27 de junio de 2011

Ella y él (XIII)

Le costó olvidarla diez libros de crítica literaria, cuatro cubatas en una noche turbia y desoladora, un viaje a la montaña con amigos, dos pachangas de baloncesto, no sé muy bien cuántas noches, un par de lágrimas y tres fotografías quemadas.

Ya se sentía a salvo cuando la vio pasearse por su calle, con la falda de flores, las zapatillas de esparto y la melena flotando al viento. Volvió de nuevo a la terapia. Esta vez comenzó con Kafka.




26 de junio de 2011

Morriña cíclica. Galicia latente.

Ni T. S. Eliot ni Shakespeare pueden con la morriña.
Es un golpe de añoranza. Llega inesperadamente, pero siempre de forma cíclica. Galicia está siempre latente, en estado de reposo. Y el verano, la certeza del mar o una canción la activan en la conciencia. 

La morriña -mi morriña- es cíclica. Reaparece cada cierto tiempo y me tiene ausente durante días. Y ni Scott Fitzgerald ni Auster pueden con ella. 

Denme una gaita que llora, un vaso de vino Albariño, un documental sobre Cunqueiro y la suavidad del gallego. Es más que probable que me olvide de Hemingway, de Londres, de Camboya y de los americanitos impasibles.
 

25 de junio de 2011

¿Quiénes somos?


¿Somos quienes somos o como queremos que los demas crean que somos?

Esta pregunta lleva atormentándome años. La hipocresía y la falsedad son un mal común y extendido. Creo que estos dos defectos se han desarrollado en la base de una educación insuficiente o mala y bajo los modelos de muchos de los personajes públicos que nos representan: no solo los políticos, sino los miembros de la Casa Real o incluso Belén Esteban,  quien -lamentablemente- muchos españoles consideran el modelo más alto del ciudadano español. Aunque muchos de los que leemos esto -afortunadamente- la consideraremos  como modelo absoluto de la chabacanería y el mal gusto. Y espero que no se me ofenda quien lea esto, que sé que hay muchos seguidores de esa chica que irían con ella hasta el fin del mundo. Pero lo que es cierto es cierto y no se pueden negar los hechos.

Pero mi preocupación fundamenteal es la que da título a esta entrada: "¿quiénes somos en realidad?". ¿Cómo nos definimos? Una vez, en un curso de tutoría y orientación la profesora que explicaba hizo un experimento con todos los que asistíamos a la clase. Nos pidió que escribiéramos en un trozo de papel quiénes éramos. No dijo nada más. Y ahí empezamos a definirnos cada uno. Unos por lo que eran, otros por cómo eran, los más por de dónde eran, algunos por lo que les gustaba. Listas y listas de palabras. Pero nadie dio respuesta a "¿quién soy yo?". ¿Yo soy mi nombre? ¿Yo soy mis estudios y mi trabajo? ¿Yo soy las cualidades, virtudes y defectos que albergo? ¿Yo soy mis amigos y mi familia o la relación que tengo con ellos? ¿Yo soy la música que escucho, el partido político al que voto, la ropa que me pongo, los restaurantes y bares que frecuento? ¿Yo soy los viajes que he hecho, los hombres que he besado, los animales que he cuidado? ¿Acaso soy los libros y poemas que he leído, los alumnos a los que he enseñado, los profesores y alumnos de los que he aprendido? ¿Yo soy los baches del camino? ¿Yo soy el "padrenuestro" que aprendí a rezar en la infancia o el "padrenuestro" que empecé a olvidar en la adolescencia? 
Es imposible definirse a uno mismo, porque estamos llenos de matices imperceptibles pero que sí crean una diferencia de lo que fui hace una semana y lo que soy ahora, o de lo que eres tú y lo que soy yo ahora, en este momento, en esta mañana de verano. 

A mí me gusta mucho afirmar sentencias tales como "somos agua", "somos viaje", "somos pasado", "somos olvido". Y no creo que sean afirmaciones erróneas. Simplemente no somos solo eso. Somos eso y más y eso nos hace interesantes.

Lo que me pregunto además es por qué si somos tan complejos complicamos aún más nuestra esencia ocultando cosas de nosotros mismos y disfrazándonos de otras cosas para que los demás crean que somos de otra forma. Me da rabia. Yo lo hago. Asumo esa parte de mí misma. Siempre he dicho que era buena adaptación al medio. Pero no sé si realmente se trata de adaptación al medio o de tratar de ser alguien que no soy. A veces, cuando hacemos eso, fracasamos y volvemos a nuestra esencia. Otras veces, esa prueba que hicimos de ser de tal o tal manera tiene éxito y acabamos siendo como alguna vez fingimos o inventamos ser. Eso también nos hace, también nos define. Pero me da miedo que la influencia de lo de fuera haga que nos comportemos de diferente manera según con quién tratemos. Me da miedo que no seamos genuinos desde el principio hasta el final. Pero quizá la clave del éxito en sociedad reside precisamente en eso: en ser camaleónico, en mantener lo esencial y hacer variaciones leves. Adaptación al medio.

Pero al final, seguimos sin saber muy bien quiénes somos.


24 de junio de 2011

Despedidas


Siempre que pienso en las despedidas me acuerdo de una en especial, una despedida de película. Los amantes -que dejan de serlo para siempre- en el andén de una estación se dan un último beso mientras empiezan a caer las primeras gotas de una tormenta que empapará al chico cuando ella entre en el tren. Ella se refugia en las notas de una melodía que le ha regalado a él unas horas atrás en las escaleras de piedra de algún rincón de la ciudad. Esa melodía, casualmente, o no tanto, se llama "Time". El viaje en tren no borra los recuerdos, los magnifica. La vuelta a casa bajo la lluvia no limpia la tristeza, ensucia el alma y los corazones.

Pero así son todas las despedidas. Desasosegantes. Tristes. Traicioneras. Prometen reencuentros que uno espera y raramente se producen. Pero en la espera del reencuentro uno va curándose de la pena de la ausencia y empiezan los encuentros: las nuevas personas, la certeza de que la vida continúa en la distancia, de que cada uno tiene un plan que ha de continuar por sí mismo. Y en la memoria empiezan a posarse recuerdos bonitos, recuerdos donde no hay cabida a la tristeza y las despedidas no se ven como momentos horrorosos, sino necesarios. Aún así, siempre habrá personas, como mi amigo Diego, que las eviten. Porque las despedidas son sinónimo de llanto. Yo, sin embargo, no quiero perder la tradición de la despedida, que es una convención social más. Porque en las despedidas uno se enfrenta a sí mismo en los ojos del otro, vislumbra un poco de lo que pueda venir y le reconfortan las promesas del reencuentro. Me gusta llevarme una última imagen de aeropuerto, andén de tren o estación de autobuses. Porque las despedidas llevan consigo el componente del viaje y se llevan para sí una fotografía en la retina del viajero. Somos viaje. Estamos hechos de despedidas. 

Y de encuentros.

23 de junio de 2011

La delgada línea de los grises

Todos conocemos la vida de los grises. No de las personas grises, aburridas, solitarias y sociópatas. Sino de los grises como el espacio intermedio entre los opuestos. "La vida no solo se divide entre lo blanco y lo negro, hay una amplia gama de grises entre medias". Hemos oído esa frase o alguna parecida cientos de veces. Es cierto, no todo es blanco o negro. El espacio de los grises existe y es necesario porque enriquece y abre las mentes.

Pero ese espacio de los grises no es tan grande como nosotros podríamos imaginar. Es una delgada línea. La delgada línea que separa el amor del odio, al amigo del enemigo, al odio del amor, lo moralmente bueno de lo moralmente malo, al ateo del creyente... Nunca me ha gustado pensar que el espacio entre los contrarios fuera tan estrecho. Siempre pensé que había un proceso mayor entre lo uno y lo otro, pero con el tiempo, me voy dando cuenta de que algunas cosas sí necesitan un pequeño cruce de calle, un salto de escalón o una pasada de página para acabar convirtiéndose en lo contrario de sí mismas. Supongo, aún así, que debe de haber internamente un proceso previo que va limando las esquinas de nuestra opinión poco a poco, que moldea al bueno para hacerlo malo, que despoja el cariño para acabar odiando lo que un día amábamos y endulza lo feo para que lo veamos con la belleza del día nuevo. Pero solo lo supongo. No tengo certezas con respecto a esto. Solo sé que un día odio y al día siguiente amo. Solo sé que la opinión cambia, que evolucionamos también en nuestra forma de pensar y lo que alguna vez se nos antojó impensable acaba convirtiéndose en algo probable y factible.

Y como la línea que separa lo blanco de lo negro es tan fina, fluctuar es normal. Cambiar de decisiones, disfrutar de lo que ayer no nos gustaba y cantar las canciones que en la adolescencia habíamos repudiado es normal. Lo que no es normal es la fijación por la permanencia, la negación del proceso, creer que todo está aquí y es así porque nació aquí y es así desde siempre y así seguirá siendo para el resto del tiempo. Lo que no es normal es la gente "de ideas fijas", que acaban tiranizando a quienes tienen alrededor. Lo que no es normal es organizarse la vida con veinte años e ir cumpliendo punto por punto lo que siempre hemos dicho que haríamos, aunque los gustos hayan cambiado, y las circunstancias, y nosotros. 

El espacio entre el blanco y el negro es una línea de entrada y salida abierta. Un lugar de paso, igual que el blanco o el negro. Porque todo cambia. Y en la mezcla de colores que es el cambio, aprendemos.

22 de junio de 2011

Cuando te regalan un libro

Cuando te regalan un libro, tu mundo se hace un poquitito más grande.

Cuando te regalan un libro, te están regalando una vida.

Cuando te regalan un libro y lo lees y te gusta, te hacen un poco más feliz.

¡Qué alegría cuando te regalan un libro sin que lo esperes!


Gracias.

21 de junio de 2011

Curiosidad

Gracias a la vida que somos curiosos. 
Gracias a lo que leemos, a lo que vivimos, a quienes tenemos alrededor. 

Y gracias a esos resortes que hacen que seamos curiosos, que anhelemos saber más, que seamos niños de veinte, treinta, cuarenta y hasta cien años. 

La curiosidad y las ganas de saber son las que nos hacen fuertes y hacen que avancemos. Lo importante de buscar respuestas es que surjan las preguntas. Quizás no sea tan importante el fin como los medios. Mientras encontramos las respuestas, sigamos rebuscando entre las estanterías. Las de las bibliotecas y las de nuestra mente. Eso nos mantiene vivos y alerta.

20 de junio de 2011

Ella y él (XII)

Llegó el momento de decir adiós y el cielo estaba nublado. Caían unas gotas de agua, presagio feliz del gran año que les esperaba solos.

19 de junio de 2011

Limpieza general

Junio es el mes de las limpiezas generales por excelencia. Junto con diciembre. Cada medio año uno se despoja de lo que ya no sirve, de lo que le ha hecho mal o no le ha hecho crecer como persona. Hay limpiezas necesarias pero imposibles de hacer. Más de una limpieza haría yo en la televisión, en el sistema político español, en el sistema educativo español -o mejor, madrileño-, en el sistema sanitario español, en la lengua de algunos personajes públicos que parece que sólo están hechos para insultar y criticar con malas artes...

Otras limpiezas son posibles y purifican. Con el fin del curso uno limpia y recoge sus apuntes, ordena los libros que ha leído, desde los más placenteros a los más aburridos. Con el fin del curso uno llega a conclusiones, hace una lista de la gente increíble, los que siempre quedarán en la memoria del 2010-11 -y en el corazón, claro- y los que acabarán perdiéndose porque nunca merecieron la pena. Limpiar significa borrar constancia de lo que un día existió. No quiere eso decir que eso deje de existir, sino simplemente que eso no nos hará crecer en un futuro y queremos soltar lastre, seguir avanzando con la maleta más llena, pero solo de aquellas cosas que realmente son importantes. 

Me gustaría hacer aquí una lista de esas cosas que me llevo a Londres en la maleta del próximo curso, las que sin duda han superado la limpieza literal y la metafórica; pero las cosas que uno lleva en su maleta son demasiado personales e íntimas -ya me lo enseñó Celia una vez- y es mejor dejarlas ahí dentro y mirarlas con los ojos de la nostalgia y el sentido común. Esas pequeñas cosas, y sobre todo esas personas, irán asomando por las páginas de este blog a lo largo del futuro igual que han asomado a lo largo del pasado: música, momentos, amigos, fotografías, símbolos, sonrisas,... Todo lo que merece la pena sigue en la maleta e iré desprendiéndome poco a poco de lo que ahora parece imposible pero que puede retrasar mi camino.

De la limpieza general de este junio os habéis salvado vosotros, los que me leéis, los que me queréis y me lo habéis dicho y me lo habéis demostrado. Se salvan poetas y dramaturgos, se salvan generaciones enteras de escritores, os salváis los que me habéis enseñado a hacer fotos -es decir, a aprender a mirar el mundo con otros ojos-, os salváis los que me habéis enseñado palabras en otras lenguas, os salváis los que habéis compartido conmigo. Te salvas tú, cuya vida cambia a partir de ahora de forma radical, y no sabes qué hacer. Pero confío en que tú y yo sabremos encontrar un nuevo camino que siga dando sentido a esta vida que ahora empezamos. Lejos o cerca, estás en mi maleta de las cosas que siempre superan la limpieza.


1 de junio de 2011

Ella y él (XI)


El descubrimiento de sí mismo se produjo un día soleado. Se dio cuenta, de repente, de que de los dos él era el romántico. Él era quien vivía dentro de su mundo de imaginación, en su mentira grande y constante. Esa mentira que le daba seguridad y poder. Esa mentira, que era como una máscara que se había dibujado en su rostro, era la encarnación del romanticismo. Lo que le separaba y le ataba al mundo.

Ella ya se había dado cuenta de eso mucho tiempo atrás, pero prefirió dejarle vivir en el engaño. Al fin y al cabo, le quería tanto que ni siquiera ese detalle le importó esta vez. Le abrió la puerta de su burbuja, quiso confiar en que esta vez no se desharía.