Una buena amiga ha tenido un accidente. Ahora está en el hospital. La he llamado para ver qué tal está (ayer la operaron) y ha hecho el esfuerzo de hablar conmigo. Digo que ha hecho un esfuerzo porque le han cosido la mandíbula y no puede apenas abrir la boca.
Todavía no la he visto. Y ahora nos pide que no vayamos a verla porque no le apetece, está sin ánimos, sin fuerzas.
Le he dicho que ya ha pasado lo peor -aunque sé que lo peor no ha pasado todavía- y le he preguntado que cómo se encuentra. Ella me ha dicho: "Me aburro" con una voz débil, entrecortada por la angustia, la pena y el obstáculo de las gomas y los tornillos. La lástima y su voz me han dejado caer dos lágrimas. Pero en seguida me he dado cuenta de que somos nosotros, los que estamos alrededor, los que tenemos que hacernos los fuertes. Abrazarla con nuestras palabras, animarla, que sienta que estamos con ella aunque no podamos estar sentados en el borde de su cama de hospital con pulcrísimas sábanas blancas.
La imagino tan débil, con su inteligencia fecunda dando vueltas por la habitación, buscando algo que le entretenga, y siento que tengo que hacerme fuerte. Pensar que esto no va a durar nada. Creérmelo y hacérselo creer a ella. La próxima vez que la hable, cuando le diga que ya ha pasado lo peor, estaré convencida de que es cierto.
1 comentario:
Hay veces que la conciencia es cruel e inútil. Es más eficaz en ciertos casos no tener conciencia, no darse cuenta de lo que hay, porque no añade nada positivo a la realidad. Lo digo por ti y por tu amiga. Dormir, la radio, los audiolibros le vendrían bien a tu amiga, creo yo. Y a ti, no pensar ni imaginar nada. Son fuentes de crueldad.
Un abrazo fuerte, para que el contacto con la fortaleza te ayude y para que te sientas abrazada.
Publicar un comentario