Conocí la obra de Eva Armisén el año pasado, mientras preparaba una exposición sobre mujeres pintoras. La sensación que experimenté la primera vez que ví uno de sus dibujos fue de dicha incontenida. De alegría pura, de esa que es tan pura que te deja con una sonrisa en los labios que no te quita ni la peor noticia.
Hace unas pocas semanas asistí a ESTAMPA la feria internacional de arte múltiple contemporáneo. El primer "stand" (si es que se me permite llamarlo así) que ví fue el de Eva Armisén. Y me invadió una alegría inmensa que mantuve durante toda la mañana. Tenía frente a mí los originales de Armisén en todo tipo de soporte: había una vajilla y unos jarrones con sus motivos que también me encantaron.
A mi acompañante, Armisén no le gustó nada. Quizás sea por su apariencia infantil. Pero bueno, el mismísimo Picasso decía algo así como que le había costado toda una vida de aprendizaje pintar como un niño. Sí. También es verdad que a mí el primer arte, el primitivo, me fascina, y la pintura de los niños, al igual que la pintura de tipo infantil hecha por adultos, no es sino una demostración del innatismo artístico que todos llevamos dentro. De nuestro primitivismo plástico. Lo que nos permite comunicarnos antes incluso de poder articular un mensaje coherente a través de las palabras. Lo que permitió a los primeros hombres demostrar su fascinación por las bestias o por la figura de la mujer (de la madre, de la tierra).
Pero Armisén va más allá. La pintura de Armisén es puro optimismo y es eso lo que acaba de conseguir que me desprenda de todo convencionalismo para quedarme embelesada ante una de sus mujeres con pájaros en la cabeza, en las nubes o felices, por el simple hecho de vivir. Aunque sea en este mundo que a veces parece tan insoportable.
Es que con Armisén es todo más llevadero.
1 comentario:
voy a madrid el finde!
ya t cuento detenidamente!!!
te he llamado pero ya estabas de camino al cap!
ya t digo!
bsss
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