Todos conocemos la vida de los grises. No de las personas grises, aburridas, solitarias y sociópatas. Sino de los grises como el espacio intermedio entre los opuestos. "La vida no solo se divide entre lo blanco y lo negro, hay una amplia gama de grises entre medias". Hemos oído esa frase o alguna parecida cientos de veces. Es cierto, no todo es blanco o negro. El espacio de los grises existe y es necesario porque enriquece y abre las mentes.
Pero ese espacio de los grises no es tan grande como nosotros podríamos imaginar. Es una delgada línea. La delgada línea que separa el amor del odio, al amigo del enemigo, al odio del amor, lo moralmente bueno de lo moralmente malo, al ateo del creyente... Nunca me ha gustado pensar que el espacio entre los contrarios fuera tan estrecho. Siempre pensé que había un proceso mayor entre lo uno y lo otro, pero con el tiempo, me voy dando cuenta de que algunas cosas sí necesitan un pequeño cruce de calle, un salto de escalón o una pasada de página para acabar convirtiéndose en lo contrario de sí mismas. Supongo, aún así, que debe de haber internamente un proceso previo que va limando las esquinas de nuestra opinión poco a poco, que moldea al bueno para hacerlo malo, que despoja el cariño para acabar odiando lo que un día amábamos y endulza lo feo para que lo veamos con la belleza del día nuevo. Pero solo lo supongo. No tengo certezas con respecto a esto. Solo sé que un día odio y al día siguiente amo. Solo sé que la opinión cambia, que evolucionamos también en nuestra forma de pensar y lo que alguna vez se nos antojó impensable acaba convirtiéndose en algo probable y factible.
Y como la línea que separa lo blanco de lo negro es tan fina, fluctuar es normal. Cambiar de decisiones, disfrutar de lo que ayer no nos gustaba y cantar las canciones que en la adolescencia habíamos repudiado es normal. Lo que no es normal es la fijación por la permanencia, la negación del proceso, creer que todo está aquí y es así porque nació aquí y es así desde siempre y así seguirá siendo para el resto del tiempo. Lo que no es normal es la gente "de ideas fijas", que acaban tiranizando a quienes tienen alrededor. Lo que no es normal es organizarse la vida con veinte años e ir cumpliendo punto por punto lo que siempre hemos dicho que haríamos, aunque los gustos hayan cambiado, y las circunstancias, y nosotros.
El espacio entre el blanco y el negro es una línea de entrada y salida abierta. Un lugar de paso, igual que el blanco o el negro. Porque todo cambia. Y en la mezcla de colores que es el cambio, aprendemos.
1 comentario:
Este post huele a oxígeno, a verde primavera, a juventud eterna, a flores en el jardín, a vida.
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