tarde en el tren? ¿Quién fue primero, Fernando de Rojas o la Celestina? Para Harold Bloom hay una respuesta a esto: el primero y el único es Shakespeare. Solo existe Shakespeare, y de ahí, el mundo. No sé aún si estar de acuerdo o no.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El ser humano y luego Shakespeare. No pude sino acercarme y ser (a)cercado por Shakespeare cuando me dí cuenta de qu elo uyo on "dramas" como los de Lorca, de personajes y fuerza, de folklore y su garra social. Claro, desde otra époc y demasiado cubierto por todod esos cánones como los de Bloom. Sueño de una Noche de Verano es mi fantasía de vida preferida y ahora que se "justifica" el druismo como religión (que nunca llegue a ser tal pero que se le respete bajo esa etiqueta) va bien unio a ello.

Entre medias el acordarme de tí y de tu destino. Y me encuentro con este viaje en tren. Ya sabes, me recuerdas a una línea que me dedicaste y que ahora me re-cuerda. Yo hace un rato pensaba en Medem, ya se me había olvidado.

Anónimo dijo...

Debes tenerlo muy claro: lo primero fue el tren, luego el tren, es decir, el viaje. Y luego, solo luego, Fernando de Rojas, y el primo que le escribió y regaló el primer acto, y luego esas mujeres. Y despúés, Lorca. Pero primero el tren. Siempre el viaje. Aunque el viaje a veces sea solo virtual. O digital. Es decir, a dedo.