Poema del día segundo
Mil
Tengo algo importante que decir
ahora que venimos de despedirnos
para siempre.
Te quiero.
Clávame las uñas,
pero has de saber que también fui sincero
las otras mil veces.
Ella me acusa de no tener sentimientos
porque hablo y hablo
o no hablo.
Va a comerse todas las uñas,
sus altivas uñas escarlata.
Pero me iré.
Se lo dije y rio indiferente,
pero me iré
o no me iré.
Llegaré a una de esas ciudades,
no tan grandes como una ciudad,
donde se para el tren y ya no hay más tren,
con monjas que se sientan en un barril de cerveza en la estación,
y miles de cuervos que esperan con sorna al Rey
o una cámara de cine.
De esa ciudad sale un autobús
tan viejo
que tiene un conductor que fuma
y que habla con los viajeros,
justo en cada curva,
cuando llueve,
y lo hace cada día desde siempre,
limpia el cristal con la mano,
como si estuviéramos cayendo,
y llueve también dentro.
Y no pasa nada,
pues llegamos cuando escampa,
y sólo gotea en el autobús,
todos mojados menos los paisanos
que se ríen
o no se ríen.
Esta ya no es ciudad ni nada,
pero hay un barco panza arriba
y una playa de arena negra.
Y hay también una cabina de teléfono.
¿Me escuchas? Estoy en una cabina.
Sí, bien.
No, nada.
Llovía en el autobús.
Sólo hay un bar.
Sí, tengo monedas.
¿De verdad? También yo. No, aún no se corta.
Sí, sigo aquí.
No, no estaba pensando.
Escuchaba, eso es todo.
No sé qué decías. Escuchaba.
No, no es un libro.
Son las hojas de la guía.
¿Sabes cuál es el prefijo de Ras-Al-Khaimah?
Marcas el 07, más 971 y luego el 77
y ya puedes hablar con alguien en Ras-Al-Khaimah.
No, no es que no te escuche.
Escucho, sólo quiero escuchartarte.
Pero no me preguntes qué dices.
No puedo hacer dos cosas al mismo tiempo,
entender y pensar en ti.
Qué fácil es hablar con cualquier parte.
No, no cortes por favor.
Si cuelgas,
llamaré a Ras-Al_Khaimah
o a cualquier parte.
Mientras tu hablas, no tengo frío.
Él era fuerte y débil
como un marine yanqui.
Ella, frágil e invencible,
como una guerilleira del Vietcong
ahora que venimos de despedirnos
para siempre.
Te quiero.
Clávame las uñas,
pero has de saber que también fui sincero
las otras mil veces.
Ella me acusa de no tener sentimientos
porque hablo y hablo
o no hablo.
Va a comerse todas las uñas,
sus altivas uñas escarlata.
Pero me iré.
Se lo dije y rio indiferente,
pero me iré
o no me iré.
Llegaré a una de esas ciudades,
no tan grandes como una ciudad,
donde se para el tren y ya no hay más tren,
con monjas que se sientan en un barril de cerveza en la estación,
y miles de cuervos que esperan con sorna al Rey
o una cámara de cine.
De esa ciudad sale un autobús
tan viejo
que tiene un conductor que fuma
y que habla con los viajeros,
justo en cada curva,
cuando llueve,
y lo hace cada día desde siempre,
limpia el cristal con la mano,
como si estuviéramos cayendo,
y llueve también dentro.
Y no pasa nada,
pues llegamos cuando escampa,
y sólo gotea en el autobús,
todos mojados menos los paisanos
que se ríen
o no se ríen.
Esta ya no es ciudad ni nada,
pero hay un barco panza arriba
y una playa de arena negra.
Y hay también una cabina de teléfono.
¿Me escuchas? Estoy en una cabina.
Sí, bien.
No, nada.
Llovía en el autobús.
Sólo hay un bar.
Sí, tengo monedas.
¿De verdad? También yo. No, aún no se corta.
Sí, sigo aquí.
No, no estaba pensando.
Escuchaba, eso es todo.
No sé qué decías. Escuchaba.
No, no es un libro.
Son las hojas de la guía.
¿Sabes cuál es el prefijo de Ras-Al-Khaimah?
Marcas el 07, más 971 y luego el 77
y ya puedes hablar con alguien en Ras-Al-Khaimah.
No, no es que no te escuche.
Escucho, sólo quiero escuchartarte.
Pero no me preguntes qué dices.
No puedo hacer dos cosas al mismo tiempo,
entender y pensar en ti.
Qué fácil es hablar con cualquier parte.
No, no cortes por favor.
Si cuelgas,
llamaré a Ras-Al_Khaimah
o a cualquier parte.
Mientras tu hablas, no tengo frío.
Él era fuerte y débil
como un marine yanqui.
Ella, frágil e invencible,
como una guerilleira del Vietcong
(Ningún cisne, Manuel Rivas)
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