3 de mayo de 2009

Tarde de domingo



Hay personas que odian las tardes de domingo porque son el preludio de la vuelta al trabajo. A mí me encantan las tardes de domingo. Son el mejor momento para amueblarse la cabeza, ordenar la mesa, imprimir los apuntes de la semana, regar las plantas, asomarse a la ventana y proyectarse al mañana.

Las tardes de domingo me encantan. Son, por excelencia, las tardes del café bien acompañado, las tardes de la lectura sosegada, y también las del estrés previo a la semana (me falta esto, no he terminado aquello). Son las mejores tardes para disfrutar del buen tenis de Nadal y del periodismo eficaz de El País Semanal.

Hay personas que borrarían de sus calendarios las tardes de domingo, para pasar directamente del paraíso finisemanal al infierno de los lunes. Pero como a mí los lunes me encantan, no encuentro tarde más optimista que la de los domingos.

Esta tarde, además del triunfo tenístico de Rafa, te recomiendo la entrevista que Juan Cruz le hace a Ángel Gabilondo en el dominical de El País. Y después el reportaje sobre los niños perdidos de la Guerra Civil española, que me ha recordado a Laila Ripoll cuando el año pasado me narraba cómo los verdaderos niños perdidos de la guerra se acercaban a ella, al finalizar la función, para contarle sus experiencias. No pude ver en el teatro Los niños perdidos, pero he leído el artículo, y me he hecho una idea.

Y para el preludio de este lunes que acecha en el costado, aquí te dejo uno de Bach, que llena el alma de buenos sentimientos.

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