Le costó olvidarla diez libros de crítica literaria, cuatro cubatas en una noche turbia y desoladora, un viaje a la montaña con amigos, dos pachangas de baloncesto, no sé muy bien cuántas noches, un par de lágrimas y tres fotografías quemadas.
Ya se sentía a salvo cuando la vio pasearse por su calle, con la falda de flores, las zapatillas de esparto y la melena flotando al viento. Volvió de nuevo a la terapia. Esta vez comenzó con Kafka.
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