La distancia puede ser geográfica o temporal. La peor distancia es la temporal. Es esa que te separa de algo o alguien en el tiempo, pero no en el espacio, porque lo tienes ahí mismo. La distancia temporal es la que me separa de mí misma, de la persona que fui este verano o hace dos o tres veranos, e incluso de la persona que fui el 1 de enero y que ya no soy. Cuando pienso en mí y en esta distancia no me preocupo mucho porque a pesar de la distancia temporal, yo me sigo reconociendo a mí misma en las actividades de cada día.
Lo malo, o lo triste, o lo que me preocupa, es esa distancia que me separa de algunos amigos. Esa distancia absurda que consiste en irte alejando de ellos (manteniéndote en el mismo lugar, o incluso estando más cerca) conforme va pasando el tiempo. Hay veces que el tiempo deja huellas tan profundas, que uno se olvida de rescatar a sus amigos del vagón del pasado. Hay otras veces que el destino (o el azar, o yoquesé) te los pone delante de nuevo.
Hoy me he encontrado a un amigo de estos de los que me separó primero la distancia, y después, el tiempo. Nacho. Ha sido en el tren, un lugar donde normalmente me ocurren cosas mágicas y que me está ayudando a vivir en esta desconsolada Madrid. Nacho, el tren y yo. Un abrazo breve e intenso. Tres, cuatro palabras. Y yo en una dirección, él en la contraria. Un sabor dulce y amargo al mismo tiempo. Por haber vuelto y no haber llamado; por haber dejado que la distancia del tiempo nos separase. Y de repente, de la memoria he rescatado un poema que yo misma escribí y que le dediqué a él, porque esa noche estaba ahí, escuchándome. Esa noche en la que le enseñé los Sonetos Corporales de Alberti y aproveché para que leyera un poema mío.
Otra vez el tren, otra vez la poesía, otra vez la amistad. Y siempre el tiempo trayendo y llevándose a las personas.
Aquel poema pervive aún hoy en una carpeta de mi escritorio. Yo espero que él retenga en la memoria alguno de los versos. Para Nacho van hoy de nuevo:
Es una rueda que arrolla lentamente, de parte a parte.
Siempre comienza en la rodilla
con aires de mudanza, de vuelo tostado en noches tristes.
Siempre termina en la garganta
fascinada de todo, quizás siempre por nada.
Y el bucle azul de los párpados susurra tediosamente
cosas que no entiendo, lo que soy
sin inmutarme. Lo que puedo y
lo que no quiero.
Otra vez la rueda. La espantosa rueda de
los muslos. De piel de leche y estómago vacío.
La rueda que gira, que siente que no es nada
sin él. La rueda que amenaza con saltarse
los 'stops' del cuerpo. Una rueda invisible
que muta. Que es rueda y ojos a la vez.
Que es rueda y risa de cristal. Que miente
a mis caderas. Que derrama recuerdos en cada curva,
en cada centímetro al que alguien
un día se asomó. Otra vez la rueda
engaña.
Cuando llega a la garganta las aguas
de los cuerpos se han secado, la rueda retoma
su camino de silencios jadeantes. Hacia atrás
mieles que hoy son afluentes, párpados rojos
de besos que se borran. Y la rueda
gira, y la rueda trae lo que no soy,
me devuelve lo que quiero.
Lo rescato de entre la adolescencia y la certeza de hacerse adulto. Con la torpeza de los que desean pero no saben. Con la inseguridad de los que empiezan a andar solos. Hoy este poema de otro tiempo que vuelve a nuestro tiempo.
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