Existió una vez, en Parla, un profesor de autoescuela tan malo que sus alumnos llegaron a sospechar si realmente era el profesor u otro usurpador de personalidades y profesiones de estos que proliferan tanto actualmente. Porque los políticos ya no son políticos, algunos enfermeros tampoco parece que efectivamente lo sean y muchos profesores se pavonean de su labor (como si en esta época se reconociera como es debido la docencia) y sin embargo no saben ni siquiera por qué han acabado en un aula, frente a una recua de alumnos con el reto, a veces irrealizable, de enseñar. Para ser sincera, a estas alturas del curso de conducción, ya me da igual lo que me enseñen con tal de aprender algo. Pero parece ser que mis necesidades de aprendizaje no se corresponden con las necesidades laborales del profesor de autoescuela que me ha tocado en gracia. Me mortifico diariamente (ni que esperase alguna recompensa celestial) acudiendo puntual a mi cita con ese noble profesional que no hace más que leer (y mal leída) la pantalla de la fabulosa pizarra digital que muchos institutos públicos madrileños ansían. En la pizarra él lee lo mismo que leo yo en el libro. Hasta ahí la cosa no va mal, visto el panorama actual de enseñantes en el que el profesor se limita a leer el texto mientras que el alumnado subraya alguna idea y espera, con una esperanza que no es real, a que ese mismo profesor explique algo que el autor del texto dio por sabido. Algunas veces hay suerte y ocurre que el enseñante explica. Otras veces, como en el caso de mi maestro de circulación, ni siquiera se me otorga la gracia de escuchar de su boca explicaciones que correspondan a la normativa actual de circulación. Este señor nada más que insulta a la Guardia Civil por multar a los conductores "por tonterías", recibe llamadas en plena clase para quedar a tomar café o unas cañitas cuando salga o mantiene largas charlas acerca de la normativa anterior con un alumno campechano que parece llevar toda la vida intentando sacarse el preciado carné.
Si quieres sigo, pero puede que esto te aburra. A mí, además de aburrimiento por sufrir la ineptitud de este personaje, me da miedo esto que vivo a diario. Porque sé que no es un caso aislado. Sé que hay profesionales que no están preparados, médicos residentes que se paralizan ante la parada de un paciente; ex-ministras de cultura que confunden premios Nobel de literatura con bailaoras de flamenco; profesores de lengua de 3º de ESO que se niegan a enseñar a hacer resúmenes a sus alumnos porque "eso debieron enseñárselo el año pasado y no es mi problema"; autobuseros que conducen superando el límite de velocidad e invitan a sus amigos a darse el paseo Madrid-Parla en el nocturno, porque ellos solos, frente a su carretera y su responsabilidad, se aburren y prefieren descalificar, acompañados de su recua, a los clientes extranjeros...
Todo esto es denunciable. Pero, ¿quién enseñará a todos estos profesiones a ejercer con sinceridad, esfuerzo y profesionalidad su labor diaria? ¿Dónde ha quedado la vocación laboral o, al menos, el respeto a la persona a quien estás dando el trato?
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