VIII
Vuela la noche antigua de erecciones,
muertas, como las manos, a la aurora.
Un clavel prolongado desmejora,
hasta empalidecerlos, los limones.
Contra lo oscuro cimbran esquilones,
y émbolos de una azul desnatadora
mueven entre la sangre batidora
un vertido rodar de cangilones.
Cuando el cielo se arranca su armadura
y en un errante nido de basura
le grita un ojo al sol recién abierto,
futuro en las entrañas sueña el trigo,
llamando al hombre para ser testigo...
Mas ya el hombre a su lado duerme muerto.
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