No me educaron para triunfar. Me educaron para hacer las cosas bien, para pensar con criterio propio y tomar las decisiones más convenientes para mí misma y para las personas que me rodean.
Considero que soy una persona bien educada. ‘Bien educada’ en el sentido en que tanto mis padres como mis profesores me han dado buenos modelos y han hecho bien su labor educadora.
Me da la sensación de que ahora triunfa mucho la idea de no educar o educar mal y la de educar para triunfar. Eso último está bien cuando el triunfo se hace con valores de compañerismo, sin competencia desleal, aprendiendo y aportando cosas interesantes al resto. Lamentablemente, la educación para el triunfo se basa en pilares podridos como la trampa, el engaño, el ocultamiento de información o el trato vejatorio al resto de compañeros con los que compites. Por eso, la gente que triunfa o que ha triunfado es gente que usa malas artes, que se ríe del resto, que antepone su bienestar al de las personas que le rodean. En fin, creo que es gente mala. Y el triunfo, que uno imaginaría como un valor positivo, un resultado esperable y aceptable, se convierte en un cáncer de la sociedad que empieza a carcomerla por la superficie y va infectándola en lo más profundo.
Creo que la idea de educar para triunfar no es mala, siempre y cuando se tenga muy claro qué es triunfar. Triunfar no es alcanzar el puesto más importante en la empresa, no es sacar las mejores notas, no es casarse y tener tres hijos, no es sacar la licenciatura en cuatro años en lugar de en ocho, no es tener más dinero que todos. No. Eso no es triunfar. Triunfar es lograr ser felices con lo que hacemos y saber transmitir esa felicidad a las personas que están cerca de nosotros. Y para lograr una felicidad sana y humana que no se sustente en el dinero y la posesión de bienes naturales, hace falta una buena educación.
Considero que soy una persona bien educada. ‘Bien educada’ en el sentido en que tanto mis padres como mis profesores me han dado buenos modelos y han hecho bien su labor educadora.
Me da la sensación de que ahora triunfa mucho la idea de no educar o educar mal y la de educar para triunfar. Eso último está bien cuando el triunfo se hace con valores de compañerismo, sin competencia desleal, aprendiendo y aportando cosas interesantes al resto. Lamentablemente, la educación para el triunfo se basa en pilares podridos como la trampa, el engaño, el ocultamiento de información o el trato vejatorio al resto de compañeros con los que compites. Por eso, la gente que triunfa o que ha triunfado es gente que usa malas artes, que se ríe del resto, que antepone su bienestar al de las personas que le rodean. En fin, creo que es gente mala. Y el triunfo, que uno imaginaría como un valor positivo, un resultado esperable y aceptable, se convierte en un cáncer de la sociedad que empieza a carcomerla por la superficie y va infectándola en lo más profundo.
Creo que la idea de educar para triunfar no es mala, siempre y cuando se tenga muy claro qué es triunfar. Triunfar no es alcanzar el puesto más importante en la empresa, no es sacar las mejores notas, no es casarse y tener tres hijos, no es sacar la licenciatura en cuatro años en lugar de en ocho, no es tener más dinero que todos. No. Eso no es triunfar. Triunfar es lograr ser felices con lo que hacemos y saber transmitir esa felicidad a las personas que están cerca de nosotros. Y para lograr una felicidad sana y humana que no se sustente en el dinero y la posesión de bienes naturales, hace falta una buena educación.
1 comentario:
Estás lúcida y lucida, P.Qué gusto leerte. Un beso.,
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