El maestro le dice al discípulo -cuando lo ve por primera vez-: "sé que voy a aprender mucho de ti".
Ese tipo de cosas ennoblecen a quien las dice. Ese tipo de cosas hacen ver que el aprendizaje nos está rodeando continuamente. Somos víctimas inconscientes del aprendizaje y ello nos lleva muchas veces al puro placer intelectual. O al puro placer de vivir. O a la felicidad más plena.
Deseo no cerrar nunca los ojos al aprendizaje que me llega por las vías que no son las canónicas: libros de texto, clases magistrales, etc. Deseo aprender de mis maestros, de los hombres más sabios, pero también de los niños, de los hombres más incultos o de todo lo inerte. De las piedras aprendo la quietud. De ti aprendo a escribir.
1 comentario:
¡Qué compleja sensación -dulce, sorprendente, relajante, emocionante, abrazante, alegre, cercana, la voluntad provocada, el ánimo encendido- la que uno experimenta cuando lee que otra persona ha escrito lo que podía haber escrito uno mismo!
Yo intento ir por la vida así, aprendiendo de todo, sobre todo, aprendiendo de la gente viva, aprendiendo de la propia vida.
Alguna vez se lo he dicho a mis alumnos. Por sus caras vi que no entendían nada.
Alguna vez lo he comentado con algunos colegas. Vi en sus caras lo mismo que en las de los alumnos.
Tengo tan asumido que vivir es aprender, que me entran ganas de huir cada vez que veo a algún débil dar explicaciones bobas de alguna cosa, o a algún necesitado de apuntalar su ego soltar explicaciones no pedidas, o a algún profesional de la enseñanza que no enseña nada con su manía de pasarse el día enseñando sin aprender nada, o a esa especie tan abundante de catedráticos en totalidades, gente que sabe de todo y que no para de hablar, demostrándole al mundo, sin saberlo, que no saben de nada.
Es una paradoja: los verbos que parecen presuponer en el hombre una debilidad, una carencia -aprender, preguntar, indagar, dudar, ignorar- son los que a algunos terminan haciéndolos fuertes.
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