Hoy, más que nunca, siento que estamos hechos/llenos de en-cuent[r]os. Estoy, ahora mismo, en la biblioteca de Filología Inglesa de Salamanca (nuestra querida Placentinos) y acabo de hablar hace un momento con Jorge, Diego para algunas amigas. Ese ha sido el último de los encuentros de estos dos días que no suman aún veinticuatro horas.
Es maravilloso lo felices y plenos que nos resultan algunos encuentros. Vas paseando por una calle que has andado tantas veces y encuentras fantasmas del pasado que, verdaderamente, de fantasmas no tienen nada. Es en ese momento, justo cuando a tu alrededor se condensan cuatro años en siete caras diferentes, cuando sientes que estás hecho de los otros. Los extraordinarios límites de Cata que te unen (¿o separan?) más a la realidad, te golpean el rostro y te erizan el alma. Esos límites te reconvierten, moldean la materia de la que estás hecho. Los cuentos de un gallego zamorano al que le brillan los ojos hablando de Carlos Casares y su encuentro con él, cuando tenía la edad que tengo yo ahora. Eso también te va construyendo. El no abrazo de Xandra y el novísimo vocabulario noruego que tiene Marta, un "te quiero" en escandinavo. Johannes y el encuentro con Liepzig, ciudad de Bach, que me encuentra también con la música, con el oboe de Enrique y el nacimiento de Celia. Una mesa de Caballerizas con un informático que confiesa que me lee a diario, tras la misma confesión de ayer de Diego (¡qué alegría saberse leída por amigos!). Clara y su regreso a Salamanca, que también es un cuento (un hermoso cuento de hadas buenas). Como a veces lo son la vida de Roi, Fran, Elena o Patry. Y de vuelta a Salamanca, a la ciudad donde el cielo es más melancólico. A la ciudad en la que encerrarse para ver el cielo. Y una música antigua entra en el cuerpo y te llena de barroco el día. Como las sonrisas de Marta entre la multitud.
Dos días. Pero aún menos de veinticuatro horas. Personas que son fantasmas, de las que me hago a base de sus cuentos; palabras que igual caen en el vacío de la distancia. Pero que ahora viven como hago yo en mi mente que me inventa. El barroco ha entrado en mi cuerpo de viernes ocho. Y mañana, de nuevo, sábado nueve, y quizás otro poema de terraza cerrada.
Me voy a sacudir de encima el barroco de estas horas, con los estudios angloindios que han hecho a Jorge dejar de ser un chico de polos. Ahora, un encuentro de India en Occidente, un final feliz para este cuento.
2 comentarios:
bonito día!
merci!
Bonita tú: gracias por acometer kilómetros de carretera para llegar a compartir nuestros "Límites" con nosotros, los lunáticos.
Abrazos llenos de luna,
CGG-H @-->--
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