Hubo un tiempo en el que las tardes de domingo se llenaban de acordes bachianos o chopineros, si se me permite el uso de esas palabras. En otro tiempo, los domingos eran más serranistas o sabineros. Después, se convirtieron en chomskianos y saussurianos. Luego, los domingos se llamaban con nombres de bebidas calientes: té, café; o de llamadas telefónicas de largo recorrido.
Los de otoño -los domingos, me refiero- siempre fueron grises y muchas veces lluviosos. En honor a los domingos de otoño que se repiten incesantemente a lo largo de los años, una música de los domingos de antes. Una música que se llena del agua de la lluvia lenta y pesada de las tardes interminables en las que no hacer nada, simplemente, muy quietitos, pensar en otros mundos posibles. Aquellos en los que ya pensó Lorca o los que pensamos al abrigo del presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario