Frits no caminaba, por lo que no puede afirmarse de él que fuera un peregrino al uso. Pero para mí es un peregrino excepcional.
Ataviado con calzado de senda, sombrero de aventuras y camisa color caqui, disfrutaba a sus 76 años recién cumplidos, de un físico extraordinario que le permitió conducirse todo el norte de la península esperando a su querida H. en cada pueblo al que habían planeado llegar cada día. H., su hija, pensaba en él en cada curva que hacía el camino, en cada cuesta, respiraba hondo aliviada ante la idea de que su padre, Frits, estuviese librándose de ese esfuerzo que solo los más jóvenes lográbamos superar, no sin mucho sudor y resoplidos de victoria.
Me gusta pensar en Frits como un peregrino, porque él, holandés de nacimiento y afincado en Canadá donde ha criado a sus hijos, había viajado mucho a lo largo de su vida. Y a los 76 años seguía buscando, seguía buscándose, al lado de su hija H. por tierras leonesas y unas semanas más tarde en Madrid, con M. ¿Quién es Frits? Años vividos en Canadá, caminos andados en todo el globo, y de repente la vejez que no le deja caminar el norte de España con su hija, sino conducirlo en coche. Una vejez de peregrino cíclico.
Frits estará ya en Victoria de nuevo. Y allí pensará en todos los caminos que ha andado en su vida. Y que el camino no termina nunca...
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