Ese es el nombre que un diario de tirada nacional, El País, ha dado a una de sus secciones. Verdaderamente lo es. Este se está convirtiendo en un país de casas vacías o a medio construir en el que cada vez más personas viven en bancos en la calle -el porcentaje de mendigos se ha elevado considerablemente desde los esplendorosos años 2000-, okupando edificios, acampados a las puertas de sedes institucionales, apretados en las casas de sus familiares o, que simplemente han perdido ya toda ilusión por la vida y optan por la situación más valiente, o la más cobarde, ni me atrevo siquiera a juzgar. El desahucio es el mal de la década, casi peor que el cáncer. Hay gente que se queda sin familia, sin hogar, sin esperanza...
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Cada noche, al volver del colegio, después de un día duro o no tanto, después de otras historias que he escuchado, de haber visto cómo estamos inculcando unos valores de esfuerzo, sacrificio y trabajo duro que algunos de nuestros estudiantes aun no están preparados para integrar en su visión de la vida porque aún son niños, porque deberían permanecer un poco ajenos a la alienación que está provocando esta crisis; después de todo esto, y de las historias de vida que se narran en la radio: los desahucios, o las reacciones solidarias ante los mismos; o el arte y la cultura que siguen, poco a poco, en pie, tratando de educarnos, porque parece que hemos vuelto a la Edad Media incluso en eso: ahora mucha de la cultura que se ofrece tiene intención pedagógica, ¿tan mal lo habremos hecho en las escuelas o en los hogares hasta ahora? Después de todo esto, quiero pararme. Pararme y dejar de pensar.
Ante el drama de los desahucios, ante la miseria diaria, también son necesarias dosis de otras medicinas: el entretenimiento, el dejar a un lado lo que nos hace daño psicológico y nos desequilibra el sistema ético y moral que hemos ido elaborando poco a poco. Los Simpsons también son necesarios. La lectura divertida. Luis Piedrahíta y sus monólogos de las cosas pequeñas. El Intermedio, que relata la tragedia, pero, al modo clásico, la cubre también con la pátina del humor, para que desfoguemos. Los concursos de talentos. El Hormiguero con sus chistes fáciles. Todo eso también es necesario. Está muy bien que haya debates, que escuchemos los informativos, en la era de la información, todos sabemos al instante qué está ocurriendo en casi cualquier parte del mundo. Aunque eso sea aún más doloroso. Las guerras siguen sucediéndose en Siria, Palestina, el África subsahariana. Hay hambre. En Sudán, en Uganda, en el 2ºB. Pero nosotros seguimos en pie. Y tenemos que sacar adelante nuestras vidas y las de las personas que tenemos cerca y nos necesitan. No podemos cubrirnos con la capa de mierda y miseria que parece que lo recubre todo. Hay que soltar cuerda.
Yo, por las noches, cuando vuelvo del trabajo, tras el duro día, no tengo ganas de seguir escuchando miserias. Descargo y comparto lo malo y lo bueno del día. Después, me evado con Los Simpsons.
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