Hace unos días, recomendaba mi amigo Manuel en su blog el tener siempre a mano la foto de alguien sonriendo, que eso nos hace ver que hay otra manera de vivir, y es verdad. Mejor que las fotos es el propio rostro del amigo que te sonríe. Y más cuando esa persona tiene que sobrevivir como puede porque sus condiciones son siempre desfavorables.
Ayer por la noche encontré a Belavar en la calle. Sonreía. Llevaba un carro de un supermercado lleno de chatarra, estaba trabajando. Sonreía. Se alegró por verme y me dijo que siempre trabajaba hasta tarde, cuando en las calles sólo están la policía, los camiones de la basura y él mismo. Volvió a sonreír. Y me acordaba de su sonrisa en clase, cuando a sus sesenta años no le importa compartir lápices y cuadernos con jóvenes de veinte; cuando su edad, su religión y su condición no le impiden recibir clases de una mujer la mitad de joven que él y con las mismas esperanzas: las de un futuro mejor. Él recoge lo que a nosotros nos sobra, y sonríe. También sonríe cuando aprende una palabra nueva y todos los días nos da las gracias por enseñarle español.
Esa sonrisa, como la de Edyta, Hanane, Plamen, Jamal, Dris, Omar, Samir o Bouzid, me habla de que hay otra manera de vivir. Me habla de esperanzas por lograr vivir con honradez a pesar del desarraigo, la pobreza o el hambre. Me habla de humanidad. De una humanidad que no se agota a pesar del sufrimiento de vivir fuera de casa y sufrir el rechazo de algunos. Una humanidad que se va haciendo tan grande que ni siquiera puede entrar en los corazones de quienes lo recibimos, empequeñecidos ya y acostumbrados casi únicamente a las malas caras, al egoísmo; a la tacañería de sensibilidades y humanidad.
1 comentario:
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