3 de noviembre de 2012

De libros en Madrid.


Ayer me fui de reencuentros y libros. 

Vi a C., más amiga que compañera. Teatrera, filóloga, amante de los hombres y del teatro. Investigadora. En fin, una mujer de bandera, de las que me encanta que llamen de vez en cuando para paseos de "puestas al día" por el Madrid de las Letras.

Tuvo que volar para llegar a tiempo a ver una adaptación del Don Juan, tan de Día de Difuntos. Y mientras, yo me fui a investigar todo lo que no he podido investigar por Madrid hasta ahora. Gracias a otra amiga, C., me entraron unas ganas tremendas de acercarme a La Central de Callao, un espacio -ante todo- bello. El edificio original es el de un antiguo palacete madrileño, las paredes encaladas y las escaleras chirriantes le daban el toque romántico al asunto libresco, que ya de por sí tiene mucho de romanticismo decadente. 

Me prometí llevarme solo un volumen recordándome a mí misma la existencia del aparatejo lector de libros que me acompaña día y noche y con el que estoy logrando ahorrarme grandes cantidades desde hace unos meses. No pude, al final cayeron dos ensayos, uno del magnífico y siempre lúcido Umberto Eco: Arte y belleza en la estética medieval, texto antiguo pero que no pasa de moda por las aportaciones al periodo. Y siguiendo con mi línea de interés reciente, un ensayo sobre literatura de Vicente Luis Mora, joven con muchísimo futuro en el mundo de la crítica literaria. El texto, bellísimamente editado en verde pistacho, pertenece a la colección Miradas, de Bartleby Editores y se titula Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual. Espero que me ilumine un poco sobre un tema que últimamente ha empezado a fascinarme y del que sé poco o nada. Aún no le he hincado el ojo a este último, pero aguarda por mí después de las aportaciones medievalistas de Eco.

Pues ahí estaba yo, en esa magnífica nueva librería madrileña, que no tiene nada que envidiarle a otras de la zona y que me hacía sentir acogida entre paredes recubiertas de libros de todas las áreas del conocimiento y todas las geografías, cuando me llamó L. para decirme que venía adonde estuviera. Deambulé un rato más hasta que ella llegó y nos fuimos directas a otra librería, esta con carácter solidario: Libros Libres. Esta librería ha sido toda una revelación anti-crisis. Es un espacio cubierto de arriba abajo por libros de todas las clases, idiomas, estilos posibles y su peculiaridad es que todos ellos son gratis. Es decir, tú entras en la salita donde se encuentra la librería y miras y remiras por todos los rincones. Si te interesa algún libro, lo coges y te lo llevas gratis. La idea es llevar la cultura a todas partes, aunque creo que al final esto solo llega a unos pocos, los que no tienen mucho problema en financiarse los libros. El caso es que se puede colaborar de muchas maneras, tanto con voluntariado como con aportaciones anuales o esporádicas. Yo me llevé un clásico de los años 70, Cómo se comenta un texto literario, de Lázaro Carreter y Correa Calderón. Y tan acostumbrada a las transacciones comerciales de este mundo en que nos ha tocado vivir, no pude por menos que dejar una pequeña aportación, aun sabiendo que no es necesario hacerlo. Quizás el poder de esta librería es darle valor a la cultura de otra forma y quizás podamos aprender, poco a poco, a entender que otros modos de comercio -o trueque- son posibles.

Terminamos paseando por la zona de Luchana y plaza de Olavide y recaímos en la tienda de la que Manuel Casal habla a veces en su blog, La cocinita de Chamberí, un lugar muy acogedor en donde encontrar productos ecológicos para niños y donde llevar a los más pequeños a aprender a cocinar. Tienen talleres de cocina para niños de 12 meses a 10 años. Su creadora es una joven emprendedora con una sensibilidad exquisita. Toda una suerte el haber caído por allí de casualidad.

Una tarde muy libresca y tranquila. Llena también de tribulaciones por esa asignatura de Sintaxis que parece que se nos ha atragantado a L. y a mí pero que lograremos sacar al final con una sonrisa. 

Madrid, lugar de encuentros personales y culturales. El mejor sustituto para la melancolía londinense.

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