14 de noviembre de 2012

El dilema. #14 N


Fotografía de Toonman Blchin


Esta es una crónica matutina del desencanto y la decepción.

Hoy hay convocada una huelga general avalada por una larguísima lista de razones reales para ello. Hacer huelga consiste en no asistir al puesto de trabajo de uno y en evitar consumir lo máximo posible. Es decir, no ir de compras e intentar consumir lo mínimo en casa: luz sobre todo.

Hay trabajadores que están abiertamente amenazados para no hacer huelga por peligro a perder su puesto de trabajo. Yo soy de las que lo están indirectamente. Me he debatido durante toda una semana para decidir si ejercer o no hoy mi derecho a la huelga. Todo el mundo me había recomendado que no lo hiciera; así que pensé en faltar al trabajo aludiendo otros motivos. Después, pensé que aquello sería más cobarde que no secundarla. Al menos, me dije, yo comparto los motivos y estoy de acuerdo. Al final, he cogido el coche y he dado clase de Lengua a mis alumnos. Mi horario de los miércoles es tan bueno que ya estaba en Parla a las 12:30 y he podido ver, decepcionada, como los establecimientos estaban abiertos en mi barrio. Y no solo eso, sino que los ciudadanos consumían como si tal cosa.

Decepción. Porque lo difícil es que un comerciante cierre su establecimiento. Lo sé de buena tinta. Es un sacrificio importante y es normal que cueste llevarlo a cabo. Pero lo fácil, como dejar la compra de rosquillas, zapatos o la barra de pegamento para mañana, eso la gente lo hace en mi barrio demostrando no estar concienciada con lo que significa la huelga.

Para mí ha supuesto un dilema acudir hoy a mi trabajo. Me he sentido mal conmigo misma y mis ideales. Me he sentido mal por la enseñanza pública, que se merecía un paro total de todo el sector. Pero claro, yo trabajo en una empresa muy pequeña, una de esas donde te señalan con el dedo y quedas marcado hasta el final del curso, cuando en las reuniones de personal se decide prescindir de uno para el año siguiente, solo por mostrarte contrario "al régimen" de trabajo. Solo una persona ha secundado la huelga, mi jefe directo. No sabía cómo lo haría, incluso llegué a creer que al final vendría al colegio. Pero sí, se ha escudado en la alegación de una enfermedad y él, a su manera, ha hecho huelga. A mí así no me vale. 

Para compensar mi cobardía personal, hoy no se pondrán lavadoras en casa, ni la tele, evitaremos la luz hasta que sea posible y nos lanzaremos a las calles del centro para gritar que no estamos a favor de la reforma laboral, ni de los recortes en educación, sanidad, ayudas a las pymes, ayudas sociales en general, ni a favor de las reformas de la ley del aborto, ni la subida de impuestos en productos fundamentales y en cultura. Tampoco estamos a favor del paro de nuestro vecino, ni de la situación miserable de una conocida cuyo hijo, con una enfermedad de las llamadas raras, no puede tomar sus medicamentos porque su madre, interina en la administración pública, ha sido despedida y su padre está en paro. 

Esta mañana yo he ido a trabajar para mantener mi puesto de empleo. Esta tarde iré a la manifestación para luchar por el de tantísimos que ya lo han perdido.


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